Francisco Umbral. Artista de la palabra

A Francisco Umbral se le puede calificar de escritor sin género. Pensaba que la gramática no es una colección de signos unívocos, sino alquimia, un artefacto mágico que nace de la imaginación.

“Solo robando de otro se aprende a escribir y, por eso, la literatura está entre los delitos comunes. (…) Prefiero el robo a la influencia”.

Nacido en Madrid el 11 de mayo de 1935, Francisco Pérez Martínez (para el registro civil, no para la historia) fue llevado pronto a Valladolid. Como cuenta José Besteiro en Francisco Umbral. Manual de instrucciones (2024), la suya es la increíble y fantástica historia de un niño de la guerra a quien la posteridad le había reservado un brillante destino como botones de banco y, sin embargo, consiguió convertirse en Príncipe de Asturias de las Letras. Vivía para escribir y luego lo contaba. Literaturizó lo cotidiano, lo subió a los altares de la poesía y se sirvió de la escritura como fiel trasunto de su propia vida, pero ¿de qué vida?, exhibir su yo era la mejor manera que tenía de ocultarse. Por eso La mentira por delante (2021) lo define a la perfección, Lorenzo Montatore titula de esta manera la primera biografía gráfica de Umbral.

“La prosa es el pulso de un país, así como la poesía puede que sea su perfume”.

Tendríamos que diferenciar entre el autor y su obra. ¿Y por qué decimos esto? En muchas ocasiones, rechazamos todo lo que ha escrito la persona que tiene una notable presencia pública y cuyos modales, formas y opiniones nos disgustan. No cabe duda de que su imagen pública le perjudicó, porque dificultó que su obra fuera leída. No hacía la menor concesión para caer bien, pero eso no lo descalifica como escritor. Se equivocan quienes piensan que era un ogro; interpretaba ese papel, necesitaba un escudo para protegerse del mundo: era un escritor doloroso que se curaba escribiendo.

Cuidaba mucho su imagen, su vestimenta; sus características prendas (el abrigo, la bufanda) le ayudaban a no sentir el frío de la vida en la que vivió, la soledad que le acompañó en su niñez. Lo somatizó todo: la ausencia del padre, la relación con su madre y la pérdida del hijo. Anna Caballé, precisamente, tituló su semblanza El frío de una vida (2004).

José Besteiro califica este libro como la mejor biografía sobre él, aunque la autora no lograra descubrir la identidad del padre, tras haberse pasado años investigando. Ese secreto lo dio a conocer Manuel Jabois en 2015, muchos años después de su muerte, en 2007. No le conoció, pero habló de él como de un poeta que estuvo en la cárcel, de un bohemio que aparecía de tarde en tarde…

Seguramente con su madre viva hubiera seguido en el banco, de botones. “La muerte de mi madre marcó un hito importante en mi vida. De vivir ella hubiese tardado más en ser escritor. Inteligente y dominante, me absorbía”. “La taquigrafía. Sí, mamá me enseñó pacientemente durante algunos años, haciéndome poner la Divina Comedia en aquel lenguaje de palos y de curvas jeroglífico”. No solo eso, la madre le hacía leer, hasta aprenderse de memoria, varios libros.

“De mi madre he escrito mucho, tanto, demasiado, hasta crear otra que no es ella, pero así es como la recupero”. Innumerables fueron las veces que escribió “mamá” en sus libros porque nunca pudo llamarla así en vida; fue su tía May.  Primero no sabía que lo era y cuando lo supo o lo intuyó —de adolescente—, ya era demasiado tarde. Tuvo que guardar las apariencias, era un hijo de madre soltera y fruto de un adulterio. Así se entiende que el tema de la sexualidad le obsesionara y lo viera como el mal sagrado causante de su desdicha; proclamó la defensa de la libertad sexual, junto a una sociedad más tolerante.

Por lo que acabamos de mencionar las mujeres, con la escritura y la política, fueron una de sus tres grandes obsesiones. A su mujer/madre, a su esposa, María España, le dedica Carta a mi mujer (2008). En realidad, son dos cartas escritas en los ochenta que tardó en publicar más de veinte años, quizá debido a que su contenido atentaba contra su imagen de hombre transgresor y libertino y quizá porque la verdadera destinataria era ella y no el público. Fue el homenaje a la mujer de su vida. Abogó por un matrimonio libre: “El matrimonio es un error porque el hombre es promiscuo por naturaleza”.

Aunque las mujeres fueron para él una inagotable fuente de inspiración ― “El ángel custodio del hombre es la mujer” ―, no disimuló los sentimientos ambiguos ambivalentes que experimentaba hacia ellas y que oscilaban entre ternura y acidez, empatía y antipatía, unión y ruptura.

“Las letras, el alfabeto, la escala de las vocales, el niño, la sombra de la madre. (…) Por ahí empieza la historia, hijo, empieza la cultura, el mundo de los hombres, ese juego que hemos inventado para aplazar la muerte”.

Su único hijo, nacido en 1968, falleció a los seis años de una leucemia, en 1974. Nunca asimiló su muerte, desde entonces fue un vivo aplazado. Y a él le dedicó Mortal y Rosa (2001), considerado como uno de sus mejores libros y también uno de los más sinceros. Es una obra impregnada de música, de dulzura, de dolor, también de feminidad y muerte. Es un libro que desde el principio adquirió sobre los otros una particularidad, y es que estaba pensado para fundar la escritura de la relación paterno filial. Empezó a escribirlo el día que nació y lo terminó al cabo de los dos años de enfermedad. Es el primer texto que incorpora a su hijo como motivo, al margen de un cuento anterior, titulado “La Mecedora”, que lo insertará para finalizar la obra. “Soy el único cadáver que ha escrito un libro en la historia de todos los tiempos”.  A partir de aquí declara que cada libro es un instrumento que le permite olvidar fugazmente la catástrofe de su vida.

Albert Lladó (periodista, dramaturgo y escritor) confiesa que se convirtió en lo que es debido a este libro, “donde Francisco Umbral demuestra que la gramática no es una colección de signos unívocos, sino alquimia, un artefacto mágico que nace de la imaginación”.

“Mi Underwood. Este chisme me ha dado de comer durante casi medio siglo, me ha salvado de la biografía negra y negativa que me esperaba, ha sido el garfio de todos mis naufragios”.

Por las mañanas, con una Olivetti roja —se jactaba de poseer tres máquinas de escribir, tres metralletas de juguete— que le había regalado una admiradora, se dedicaba al artículo del día, luego a dos o tres folios del libro en el que estuviese metido y por la tarde leía; casi nunca novela, casi siempre ensayo y poesía. “Su frase, muchas veces, está medida, tiene la métrica de un verso (…) Él pensaba el tema y lo escribía con toda la facilidad. En los últimos tiempos me lo dictaba y no se corregía”, anuncia España.

Su obra, además de desbordante (más de 100 libros y más de 150.000 artículos), es el gran relato autobiográfico; solo escribió del yo, pero su vida real quedó al margen.  “Toda mi obra, toda, absolutamente toda, habla de mí. Yo lo que tengo que hacer es contar mi vida que es lo que han hecho los buenos. Porque todas las vidas son iguales y tienen temas comunes a la especie humana: el amor, la soledad, la ambición, el sexo, el instinto de matar, el instinto de morir. Por tanto, contando mi vida, cuento la de los demás”.

Por un lado, en Diario de un escritor burgués (1979), Umbral se abre el pecho y exhibe sus heridas, sus crisis personales, sus fracasos vitales… Por otro, con quien realmente se sincera es con Miguel Delibes. Mediante la relación epistolar plasmada en La amistad de los dos gigantes (2021), ambos autores practican una suerte de sinceridad sin intimidad, hasta tal punto que Umbral llega a decirle “sigo siendo tu octavo hijo”, y a su vez lo considera “su hermano mayor”. Y tras recibir el Premio Nadal en 1975, le escribe y le muestra su desconcierto: “El éxito no borra el dolor”.

Bénédicte de Buron Brun (profesora y crítica literaria especialista en Umbral) editó, mucho después en 2009, Francisco Umbral. Una identidad plural, el primer coloquio internacional celebrado en Francia y que resultó ser, también, un primer homenaje (había fallecido mes y medio antes). Posteriormente, en Francisco Umbral. Verdades y contraverdades del cuarto poder (2015) recopila asimismo artículos interesantísimos de diversos autores entre los que encontramos uno de Rosa M.ª Navarro Romero en el que afirma: “Leer una novela de Umbral es leer un diario íntimo, enfrentarse a una de sus columnas es enfrentarse a un texto novelístico, y un supuesto ensayo puede acabar convertido en una memoria biográfica. Siempre afirmó que no le importaban los géneros, afirmación que es coherente con su actitud de insurrección ante las reglas establecidas”.

Por esta razón se le puede calificar de escritor sin género o cuya obra presenta mil géneros, de manera que podría hacerse un libro sobre él, como un puzle o una alfombra de nudos. Queremos poner en valor su autodidactismo (no acabó el bachillerato), ya que apenas tiene término de comparación en el ámbito de la literatura española. Su escritura contiene una fuerza fascinante, hipnotizadora. Umbral no es un pozo negro que engulle al lector en su mediocridad, al contrario, es un ascenso al conocimiento, al vértice del saber. Escribe para que lo admiren o para que lo odien, pero sobre todo para que lo conozcan. “Escribir es una manera obsesiva en mí de prolongar el hilo de la cotidianeidad de ir desenredando la madeja del tiempo en la hebra de la prosa”. Desde muy pronto pensará en la literatura como salvación y en la salvación como literatura. Para él, escribir ha sido una forma, la única al alcance, de adueñarse del mundo. Tengamos en cuenta que escribir, en su caso, significa publicar; solo la publicación hace posible la voluntad de dominio; y el reconocimiento de los demás y, por supuesto, la fama.

Creía en el escritor profesional, por eso insistía en que el folio se cobra y reconoció que los escritores tradicionalmente “nos hemos llevado fatal, a muerte (…), porque somos muy vanidosos”. Tras el Premio Nacional de Literatura (1997): “hoy me siento más vacío que nunca. El que te den un premio es como que te recen una misa”. “Yo soy un cadáver que vive de la vida infundida de los libros, sé que solo ellos, con su olor y su imaginación, me alimentan”.

El artículo fue su hacha de guerra, su estilete, el arma que le dio la vida para entrar a saco y vencer la espada corta y segura con que conquistar y construir un pequeño imperio personal.  En este sentido emitió estas rotundas afirmaciones: “La literatura puede abstenerse de hablar del poder y centrarse en los amores de fulanita, pero el periodismo está obligado a entrar en la batalla. El periodismo favorable al gobierno o al partido dominante no tiene ningún sentido”. “No entiendo a quienes me preguntan por la compaginación periodismo/ literatura. Solo es la diferencia entre un piano tocado por Wagner o por Chopin, pero el piano siempre es el mismo”.

“La novela, como dijo alguien, está hecha de rellenos. La columna, porque no puede permitirse esos lujos, ha de ser sintética, rápida, audaz, fulgurante, esquemática, urgente, y así la entiendo yo. A pesar de lo cual no renuncia a un lenguaje que no es un adorno, sino una manera rápida de llegar al lector”.

Es historia del columnismo literario español, nadie lo puede negar. Alejandro Gándara señala que en el columnismo era un buscador de oro nato y un hallador de minas donde “los demás hemos resbalado toda la vida”. Sus artículos hacen gala de un marcado carácter transgresor que se manifiesta fundamentalmente en varios planos. En el tipográfico, ya que introduce algunos recursos innovadores como las negritas para resaltar los nombres propios o la barra tipográfica para enlazar vocablos. En el plano léxico, porque emplea términos tomados de la jerga cheli —recordemos que en 1983 publicó un Diccionario cheli— y también neologismos.  Y, a su vez, en la transgresión temática.

Si sus artículos son lo más conocido, los cuentos son sus desconocidos. Como en todo lo demás, se constata en ellos su esencia hondamente poética. Son cuentos muy elaborados, técnicamente impecables y estilísticamente logrados, que rompen cánones en busca de una perenne innovación creativa.

Para terminar, resaltamos la importancia que daba él a su identidad de escritor. Necesitaba probarse constantemente que era un escritor al que no le bastaba con escribir, sino que tenía que corroborarlo. Cambiarse el nombre, darse un nombre y hacerse un nombre. La vida no es lo que vivimos, sino lo que pensamos. Y así Pérez acabó creyéndose Umbral, usó el cambio de nombre porque los nombres imprimen carácter y, tras el cambio, el personaje se comió a la persona, y a partir de entonces siempre fue con la mentira por delante.

En la programación radiofónica de mayo de 1958 utilizó por primera vez “Francisco Umbral”. Eligió quedarse en el atrio, en el umbral —comentó que por su eufonía—: “Uno es importante a condición de no moverse del sitio”. Decidió ser escritor, porque fue la respuesta que encontró para la pregunta quién soy y para intentar olvidar: soy un objeto de vergüenza, soy el no reconocido, el rechazado. Ahí ubicó el gusto por la lectura que le transmitió su madre y los escritores que adoptó como padres: Ruano, modelo de deseo; Larra, con el que tanto se identificó; Neruda, modelo poético, además de Juan Ramón Jiménez, Guillén, Lorca… Por eso también se individualizó. Su obra es un permanente autorretrato, una constante autoconstrucción.

“Una columna, aunque sea política, es un ramo de palabras que en principio tejemos en nuestro propio honor y memoria. Escribimos para que se nos recuerde, aunque escribimos olvidando o para olvidar algo”.

 

Francisco Umbral. Manual de instrucciones

 

 

Biografía gráfica

https://espacio.fundaciontelefonica.com/evento/la-mentira-por-delante-francisco-umbral/

Por las mañanas

https://elpais.com/cultura/2015/03/27/babelia/1427465076_128252.html

Albert Lladó

https://elpais.com/babelia/en-pocas-palabras/2024-01-27/albert-llado-la-justicia-siempre-ha-confundido-histrionismo-con-teatralidad.html

La novela, como dijo alguien,

Entrevista de césar Coca en enero 2001 para el diario vasco.

cuentos

https://arbor.revistas.csic.es/index.php/arbor/article/view/2054/2582

 

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