Orwell. 6 reglas para cuando falla el instinto

Categoría (Consejos para escritores, General) por Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz el 15-07-2015

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Eric Arthur Blair, más conocido como George Orwell, nació el 25 de junio de 1903 en La India y murió el 21 de enero de 1950 en Londres. Además de crítico literario y novelista, Orwell fue uno de los ensayistas más brillantes de su época, a favor de la justicia social y en contra de los totalitarismos nazi y estalinista. Sin embargo, es más conocido por sus dos novelas antiutópicas:
– “Rebelión en la granja” (1945) es una fábula mordaz sobre cómo el régimen soviético corrompe el socialismo.
– “1984” (1949), en la que describe una sociedad totalmente controlada por el estado totalitario, al que denomina “Gran Hermano.
Orwell, educado en Eton, participó en la Guerra Civil española para combatir al fascismo. Llegó a Barcelona en diciembre de 1936 y se afilió al POUM, partido de orientación trotskista. Estuvo luchando en el frente de Huesca hasta que fue herido y devuelto a Barcelona. Dejó escrita su experiencia de esta etapa de su vida en “Homenaje a Cataluña”, donde relata la represión de los sectores estalinistas del gobierno republicano contra los militantes del POUM.

Estas seis reglas para escribir mejor están contenidas en el libro “Politics and the English Language”, publicado por primera vez por Horizon (Londres) en 1946, en el que insiste sobre la importancia de la precisión en el lenguaje: «Cuando piensas en un objeto concreto, concéntrate hasta encontrar la palabra exacta para expresar las emociones y los conceptos que quieres transmitir. Pero si piensas en algo abstracto, tienes que tener más cuidado, ya que acudirán a tu mente unos cuantos vocablos y corres el riesgo de admitir alguno impreciso o que modifique su significado».

1.- No utilices nunca metáforas, símiles o figuras retóricas de que no sean originales. Este consejo no aparece en primer lugar porque sí. Las metáforas y los símbolos son una manera de luchar contra el olvido del texto literario, aportan originalidad expresiva e imprimen estilo. Constituyen un valor agregado a la riqueza del lenguaje que empleamos  y un buen ejemplo de reinterpretación de la realidad. Por eso, ¡cuidado!, ya que constantemente nos expresamos por medio de metáforas, que dan una especial intensidad a nuestra expresión, pero que a menudo están lexicalizadas y ya han dejado de hacer su función.

2.- No emplees una palabra larga si existe un sinónimo más corto.

3.- Si es posible recortar una frase, hazlo siempre.

Y nosotros añadimos a estas dos reglas: y no emplees ocho palabras cuando puedas usar dos y no utilices cuatro adjetivos cuando con uno des en el clavo. Respecto a esto último decía el chileno Vicente Huidobro, “El adjetivo, cuando no da vida, mata”. Menos es más, en literatura. Los circunloquios, las frases extensas, la sobreabundancia de descripciones… no hacen más que esconder la historia.

4.- Evita el uso del pasivo, si existe una forma activa para decir lo mismo. En el uso normal de nuestra lengua, las construcciones en pasiva no son naturales; otras lenguas, como el francés y el inglés, utilizan la pasiva en proporciones mucho mayores. Y es precisamente la influencia del inglés la que ha hecho que, últimamente, proliferen estas formas. En el uso y abuso de las pasivas se pueden dar casos en que la repetición del verbo “ser” lastre y ralentice la lectura del texto y también que se generen sonsonetes producidos por los participios.

5.- No utilices términos de otras lenguas, palabras científicas o del argot profesional, si existe un equivalente en la tuya. Cuanto mayor número de personas entienda el mensaje mejor. Por eso es importante evitar tecnicismos, jergas etc.  

6.- Rompa cualquiera de estas reglas antes de escribir algo que no se entienda. Todo está supeditado a que la historia y los hechos narrados se entiendan. Y para eso es fundamental ponerse en lugar del lector, ejercer la empatía. En este sentido es importante la objetivación del tema, escribir con la distancia suficiente para que, al transcribirlo al papel, esos pensamientos, ideas, problemas que nos preocupan tomen forma de personajes o de monstruos que no sean como nosotros mismos. Es muy común la creencia de que es suficiente escribir directamente algo que nos preocupa para preocupar al lector. Eso no es literatura, por muchas figuras literarias que utilicemos.

 

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