Roald Dahl en el espejo de Stendhal

Categoría (Cultura y democracia, El mundo del libro, Estafeta literaria, General) por Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz el 26-04-2023

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Me parece infinitamente más interesante leer para entender
lo que los libros quieren decir, no lo que yo quiero que digan.
Irene Vallejo

La sensibilidad está a flor de piel y protegerla se ha convertido hoy en una prioridad, hasta el punto de crear una figura para que se encargue de ello, como es por ejemplo la del coordinador de escenas de intimidad, en el séptimo arte, o la del lector de sensibilidad, en el campo de la literatura. Este lector —antiguo corrector de textos reciclado— es el que nos interesa especialmente porque desde hace ya algún tiempo se ha propuesto el sublime fin de que todos podamos disfrutar de las obras literarias sin sentirnos ofendidos en ningún momento. Y aquí es donde queríamos llegar, porque se ha organizado un gran revuelo mediático con la reescritura de las obras de Roald Dahl (1916-1990). A decir verdad, no es algo tan nuevo; ya pasó hace tiempo con Los cinco de Enid Blyton, Pipi Calzaslargas de Astrid Lindgren y Las aventuras de Tintín de Hergé.

El administrador de los derechos de autor de Dahl —The Roald Dahl Story Company— ha justificado la revisión y modificación que se está llevando a cabo desde 2020, afirmando que querían asegurarse de que todos los niños siguieran disfrutando las maravillosas historias y personajes de Dahl. Los encargados de esta limpieza son un grupo de lectores del colectivo Inclusive Minds supervisado por la editorial Puffin Books, una división de Penguin Random House. Y como aviso de lo que vamos a encontrar en las ediciones actuales de sus libros han decidido incluir este mensaje: Las palabras importan. Las maravillosas palabras de Roald Dahl pueden transportarte a mundos diferentes y presentarte a los personajes más maravillosos. Este libro fue escrito hace muchos años, por lo que revisamos periódicamente el lenguaje para asegurarnos de que todos puedan seguir disfrutándolo hoy en día.

Este caso pone en evidencia la clara vulnerabilidad en la que se encuentran los autores. Desde serescritor.com, nos preguntamos si no es una falta de respeto teniendo en cuenta, en primer lugar, que el autor de esas historias murió en 1990 y por lo tanto no puede dar su visto bueno a estos cambios y, en segundo lugar, es un autor que se lo ha ganado, ya que ha vendido más de 300 millones de ejemplares en todo el planeta y ha sido traducido a 63 idiomas, lo que le convierte en uno de los autores para jóvenes más relevante de la historia.

Y por si fuera poco, existe el artículo 14 de la Ley de Propiedad Intelectual española que otorga al autor “derechos irrenunciables e inalienables” como el de “exigir el respeto a la integridad de la obra e impedir cualquier deformación, modificación, alteración o atentado contra ella que suponga perjuicio a sus legítimos intereses o menoscabo a su reputación”. Por eso la editorial española Alfaguara Infantil y Juvenil se ha pronunciado al respecto con una negativa a modificar sus publicaciones. En esta línea ha actuado también la editorial francesa Gallimard.

Mientras redactamos este artículo, ha salido la noticia de que ahora también las obras de la autora Agatha Christie están siendo reescritas por su editorial, Harper Collins, para adaptarlas a las sensibilidades modernas. Pero volvamos al caso Dahl y a alguna de las modificaciones que ha sufrido su obra.

Los cambios

Cualquier obra literaria que saque a la palestra temas como la discriminación, el feminismo o el lenguaje inclusivo es susceptible de mejora en nombre del respeto a las diferentes sensibilidades. En la obra de Roald Dahl, la mayoría de los ajustes que se han realizado están relacionados con asuntos como el peso, el género, la salud mental, la violencia o la raza. El estereotipo del niño gordito es uno de los más repetidos en sus obras; pues bien, los gordos y los feos han sido los primeros en sufrir esa criba.

En Matilda: en lugar de “Consigue a tu madre o padre”, ahora se lee: “Consigue a tu familia”. También han cambiado los gustos lectores de Matilda: si antes disfrutaba con Joseph Conrad o Rudyard Kipling ahora lo hace con Jane Austen, ¿porque aquellos resultan imperialistas y supremacistas? Y Miss Trunchbull ya no es “una hembra formidable” sino “una mujer formidable”, en un intento de no sexualización de las mujeres.

En Las brujas: cuando el protagonista afirma que va a tirar del pelo a las mujeres para saber si llevan peluca —el ser calva es la identificación más exacta para descubrir a una verdadera bruja—, su abuela le contesta: “No puedes ir tirándole el pelo a cada chica que conoces”. En lugar de eso, la contestación ahora es esta: “Hay muchas otras razones por las que las mujeres pueden usar pelucas y lo cierto es que no hay nada de malo en ello”. También está el personaje de una mujer que trabajaba de cajera de supermercado y que, en realidad, era una bruja. Pues bien, tras los cambios se ha convertido en una científica prestigiosa.

En Charlie y la fábrica de chocolate: Augustus Gloop es un niño que ha pasado de ser “gordo” a “enorme”. Los Oompa Loompas eran «hombres pequeños» pero quizá por darles un género más neutro ahora son «personas pequeñas».

En James y el melocotón gigante: los Cloud men ya no son “hombres” sino “gente” y la canción que canta el ciempiés ha sido cambiada por completo para sustituir palabras como “gorda” o flácida”.

En El superzorro: los tractores asesinos de los granjeros eran negros y ahora han dejado de serlo.

Las críticas

Corren por las redes sociales opiniones en contra y a favor de esta cuidadosa tala en nombre de una corrección saludable. El peligro es que, si no hay control, se empieza cambiando un adjetivo a Dahl y se termina eliminando al segundo amo del Lazarillo que, dicho sea de paso, merecería desaparecer.

Miguel López —más conocido por ‘El Hematocrítico‘ en su perfil de twitter—, autor de literatura infantil y maestro de educación infantil y primaria en La Coruña, dice que “es una noticia que, según la facción, parece que está mal por todas partes. […] La editora ha decidido dar un repaso al lenguaje y no está mal. Es una práctica editorial que siempre se ha hecho”.

También Philip Pullman, el autor de la serie fantástica His Dark Materials, expresó su apoyo a los cambios y afirmó que había que dejar que los libros de Dahl “se desvanecieran”. Añadió que sean cuales sean los cambios que se introduzcan, hoy existen millones de ediciones antiguas que circulan por escuelas y bibliotecas y tiendas de segunda mano.

La bibliotecaria escolar y editora, Ilona Jasiewicz, opina en esa línea y está a favor de la Asociación de Bibliotecas Escolares que ha sugerido que, en aquellas obras cuyo lenguaje se considere obsoleto, se coloque el siguiente mensaje: “Este título puede contener aspectos ofensivos propios de su época”, dejando así que los lectores juzguen por sí mismos.

En cuanto a las opiniones que hay en contra, tenemos la de un escritor que sabe mucho sobre censura literaria: Salman Rushdie. En su cuenta de twitter escribió: “Roald Dahl no era un ángel, pero esto es una censura absurda. Puffin Books y los herederos de Dahl deberían estar avergonzados”. A través del mismo medio escribió Rosa Montero: “Demencial lo de la reescritura de Roald Dahl. Los imbéciles abundan. Me voy a poner estupenda y, tras su ejemplo, voy a exigir que reescriban todas las obras machistas. Iban a quedar pocas intactas. Como mucho, que añadan un prólogo en las ediciones para niños explicando el contexto”.

La Organización Española para el Libro Infantil y Juvenil se ha manifestado en cuanto a este tema mediante una invitación a firmar en la plataforma Avaaz.org “por una literatura infantil y juvenil libre de censura y corrección política” y además ha añadido: “Estas prácticas de censura ideológica y de autocorrección que, en ocasiones inducen a eliminar o no mostrar y en otros casos a integrar temas tendencia, instrumentalizan la literatura, empobrecen la oferta editorial y van en detrimento del riesgo, la diversidad, la libertad artística y el espíritu crítico”.

Hay opiniones, como la de Márgara Averbach escritora y traductora argentina conocida también por sus artículos de crítica literaria y sus cuentos dedicados a la literatura infantil y juvenil—, que se oponen a la vigilancia de la literatura anterior a la época actual, pero sin embargo se posicionan a favor de cierta corrección política en las obras que se escriben hoy en día. “Me parece bien que si un autor actualmente escribe algo machista eso no se publique o haya que reformularlo. […] Hay cosas que no se pueden decir ni escribir actualmente, pero no se le puede pedir eso a Dahl.”

Por último, tenemos a María Teresa Andruetto —primera escritora argentina, en lengua española, en ganar el premio Hans Christian Andersen (2012)— quien se expresó en contra de una literatura vigilada: “No estoy de acuerdo con lo que hacen los herederos de Dahl y algunos editores. Los libros para niños muchas veces entran en una zona vigilada en el deseo social de ‘proteger’ a los niños, usando la ficción. Pero la ficción funciona como un espacio de libertad y el sentido del arte se vincula incluso con la desobediencia y no con el adocenamiento. Uno puede enseñar ciertas cosas, ciertos valores, pero no hace falta que se haga a través de la literatura”.

El final de este revuelo mediático ha acabado en tablas, ya que se ha optado por mantener ambas versiones: la clásica y la que “permita a todos los menores disfrutar de las obras de Dahl”. La polémica está servida.

Visto lo visto, está claro que estamos en manos del marketing y de las editoriales, pero todavía nos queda el derecho a la pataleta y a la reflexión. No nos parece casual que, con este ataque a la obra de Roald Dahl, se esté poniendo en el punto de mira la literatura infantil y juvenil ya que esto afecta, y mucho, a los planes lectores y, por tanto, a la construcción de la identidad cultural a partir de nuestros referentes literarios. Referentes que pueden estar en peligro si la censura, porque esto es lo que parece, se dedica a manipular las huellas de las literaturas anteriores. A los niños no hay que negarles la posibilidad de comprobar cómo escribían nuestros predecesores, sino darles las herramientas necesarias para que entiendan y, al cabo, reflexionen y comparen con lo que se escribe hoy en día.

Cuando se les plantea la lectura de Matilda, por ejemplo, no hay que centrarse en que hay personajes que son gordos y tontos o mujeres astutas y feas y adultos con malas intenciones, sino hacerles pensar en el objetivo que tiene esa forma de perfilar personajes planos, estereotipados, que no cambian. Si quitamos lo feo de las obras de Dahl, estaremos escondiéndoles el fin de esa táctica narrativa —porque no es sino un truco de escritor—. Con ella, Dahl consigue poner el foco sobre lo que le interesa: el personaje protagonista, Matilda, una niña que —oh, sorpresa— lee todo lo que cae en sus manos y disfruta sumergiéndose en fantásticas aventuras, lo que la hace olvidarse de esa realidad que la rodea.

Frente a los personajes cuya cerrazón en comportarse siempre igual —aunque los resultados vayan en su contra una y otra vez— les marca, tenemos a una chica lista, sensible, que cambia y actúa en función de las diferentes situaciones en las que se encuentra. Roald Dahl, conscientemente, convierte a los personajes que pululan a su alrededor en hiperbólicos y, al fin, cómicos, lo que subraya ese humor corrosivo marca de la casa y que tanto gusta a los admiradores del escritor. Si logramos que se entienda cómo funciona la maquinaria literaria, conseguiremos que comprendan que Matilda es traviesa y pícara, sí, pero también una niña con muchas ganas de aprender, y se darán cuenta de que lo cómico y lo exagerado que la rodea tiene la función de ridiculizar ese mundo de los adultos y evitar así que se conviertan en un adulto del tipo que se critica.

Decía Stendhal, al definir la novela realista, que “es un espejo que se pasea por un ancho camino. Tan pronto refleja el azul del cielo ante nuestros ojos, como el barro de los barrizales que hay en el camino. ¡Y el hombre que lleva el espejo en el cuévano será acusado por ustedes de ser inmoral! Más justo sería acusar al largo camino donde está el barrizal y, más aún, al inspector de caminos que deja el agua estancada y que se formen los barrizales”.

El fin último de la Literatura es ofrecer un diálogo del hombre con su tiempo y hacernos reflexionar sobre la sustancia de que estamos hechos y sobre nuestra forma de abordar los problemas ante el paso de los años y las distintas corrientes de pensamiento. Pues bien, si cambiamos los elementos que se reflejan en ese espejo, ¿no estaremos alterando en cierta manera esa memoria literaria y por tanto creando una falsa? O dicho de otro modo, ¿no estaremos enturbiando ese espejo, esa mirada esencial que la literatura ofrece sobre la sociedad?

Por si las palabras de Stendhal no convencen, vamos a quedarnos con las de Shakespeare a través de su personaje Macbeth: “La vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no tiene ningún sentido”. No sabemos a qué idiota se refería, pero apliquemos esta afirmación al pie de la letra. Censores de sensibilidad, ¡qué hacéis perdiendo el tiempo con un idiota más!

Un último apunte. Roald Dahl no solo escribe para niños y jóvenes sino también para adultos. Y para que se note, todavía más, que nos gusta, ahí va una recomendación literaria: Relatos de lo inesperado; una estupenda colección de cuentos que hará las delicias de los lectores más exigentes, sobre todo porque valen más por lo que callan que por lo que cuentan.

 

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