Primero leer, luego escribir

Categoría (Cultura y democracia, El oficio de escribir, General) por Manu de Ordoñana el 30-12-2013

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El pensamiento de Ralph Waldo Emerson ha sido poco valorado en Europa, a pesar de ser uno de los pensadores más influyentes en la vida intelectual norteamericana. Nació en Boston, Massachusetts, el 25 de mayo de 1803, pero en 1835 se trasladó a Concord, una pequeña ciudad en las afueras de Boston de la que su padre y su abuelo habían sido figuras notables, y en la que él murió en 1882.

Pronto se incorporó a un grupo de ciudadanos afines al movimiento trascendentalista, una vía intuitiva para alcanzar la verdad a través de la conciencia individual, sin necesidad de milagros, jerarquías religiosas ni mediaciones, entre los que se encontraban Hawthorne (1804-1864), Bronson Alcott (1799-1888) y Henry David Thoreau (1817-1862), entre otros, todos ellos residentes en Concord, una pequeña población a la que Henry James no dudó en calificar como «el más grande pequeño lugar de Los Estados Unidos», por la pléyade de talentos que vivieron en ella en la misma época.

Ralph Waldo Emerson

Robert D. Richardson, doctor en literatura inglesa y profesor en varias universidades, ha escrito una valiosa biografía intelectual del “sabio de Concord” titulada “Primero leemos, luego escribimos”, de la que hemos extraído un compendio de su pensamiento.

Emerson defiende la lectura como fuente de toda inspiración: “Existe una lectura creativa así como existe una escritura creativa. Primero comemos, después engendramos; primero leemos, después escribimos”. Para él, la lectura es creativa, pero también es activa. Sus comentarios sobre la lectura pretenden fortalecer la autoridad de los lectores de libros y debilitar la de los libros mismos: “tú eres el libro de los libros”.

Claro que eso supone un esfuerzo por parte del lector para aprehender lo que el libro contiene, una actitud que hoy poca gente dispone, ya que prevalece lo fácil, lo que engancha, lo que no exige concentración: “La lectura escapista es el paraíso de los tontos”. Nunca usó la lectura como un sedante, como un pasatiempo. Admiraba a Montaigne porque había aprendido a no sobrevalorar los libros: ”Si bien soy hombre con algunas lecturas, también soy un hombre que no retiene. No me muerdo las uñas por las dificultades con las que me topo en la lectura”.

Si te sumerges en los libros, es porque buscas el contacto con las opiniones de otros, pero ten cuidado de salvaguardar tu integridad personal. Si lees demasiado, corres el peligro de perder de vista tus propias opiniones. El problema más persistente de Emerson con respecto a los libros es que ejercen sobre él demasiada influencia, aunque admite que la lectura puede definir el destino de un individuo, decidir su camino en la vida.  Leyendo sus advertencias, me vino a la memoria una frase que escuché siendo ya adulto y que condensaba un pensamiento que fui madurando durante décadas, aunque nunca supe expresarlo con acierto: “La cultura es aquello que permanece en nosotros cuando olvidamos todo lo que hemos leído”.

Emerson no leía para extraer valores ni para aprender cosas nuevas, sino para su uso individual: “Un hombre sólo debe de leer lo que es acorde a su estado y sólo ha de retener lo que le conviene, lo que considere un eco o una profecía de su propia naturaleza, aquello que le relaciona con lo que ya tiene en su cabeza. Eso no significa rechazar la opinión de los demás, sino asimilar tan sólo lo que es congruente con tu proceso mental”.

Era también reticente a hablar del significado de un libro y sostenía que existen tantos significados como lectores, ya que cada uno de ellos adopta una interpretación diferente: “Tu comentario será válido para tu caso concreto, pero no para el mío”.

“Una persona debe hacer su trabajo con las facultades de las que dispone hoy. Pero esas facultades son la acumulación de los días pasados”. En ese sentido, corrobora esa creencia de que la producción cultural no es sólo patrimonio exclusivo de su autor material, sino que también pertenece a la sociedad que lo ha formado, al legado que han dejado otro autores, a las fuentes en las que él ha bebido, como parte de una cultura que es propiedad de todos: “El genio más grande no servirá de mucho si se nutre tan sólo de sus recursos, cada uno de mis escritos me fue proporcionado por mil personas diferentes”.

Su teoría sobre la lectura y la escritura es autobiográfica: “El texto debe transportar al lector hacia la escritura y viceversa. Lee y escribe tu propio mundo, ya que la lectura creativa es la única instancia inseparable de tu propia escritura. Pero leer es tan sólo un medio, el fin es escribir”.

Y si decides hacerlo, recuerda que el lenguaje es importante: “Las palabras no existen como tales, sino que representan cosas que son más reales que las palabras”. Eso implica ser cuidadoso en su elección: “La pericia en la escritura consiste en lograr que cada palabra cubra una cosa”. Como el mundo es real, las palabras elegidas para describirlo deben seleccionarse con todo el cuidado posible: ”Los escritores jóvenes tienen el deseo de escribir poesía, pero no poseen la furia poética, y lo que escriben son estudios, bosquejos, fantasías, pero no todavía el poema invalorable”.

En la universidad empezó a escribir su famoso Diario, una antología de pasajes que le habían sorprendido en sus lecturas, con sus correspondientes comentarios, que llegó a alcanzar  los 182 volúmenes y que sería la base de donde extraería más tarde sus obras. Por eso, Emerson recomienda a los escritores llevar un diario, un libro de citas, un volumen en blanco en el que tomar nota de las imágenes más vívidas, las grandes descripciones, las expresiones notables, las cosas que uno quiere recordar y conservar. Es una práctica que la mayoría de los escritores utilizamos, llevar una bloc de notas o un simple papel, para anotar las ideas que se nos van ocurriendo a lo largo del día, sueños inconexos, atrevimientos, ensoñaciones… sin ningún fin determinado, con la intención de que su registro aporte luego la base de un artículo nuevo.

“La manera de escribir es lanzar el propio cuerpo contra el blanco, cuando ya agotaste tus flechas”, es el mejor consejo práctico sobre la escritura que Emerson dio en su vida, tan emotivo como un grito de rebeldía, basado en la aptitud y en la actitud. Muchas de sus observaciones tiene un atractivo aire de desesperación, nos llegan como un ultimátum: “La única vía de escape es el trabajo, uno tiene que cumplir su tarea antes de ser liberado”. Insta a intentarlo de diferentes formas, utilizando trucos, recursos improvisados, sesiones frenéticas de escritura a destajo: “No hay otra manera de aprender a escribir que escribiendo”.

Defiende la escritura libre, no le preocupa demasiado la planificación, tampoco el final de la obra. Le importa más el inicio, empezar sin ningún esquema, hasta llegar al momento de la concreción, que es cuando hay que descollar, igual que el pintor ha de concentrarse en captar la expresión del personaje para crear una obra de arte: “Tres o cuatro palabras obstinadas y necesarias son el meollo y el destino de todo el asunto, el resto es explayarse y matizar, adornarlo con florituras y circunstancias más o menos afines».

Confianza en uno mismo es una llamada a lo esencial del ser humano como propuesta vital, a tener confianza en uno mismo como fuente de una ética insobornable. Su fe impenitente en el individuo se pone de manifiesto en una serie de máximas que pretenden inculcar el sentido del deber y educar la conciencia humana hacia el bien común, mediante la disciplina individual, sin olvidar el respeto a la sociedad.

En Hombres representativos, termina cada uno de sus bosquejos biográficos con un párrafo en el que denuncia los defectos de los personajes que analiza. Cada excelencia tiene un reverso y los escritores no escapan a esa excepción, aunque luego retorna a su eterno optimismo para incitarnos a recuperar la confianza que supere esa dolorosa experiencia: “Yo te insto a vivir por ti mismo, y así encontrarás en esa penuria un esplendor más puro que el que reviste las exhibiciones de pensamiento”.

Aunque no ignora los elementos más mezquinos de la naturaleza del hombre, siempre termina ensalzando la grandeza de su condición. Exalta al líder como figura capaz de cambiar la historia: “Nace un hombre como César y tenemos un Imperio Romano. Nace Cristo y millones de almas se adhieren a su credo”. Una institución es la extensión de la sombra de un hombre: “El curso de la historia se resume con facilidad en la biografía de unos cuantos hombres tenaces y decididos”.

Emerson apoyó el abolicionismo y las ideas progresistas de Lincoln. Valiente para defender lo propio frente a lo mediocre de lo ya establecido, retoma el concepto renacentista del hombre como centro de la Naturaleza. Es la voz genuina de América como tierra de oportunidades, en un siglo en el que se construyen las naciones modernas, época en la que afloran los buenos sentimientos, con esa ilusión que invade a la plebe si presiente que colabora en pro de un ideal, pero que se desvanece cuando una minoría, escondida hasta ese momento, emerge para apoderarse de él y convertirlo en epicentro de sus intereses.

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