Continuidad narrativa

Categoría (General, Taller literario) por Ana Merino y Ane Mayoz el 11-09-2016

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Después de hacerle ver al lector la historia, es fundamental mantener su interés proyectándola de un modo ligado y continuo. Para que esto tenga lugar, va a ser imprescindible utilizar las repeticiones. Éstas harán que la atención del lector se deslice de una frase en otra y de una acción en otra, sin un especial esfuerzo por su parte.

Pero no todas las repeticiones son necesarias. Lo que hay que tener en cuenta es que no importa repetir si se repite lo que importa. La repetición tiene que tener la finalidad de unir lo que se narra. El lector no debe perderse en la trama y eso significa subrayar objetivos y acciones fundamentales que ayudan a fijar el contenido de la historia en su mente.

¿Qué recursos tenemos para ello? Tenemos la anáfora, la catáfora y el motivo. Son esenciales, no hay relato sin ellos, y en general se emplean muy poco. Porque tal vez parece lógico que una historia empiece por el principio y acabe por el final. Sin embargo, en un texto artístico esa lógica no importa. En el relato, más que lo lineal, interesa lo orgánico. Y un organismo es eso, un conjunto de elementos interrelacionados.

Llamamos anafóricas a todas las frases que repiten, recuerdan, aluden, pasajes anteriores de una misma historia. Y son catafóricas las que anticipan, de un modo más o menos explícito, los hechos que vendrán después. Y por último está el motivo. Los motivos no son conceptos que deban aparecer a lo largo del relato. No son ideas, sino cosas. Son, podríamos decir, unos cuantos objetos que situamos, estratégicamente, en el decorado de la historia.

Sin la anáfora y la catáfora, sin los motivos, el relato progresa en el vacío. Conviene construir la historia narrativa según aquella vieja consigna: dos pasos hacia delante, un paso hacia atrás.

En definitiva, en todas las obras de ficción hay redundancias y si están bien insertadas, el lector no las toma como tales porque no son percibidas por él. Lo único que percibe —y debe percibir porque saltará a la vista— es la propia historia.

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