Annie Ernaux. Escritora de la vida

Categoría (El libro y la lectura, El oficio de escribir, General) por Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz el 28-03-2021

Tags : , , , , ,

¿Se puede escribir de otra cosa que no sea la vida? Es la autora de una nueva manera de escribir. Escribe para ella porque lo necesita; escribe para que permanezca. Es una mujer que parte de la realidad, de lo que ha vivido; se sumerge en imágenes y ve un sentido, una significación. Pero Annie Ernaux no escribe su vida. Escribe la vida, para llegar al lector desde sus experiencias, para salvaguardar del olvido lo vivido.

Es muy valiente y muy directa. Escribe todas sus vergüenzas, sus contradicciones sin tapujos, sin disfraz. Todo su mundo está recogido en una veintena libros; breves, muy fáciles de leer, llenos de elipsis, donde se narran historias muy condensadas. Lo dice todo, no calla nada. Escribe sobre la escritura en sus libros y en sus cientos de entrevistas habla sobre la escritura, y sobre lo que ha escrito. Hay tanta información acerca de ella que resulta arduo resumirla.

Los títulos de sus obras muestran la generalidad y a su vez la simplicidad. Su infancia y adolescencia en Los armarios vacíos (1974), su aborto clandestino en El acontecimiento (2000); la figura de su padre en El lugar (1984); el alzheimer de su madre en No he salido de mi noche (1997); su cáncer de mama en El uso de la foto (2005); las miserias del matrimonio en La mujer helada (1981); la lujuria reencontrada en Pura pasión (1992) ; la muerte de su madre en Una mujer (1988); la pérdida de la virginidad en Memoria de una chica (2016); la crónica de los cambios en la sociedad francesa de posguerra en Los años (2008); la carta que le dirige a su hermana que no conoció en La otra hija (2011)

Llega al mundo en 1940: «Yo procedo de un rincón de Normandía, Lillebon, que fue seriamente bombardeado. Crecí junto a una población que vivió el éxodo, las restricciones y la reconstrucción«. Se define con esa distancia en el libro Memoria de una chica: Hija única, mimada —por haber nacido después de una primera hija fallecida a los seis años, y por haber estado ella misma a punto de morir de tétanos a los cinco.

“Annie Duchesne, mi nombre de soltera, mi patronímico me resultaba demasiado estruendoso, puede que no me gustara porque era el de la parte mala según mi madre”. Pronto se trasladan a Yvetot, su ciudad mítica, donde sus padres regentarán un bar-tienda, la ilusión de su madre. Era una madre comerciante que pertenecía primero a los clientes.

Acude a un colegio privado. Resulta muy buena estudiante, consigue beca y continúa estudiando en Ruán, hasta que se licencia en Literatura; es la primera en su familia que asiste a la universidad. Viaja a París, a la edad de veinticuatro años para que en la clandestinidad le practiquen el aborto. Estudiando conoce a su futuro marido, Phillipe Ernaux, supondrá su ascenso social; tendrán dos hijos. En 1967 saca la plaza de profesora cerca de París y dos meses después muere su padre. Se divorcia en 1982 y en 1986 fallece su madre.

Su obra El lugar le da fama, con ella empieza una nueva etapa que marca su estilo. Sus trabajos anteriores —poemas, relatos cortos y una novela—, desde el punto de vista literario, no son significativos: “Me sentía fuertemente atraída por el movimiento literario Nouveau roman que abogaba por una escritura experimental. Esa novela que escribí a los veintidós años no estaba para nada ligada a mi memoria, me había alejado por el pensamiento y luego por la geografía, de mi familia y de Normandía. Con el libro El lugar tomé conciencia de la transformación de mí misma por la cultura y por el mundo aburguesado en el que ingresé debido a mi matrimonio”.

En su puesto de profesora encuentra alumnos que proceden de la clase campesina y obrera, muchos eran una imagen de sí misma: “A partir de esa experiencia supe que debía escribir acerca de la realidad que conocía, acerca de todo lo que anteriormente había dejado huella en mi existencia. Quería hablar, escribir sobre mi padre, su vida, y esa distancia que surgió durante mi adolescencia entre él y yo”.

En ese momento afirma que utilizar la ficción le parecía una especie de traición. Siente que no tenía derecho a transformar su experiencia real en una novela. Por eso escoge una forma de escribir que le resulta natural, la misma que empleaba para escribir a sus padres: “Todo lo que tiene que ver con el lenguaje es, en mi recuerdo, motivo de resentimiento y de dolorosas discusiones, mucho más que lo relacionado con el dinero. Entre nosotros solo sabíamos hablarnos con gruñidos. El tono educado se reservaba para los de fuera”.

Annie Ernaux sabe lo que quiere escribir y qué lenguaje usar. Consigue con la obra El lugar, inventar una lengua que además de ser heredera de la lengua clásica literaria, integra palabras y expresiones en uso propias de las clases populares. Esa integración tiene para ella un profundo significado social: “Siempre he querido escribir de forma áspera, sin poesía, para proteger la precisión del relato, para mantener un complejo equilibrio entre la idealización del pasado y la autocomplacencia por lo pobres que éramos”.

En todos sus libros aparecen autorreflexiones sobre el proceso de escritura. Es un tema que le importa, al que le ha dedicado mucho, hasta lograr su voz: su estilo se caracteriza por la concreción, la exactitud, la palabra adecuada; por la crudeza; por las oraciones cortas e incisivas… Toma distancia, narra con frialdad, pero a su vez sabe emocionar.

Hasta 2008, se definía como una paria de las letras francesas. Entonces fue Premiada con el Prix de la Langue Francaise por el conjunto de su obra: “Ahora ya no puedo decir eso. Sería solo una pose, una postura de escritora maldita. Y en 2019 le otorgaron el Premio Formentor de las Letras.

Considera la lectura como una fuente de evasión y de saber: “No se puede escribir sin haber leído”. Esta afición por la lectura la ha heredado de su abuela: “Mi abuela era una mujer ruda, sin más momento de asueto que la lectura de novelas por entregas”, y de su madre, quien antes de coger un libro se lavaba las manos.

En ocasiones sabe muy bien por qué escribe, pero también se pregunta si lo hace para saber si los demás no han hecho o experimentado cosas idénticas, o al contrario, para que les parezca normal experimentarlas. O incluso para que las vivan a su vez, olvidando que un día las leyeron en alguna parte.

En el libro Memoria de una chica aspira a contar qué se siente al descubrir el cuerpo del otro y a olvidar lo que había antes de perder la inocencia. La pérdida de la virginidad no puede definirlo como un trauma, “pero sí me generó un sentimiento de vergüenza, que es el terruño de mi escritura”. Después entendió que era una estigmatización que concernía a todas las mujeres, no solo a ella: “Un día ya no quedará nadie para acordarse. Lo vivido por esa chica, ninguna otra lo recordará, quedará inexplicado, vivido para nada”.

A pesar de que por medio de sus libros ha sacado a la luz todo lo que ha padecido, no considera la literatura como una resolución de los conflictos interiores o psíquicos. Para ella la literatura antes que nada es escritura. “La literatura consiste en escribir esas cosas personales acerca de un mundo impersonal, en tratar de alcanzar lo universal, en practicar lo singular universal como lo llamaba Sartre”. Está convencida de que solo de esta forma las experiencias de la vergüenza, de los celos, de la pasión amorosa… pueden ser compartidas. Sus libros están basados en su experiencia personal, pero a su vez están escritos en un registro colectivo que despierta la memoria de todos.

La tienda de sus padres la convirtió en una niña rodeada de gente; gente que contaba todo tipo de historias que le dieron una experiencia precoz del mundo: “Querer escribir es también eso, pensar que tenemos cosas que decir que los demás no han dicho. El comercio es el intercambio de mercancías, pero también un intercambio con la gente. Y escribir es eso”.

No duda en definir la memoria como forma de conocimiento. Intenta alcanzar por medio de nombres, verbos y adjetivos certeros el grado más elevado posible de realidad. Quiere tener la esperanza de hallar al menos una gota de similitud entre la chica, Annie Duchesne, y cualquier otra persona: “Mis libros se basan en la memoria, una memoria que es a la vez personal y social, porque pone voz y rostro a las cosas cotidianas de una época.  (…) mi intención definitiva es narrar la realidad, recrear una especie de memoria social. Lo de decir que la memoria se equivoca es una creencia común. La memoria se basa en algo que ha tenido lugar, incluso si los detalles no lo son. Para mí utilizar la memoria es zambullirme en algo, mientras que imaginar es emerger. No me doy la libertad de inventar”.

Y es que leer un libro suyo nos lleva a reconocer en él una parte de nosotros mismos: cierto periodo de nuestras vidas, ciertos usos, palabras y gestos cotidianos, ciertos sentimientos y quizá ciertas pasiones. Y todo esto lo consigue según Marguerite Cornier porque es capaz de devolvernos a nuestra propia memoria y porque caracteriza su obra por la experiencia que comparte con los demás. Además de entrevistarla en el libro Regreso a Yvetot, se conocen desde hace muchos años y es quien ha escrito una tesis sobre su trabajo literario.

Annie Ernaux cuando piensa en un libro posible, piensa en un periodo de su vida. Al empezar a escribir, dice que “ve” escenas, personas, lugares, que se desarrollan ante ella como una especie de película, una película de la memoria. Pero su memoria aparece empañada por lo imaginario, puesto que “ve” a clientes, vecinos transformados por el enfoque, la intención del libro: “Al escribir se produce una especie de arreglo entre la memoria por un lado y el texto, las frases, por otro”. Al final del libro Los años lo dice: “Salvar algo del tiempo en el que ya no estaremos nunca”. No es rescatar el tiempo perdido, es hacer sensible el paso del tiempo, mostrar cómo el tiempo se nos escapa y cómo nos arrastra a todos con él”.

No solo la memoria, las fotografías también constituyen un activador de su escritura: “Delante de una foto, siento inmediatamente el deseo de descifrarla, de desentrañar lo que significa o lo que puede significar”.

Moisés Mori, en su ensayo titulado, Escenas de la vida de Annie Ernaux, no califica su escritura de autoficción, puesto que nunca juega con la ambigüedad, con la indeterminación entre lo histórico y lo ficticio. Y la propia autora tampoco lo hace, no se identifica en absoluto con ese movimiento literario que para ella solo produce libros desprovistos de interés. Por esta razón rechaza que se la relacione con Margarite Duras, puesto que ésta sí tiende a ficcionalizar su vida: “Escribir la vida es el título que me ha parecido más adecuado para definir mi proyecto de escritura. Escribir la vida, no escribir mi vida. Considero lo que me ha ocurrido como materia de observación a fin de comprender, de sacar a la luz una verdad más general”.

Siempre escribe un mismo libro, un único libro, puesto que insiste sobre los mismos hechos, recrea su propio mundo y nos lo ofrece como verdadero, según Moisés Mori. Pero ella no es consciente de ello, porque al escribir un libro se olvida de todo lo que ha escrito con anterioridad.

De lo que sí es consciente es de que el término “novela” no recoge lo que ella escribe. En su tercer libro hizo quitar esa palabra de la edición. En Una mujer finaliza el libro así: “Esto no es una biografía, ni una novela, naturalmente, quizá algo entre la literatura, la sociología y la historia”. Por esto no solo a los críticos literarios, a los sociólogos también les resulta interesante su obra. A ella la sociología le proporcionó el término adecuado para su situación tras su matrimonio: “tránsfuga de clase”. De ahí que prefiera calificar sus libros de sociobiográficos, porque siempre tiene en cuenta el contexto, la historia cultural e incluso la sociología. “Las autobiografías parten de uno mismo y se limitan a dejar el contexto histórico en el fondo. Yo aspiro más bien a inscribirme a mí misma en ese paisaje, como si fuera una figura más”.

En la sociología, ciencia que trata de la estructura y funcionamiento de las sociedades humanas, se pueden incluir datos recogidos de sus libros como el de que en Francia a los sesenta y cinco años una persona puede gozar del derecho a la seguridad social. O de que para comprar una concesión en el cementerio es necesario ser mayor de setenta años. O que los críos para que expulsen las lombrices hay que coser dentro de la camisa, cerca del ombligo, una bolsita llena de ajo. También nos da la cifra de que más de tres millones de mujeres en Francia han tenido cáncer de pecho:Tres millones de pechos recosidos, escaneados, marcados, reconstruidos, ocultados, invisibles”.

Sin duda, ella —y nosotros también— está convencida de que algunos de sus libros han permitido que la gente tome conciencia de cosas que no se atrevían a decir, y a su vez les ha hecho sentirse menos solos, más libres, quizá más felices. No es extraño puesto que son el fruto de una persona a la que le importa únicamente aprehender la vida, el tiempo; entender y gozar.

Para mí escribir es descubrir. Sigamos descubriéndola, tiene mucho que ofrecer.

Escribe aquí tu comentario

Comentarios:

https://serescritor.com/