Posiblemente el diálogo sea una de las formas más creíbles para el lector. Con él resulta más verosímil la historia, puesto que la cuentan los propios personajes. Es como asistir a una conversación sin que los que dialogan se percaten de nuestra presencia. Es un método efectivo para darlos a conocer sin explicaciones adicionales. Tal vez por eso despierta interés en el lector.

En realidad, lo que conseguimos con el diálogo es que el lector “vea” a los personajes a través de sus voces. A su vez, es una manera de economizar el lenguaje con simples y escuetas informaciones “verbales”.

El diálogo es liberador para el narrador y libre para el lector: liberador porque aquél abandona su papel de narrador para, simplemente, dejar hablar a los personajes. Y resulta una forma libre de lectura ya que el lector saca sus propias conclusiones, sin interpretaciones del narrador.

Los personajes se pueden caracterizar a través del diálogo sin que el narrador añada ningún tipo de información. A medida que el diálogo avanza, se van mostrando cómo son mediante la forma en que se expresan. Por eso, cuando les hacemos hablar debemos tener en cuenta lo siguiente: qué dicen y cómo lo dicen. El lector ha de poder deducir ciertos aspectos de su personalidad a través de sus palabras. Otra función del diálogo es la de aportar agilidad. En aquellos relatos en los que los hechos deben sucederse con rapidez se utiliza el diálogo para hacer avanzar la historia.

Pero hay que tener muy en cuenta que el uso del diálogo implica un peligro a la hora de crear situaciones. Si no se utiliza con la forma y la dosificación apropiadas, las situaciones pueden resultar: artificiales, lo que da poca credibilidad a la trama y ambiguas, la acción resulta poco clara y los personajes no se diferencian por sus voces. Además, siempre tiene que transmitir una determinada información, que puede referirse tanto a situaciones como a personajes.