Mercé Rodoreda. Enigmática

Categoría (El libro y la lectura, El mundo del libro, General) por Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz el 26-10-2024

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“Pocas personas saben fuera de Cataluña quién era esa mujer invisible que escribía en un catalán espléndido unas novelas hermosas y duras como no se encuentran muchas en las letras actuales”. Es lo que Gabriel García Márquez escribió en un artículo tras enterarse de su muerte.

Ratificamos sus palabras. En las numerables biografías que le han dedicado a esta autora catalana, Mercè Rodoreda (1908-1983), nos hemos topado con enigmas, con datos que fluctúan —el año de nacimiento, cuándo abandonó la escuela, por qué se casó con quien se casó…— y con habladurías varias; su figura estuvo en boca de todos. Sin embargo, tenemos la certeza de que proclamaba la libertad tanto en literatura como en el amor y de que durante toda su vida tuvo una gran carencia de paz.

“Cuídate mucho: te deseo mucha paz —no digo felicidad— y poco drama de enfermedades.” Lo indica en la carta que le escribe a Marta Pessarrodona —amiga y autora de Mercè Rodoreda y su tiempo, (2007)— en 1983, meses antes de morir.

Para vivir, leyó muchísimo. Fue una entusiasta de Katherine Mansfield, de Chéjov, de Faulkner, de Dorothy Parker… “Me gusta elegir los libros yo. Me gustan los escritores que tienen alas”. Y lo que escribió en diversos géneros supuso su refugio. “Quiero escribir, necesito escribir, nada me ha dado tanto placer desde que en el mundo estoy como un libro mío recién editado”.

Su obra da una fuerte impresión de realismo: aparecen lugares y sucesos de la vida real. Describe con minuciosidad, alude a los sentidos, y muchos de sus personajes funcionan como narradores protagonistas que consiguen establecer un contacto directo con el lector. Tal y como asegura su tocaya Mercè Ibarz en Mercè  Rodoreda (2004), “sus personajes tienen capacidad de representar lo colectivo aun siendo terriblemente anodinos”, y a su vez la autora señaló que “en todos mis personajes hay características mías, pero ninguno de ellos es yo”. Al respecto García Márquez, tras charlar con ella, mencionó: “Para mí fue la única vez en que conversé con un creador literario que era una copia viva de sus personajes”.

Como su obra y su vida muestran una gran simbiosis, ahondaremos en su biografía antes de mencionar más características de su legado literario.

Fue una mujer autónoma, de timidez patológica y de reír estridente, que gozó de una infancia feliz. Al enfermar su abuelo paterno, figura determinante en la formación de la autora, su madre decidió que abandonara la escuela para cuidarlo. “Toda mi vida he lamentado no haber podido estudiar”. El final de la adolescencia coincidió con la llegada del tío materno: futuro marido y padre de su hijo, Joan Gurguí, que regresa de América en 1921. Momento en que la fascinación de la sobrina por él se rompe por su mal carácter, le da miedo su genio. Después porque se mete en negocios turbios y se convierte en un tacaño colosal, además de en un padre indiferente. Sentía que su primera pareja había sido su pecado original, porque a partir de entonces todo se complicó en su vida.

Pasa sin transición de adolescente a mujer: se casa a los veinte años —él le lleva catorce—, y al año siguiente se convierte en madre. La lectura y la escritura son su apoyo y necesidad. Hay que destacar su vertiente periodística. Colaboró en varias revistas, con artículos y entrevistas a la flor y nata literaria de la época.

Varios autores tomaron protagonismo en su vida: Andreu Nin, revolucionario y traductor al catalán de la literatura rusa; Francesc Trabal, literato y activista cultural, y Armand Obiols, pseudónimo del crítico, poeta y traductor Juan Prat.

Merced amaba a Nin. Exigió la separación a su marido cuando supo que no lo vería más y para ello le mostró una carta de Nin; él la rompió y ella guardó los trozos. Esto propició que en 1937 se fuera con el niño a casa de sus padres, quienes lo criarán, porque en 1939 le recomendaron que partiera camino del exilio por haber sido miembro de la UGT y haber trabajado en la Institución de las Letras Catalanas. Salió de Barcelona en el Bibliobús de la Consejería.

Su exilio, que será mucho más largo de lo esperado al principio, está sobre todo unido a París (donde se sentía como en casa), a Ginebra y a Obiols: los dos estaban casados y su relación duró hasta la muerte de él.

Se establecen en Ginebra en1954, donde nunca se sintió a gusto, sino exiliada, y donde escribió buena parte de su obra. En Barcelona, la mayoría de sus conocidos y los que formaban el mundo literario de la posguerra habían murmurado a sus espaldas que sus novelas las había escrito Obiols, que ejerció de secreto Pigmalión, y que incluso le ayudó a reescribir la versión definitiva de su primera novela, Aloma. También se dijo que Armand Obiols renunció a escribir como reconocimiento de que ella era mejor. De lo que no hay duda es de que Rodoreda escribía para él, escribía a destajo en su ausencia, esperando su vuelta y que él lo leyera. En 1971, la muerte de Obiols y el descubrimiento de una amante secreta de su compañero provocó en Mercè un sentimiento de soledad y tristeza, así como su vuelta a su tierra natal.

Unos años antes, al morir su marido en 1966, y a causa de la herencia, se distancia de su único hijo, Jordi. Pero diez años más tarde —a la edad de cuarenta, casado y padre de dos niños—, le cuentan que debido a la esquizofrenia que padece lo van a ingresar en un psiquiátrico. Ella se culpabilizó, pensó que había sido consecuencia de su pecado original.

Romanyà de la Selva, pueblo de la provincia de Girona, supone su paraíso final. Conoció la zona porque vivió temporadas en casa de una amiga hasta que se construyó la suya propia. Aquí pudo terminar varios de los libros proyectados en los cincuenta durante el exilio, pero que aún se le resistían.

Y desde este lugar le escribió a Joan Sales, su editor, en 1976, para hacerle partícipe de su hastío. “Estoy cansada, cansada hasta el alma de revoluciones, de golpes de estado, de guerra civil, de gran guerra, de campos de concentración, de bombardeos con napalm… de este delirio de mandar que tienen los hombres, sobre todo los que no saben mandar…”. Ella ante una guerra civil, proponía a las mujeres “humanizar la guerra”.

“Mi tiempo histórico me interesa de una manera muy relativa. Lo he vivido demasiado. Si hubiera querido hablar deliberadamente de mi tiempo histórico, hubiera escrito una crónica”.

Cuentos

En opinión de Mercè Ibanz: “El tipo de cuento que escribe no es un relato redondo, cerrado en sí mismo, sino un conjunto de ondas expansivas que abren posibilidades a la imaginación por encima de la interpretación. La mayoría surgieron en Francia, bajo las bombas o en el frío de la posguerra. Son de una impresionante calidad por su ritmo sostenido y por la afinación del lenguaje íntimo de esta voz narrativa interna obstinada y precisa que será una de las marcas de su estilo”.

“He descubierto que el cuento es un gran género, pienso hacer cincuenta, ya casi voy por la mitad”. Consiguió publicar cuarenta y nueve, recogidos en un volumen recopilatorio.

Novelas

“Una novela es también un acto mágico, refleja lo que el autor lleva adentro sin que casi no se sepa que va cargado con tanto lastre”.

Aloma (1938), quiso que fuera su primera buena novela tan autobiográfica, que a finales de 1937 obtuvo el Premio Crexells; se dice que lo consiguió gracias a Francesc Trabal. La rehízo treinta años después. Introdujo grandes cambios en la segunda edición y reconocía que el texto había perdido «la santa inocencia y la gran espontaneidad«. En realidad, la guerra y el exilio maduraron la escritura de Rodoreda, pero también le erosionaron el entusiasmo. Mejoraba el estilo, pero desaparecía la huella de la juventud. Y el humor: la frescura dejó paso, en las obras de madurez, a un universo mucho más cerrado, desconfiado, introvertido.

Sus cuatro novelas anteriores nunca las reeditó e impidió que lo hicieran. Se dio cuenta de que esas primeras obras eran malas y se exigía más. Pero desde 2016 están disponibles; salieron a la luz de manos del editor Jordi Cornudella: “la autora las rechazó, aunque nunca dijo que no se podían volver a publicar”.

La plaza del Diamante (1962): su novela más popular y querida. Con ella retomó el género narrativo casi treinta años después. Obtuvo el apoyo incondicional del público —empieza a ganar dinero a partir de este momento— y un éxito de ventas inmediato en catalán, un hecho verdaderamente insólito en aquella época. Con este libro encontró algo semejante a una identidad; es una crónica fiel de la Barcelona de posguerra y de cómo marcó este periodo histórico a sus habitantes. Y es, a juicio de Gabriel García Márquez, la más bella novela que se ha publicado en España después de la guerra civil. Nuevamente revalidamos lo dicho por él, resulta inolvidable el personaje de Colometa, la protagonista. Ha sido adaptada a la televisión, al cine y, en numerosas ocasiones, al teatro.

Rodoreda considera que su siguiente obra narrativa debe mucho al cine, a su capacidad de síntesis, a su discurrir como un sueño en la mente del espectador que hace de la pantalla, el libro, proyección de su relato interior. Además, aquí se manifiesta, por primera vez, su amor por las flores: La calle de las camelias (1966). Se la dedicó a su madre, que murió en 1964.

Y tras ella, publicaría Jardín junto al mar (1967), libro que puede ser leído como alegoría del arte de los colores y de las formas. Diez años más tarde y tras la muerte de Obiols, salió a la luz Espejo roto (1974), donde convierte en forma literaria la técnica del collage que había usado en la pintura.

“Un vuelo de pájaros cruzaba el cielo. El escarabajo que las hormigas arrastraban medio muerto era gordo, negro, reluciente. Panzudo. Me entraron ganas de ponerlo boca abajo y dispersar las hormigas. Un cañonazo desbarató el vuelo de los pájaros. Las hormigas seguían transportando el escarabajo. Un segundo cañonazo estalló más lejos; el ruido fue muriendo como si el aire se lo llevara”.

Este fragmento pertenece a la novela Cuánta, cuánta guerra (1980); la finalizó al regreso de su exilio. Resulta singular por el particular y original tratamiento que da a la guerra civil española y porque está protagonizada por un hombre, un antihéroe: lo define la autora en el prólogo, diciendo que “debería tratarse de un muchacho con el sabor de la leche todavía en los labios y que, como los poetas, quedara sorprendido por todo lo que viera”.

Sobre esta novela reconoce que la ha escrito tres veces de arriba abajo. “Solo esto ya suma unas cuatrocientas páginas. Si tenemos en cuenta que cada página ha sido escrita, al menos, tres o cuatro veces antes de pasarla a limpio, nos encontramos con un número de páginas bastante considerable; de ahí que tarde tantos años en terminar una novela”. Continúa explicando que las ideas no se le ocurren deprisa, que llegan “abriéndose camino” y que ese camino nunca es recto, ni transitable, por eso para allanarlo no cesa de escribir y de tirar hojas. “Queda lejos el tiempo aquel en que creía que, para escribir una novela, bastaba con saber catalán y saber escribir a máquina”.

En 1981 confesó a su editor: “Tengo ganas de escribir una novela que no guste ni a Dios, pero que sea extraordinaria. Lo malo es que soy un escritor sin futuro”. Emergía una nueva autora dueña de una seguridad creativa que no ocultaría sus dudas, persistentes a lo largo de los años.   Posteriormente reescribió su obra más compleja, La muerte y la primavera (1986); se considera el testamento de la escritora, publicada póstumamente, al igual que Isabel y María (1992).

Poesía

Comenzó a adentrarse en este género en el París de entonces. Escribía muchas cartas al poeta Josep Carner, su mentor en poesía. Le animaron a presentarse a los Juegos Florales y resultó premiada. Versificaba y pintaba.  Cultivó el collage y el dibujo en acuarela.

Tiene seis poemarios publicados. Su poesía no ha sido recopilada y editada hasta 2002. “Aún vencida, quiero ser yo misma, / abeja furiosa de su miel”. Pertenece a uno de sus poemas escrito en 1948 en París. Y también el título del que se ha servido la mencionada Mercè Ibarz para el recién editado retrato suyo Abeja furiosa de su miel: retrato de Mercè Rodoreda (2024).

Obras de teatro

Se puede decir que no destacó con ellas, pero sí se atrevió a escribir tres obras de teatro, que fueron puestas en escena tras su muerte. “Escribo porque me gusta escribir. Si no me pareciera exagerado diría que escribo para gustarme a mí. Si de rebote lo que escribo gusta a los otros, mejor. Quizás es más profundo. Quizás escribo para afirmarme. Para sentir que soy”.

En una clínica de Girona, en 1983, se apagó su vida, a causa de un cáncer hepático. El heredero literario fue una institución, donde hoy se encuentra su fundación; su casa se vendió pronto, y tanto su biblioteca como sus pinturas se dispersaron.

Pero, en realidad, ¿quién fue Mercè Rodoreda? “Una auténtica renovadora de la historia de la literatura en una España agitada y destruida por la ideología invisible de las cabezas rectoras del país”, en palabras de Diana Sainz Roig.

“Una persona inteligente, autodidacta, muy despierta, con una implicación muy fuerte con las corrientes de pensamiento más beligerantes de su tiempo, sin olvidar su condición de mujer y de mujer catalana», en boca del editor Jordi Cornudella.

Y nos quedamos con la tan acertada afirmación de García Márquez; quien recalca que la vida privada de Mercè Rodoreda es uno de los misterios mejor guardados: “No conozco a nadie que la haya conocido bien, que pueda decir a ciencia cierta cómo era, y sus libros sólo permiten vislumbrar una sensibilidad casi excesiva y un amor por sus gentes y por la vida de su vecindario que es quizá lo que les da un alcance universal a sus novelas”.

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