El cuento policiaco. Primera parte

Categoría (El libro y la lectura, General, Taller literario) por Ana Merino y Ane Mayoz el 07-12-2018

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La primera novela policiaca considerada como tal es Caleb Williams, del inglés William Godwin (1756-1836), publicada en 1794. Pero todos los expertos aseguran que el verdadero creador del género es Edgard Allan Poe (1809-1849), con sus cuentos “Los crímenes de la calle Morgue” (1841), “El misterio de Marie Roget” (1842) y “La carta robada” (1845), en los que ya aparece la figura del investigador.

Émile Gaboriau (1832-1873) crea la figura del joven policía Lecocq. En 1887, apareció Arthur Conan Doyle (1859-1930) con su mítico personaje Sherlock Holmes. Ya se diferenciaban dos tipos de narración: la sensacionalista y la puramente intelectual o de deducción. Otro gran paso en ventas y en la introducción de las matemáticas en el género, al diseñar tramas que parecen ecuaciones de segundo grado, lo da Ágatha Christie (1890-1976).

Posteriormente, en los años 20 y en los Estados Unidos, al contar lo que le pasa a la gente, surge la moderna literatura negra con las novelas de Dashiel Hammett (1894-1961), Raymond Chandler (1888-1959) entre otros. La lucha del “bien contra el mal”, la intriga argumental y, ese “algo” por lo que se comete el crimen: la ambición, el poder, la gloria, el dinero, el odio, el amor… Todos ellos elementos capaces de torcer el destino de los seres humanos. Chandler afirmaba que el tema nunca debe controlar al escritor, sino que es el autor el que debe dominar al tema. Junto a estos autores debemos mencionar a Patrick Quentin (seudónimo utilizado por cuatro escritores), Cornell Woolrich (1903-1968), Erle Stanley Gardner (1899-1970), creador del abogado Perry Mason), Mickey Spillane (1918-2006), con su detective Mike Hammer)…

Con Patricia Highsmith (1921-1995) llega el factor psicológico. Después vendrían otras escritoras como Ruth Rendell, P.D. James… quienes desmenuzan la condición humana, consiguen endurecer las historias y convierten el factor psicológico en un nuevo y omnipresente personaje.

El crimen en la novela policiaca es el tema central, el corazón del asunto, el punto de partida, su razón de ser y su conclusión. Y no hay un modelo humano de criminal; lo que hay son circunstancias que llevan a cualquier persona a cometer un crimen.

No soy una escritora de crimen y misterio porque ni el suspense ni el misterio me interesan.
Pero me fascina
el desarrollo de un criminal accidental, algo que todos somos potencialmente.
Sus motivaciones y
reacciones me subyugan. De hecho, una persona normal me empieza a
interesar cuando adquiere conciencia de sus instintos. Este es el motor de todas mis novelas.
(Patricia Higsmith).

Un punto fundamental es la sospecha de personas inocentes, así como la figura del detective y junto a él siempre aparece el amigo, un admirador o la secretaria, que nos cuenta la historia, y con quienes el lector se puede identificar y así tomar parte en el proceso.

Por lo que respecta a los autores españoles, Manuel Vázquez Montalbán (1939-2003), con su detective Pepe Carvalho, Francisco González Ledesma (1927-2015), con su inspector Ricardo Méndez, Alicia Giménez Bartlett (Almansa, 1951), con la inspectora Petra Delicado, Andreu Martín (Barcelona, 1949)…

Éste último nos dice que hay una tendencia a incluir dentro de este género cualquier cosa pensando que todo vale: En este campo se están metiendo hasta novelas carcelarias donde la única emoción es saber si el protagonista escapa o no de la prisión. Para él, la novela negra o policiaca basa su razón de ser en la existencia de un enigma y en su descubrimiento. Salen libros de cualquier colección y los críticos los aceptan como novela negra. Hay algunos incluso que se atreven a citar a «Crimen y castigo» como una gran novela negra, y para mí nada más lejos de la realidad, o que llegan a decir que la novela negra española nació con la picaresca, lo cual tampoco es cierto. Además, califica a este tipo de novelas de interactivas, en las que el autor le pide al lector que haga un esfuerzo más allá de enterarse de qué va la historia; donde le desafía, incita y estimula para que se plantee la solución a ese misterio, para que descubra el placer del juego de la seducción. Huyo de estructuras estables a la hora de escribir. Tampoco he creado personajes fijos como forma, precisamente, de escapar de unas pautas que podrían llegar a convertirse en un corsé. Me gusta descubrir nuevos personajes, nuevos ambientes, inventarme nuevas paradojas, cambiar todo de arriba abajo y evitar antiguos esquemas y fórmulas ya experimentadas. Y afirma que como escritor ha descubierto que con la novela negra es como mejor se expresa, es como mejor hablo, de una manera más gráfica e ilustrativa de todo lo que me rodea, de la sociedad en la que vivo y, no sólo eso, sino también de mis propios problemas personales.

Andreu Martín es absolutamente escrupuloso a la hora de escribir sus relatos nunca se descubrirá al culpable por algún motivo que él se haya callado: Yo lo diré y ahí me la juego, porque si el lector se da cuenta de lo que he dicho, descubrirá quién es el asesino y, por decirlo de alguna forma, habré perdido yo. Me atrae esta mentalidad de juego limpio, es más divertido dentro de la novela negra.

En definitiva, el crimen cumple una doble finalidad en cuento policiaco: sirve de línea argumental de la historia, que debe investigarse y resolverse a través de los entresijos y los giros de la trama, y actúa de esqueleto para el cuerpo de la historia que el escritor desea explicar.

Vamos a terminar con una interesante reflexión del gran maestro del suspense cinematográfico, Alfred Hitchcock (1899-1980):

La diferencia entre suspense y sorpresa es muy sencilla. Sin embargo, muchas veces, en las películas se
confunden ambas nociones. Mientras estamos hablando puede haber, debajo de la mesa, una bomba.
Nuestra conversación es totalmente normal, no ocurre nada especial. De repente, boomm, explosión.
El público se sorprende, pero antes de esta situación ha visto una escena absolutamente común, sin
ningún interés. La bomba, en cambio, está debajo de la mesa y el público lo sabe (quizás ha visto al
anarquista que la colocó). El público sabe que la bomba va a explotar a la una, y son ahora la una
menos cuarto (hay un reloj por alguna parte). Entonces, esa misma conversación anodina pasa a ser
de repente interesantísima porque el público participa en ella. Desearía decir a los personajes de la
pantalla: ¿Por qué seguís diciendo tonterías? Debajo de la mesa hay una bomba que va a estallar.

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