Artificios literarios. Tercera parte
Categoría (General, Taller literario) por Ana Merino y Ane Mayoz el 06-01-2020
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Tal y como dijimos en su momento, los personajes son el elemento básico del relato, puesto que en torno a ellos gira la acción de la novela. Por este motivo, es relevante la forma en que un personaje aparece en escena por vez primera. Hay distintas maneras de presentarlo según el tipo de narrador y según la relación que el personaje tenga con la trama, con los otros personajes…
El momento en que un escritor decide comunicar al lector la presencia de un personaje constituye un recurso literario por sí mismo. Por lo tanto, hay que tener en cuenta cuándo nombrar al personaje, quién lo nombra y cómo aparece en la historia. Veamos varios ejemplos.
En este caso, un narrador que está fuera de la historia lo presenta:
“Él era un muchacho tímido acostumbrado a que cualquier mujer se retocara el cabello nada más verle. En sus ojos se desencadenaban unos verdes intensos que faltaba al decoro con solo abrirlos. Y en sus manos, la calma”. (Era tan bella, Francisco Perejil).
Aquí es el propio narrador en primera persona, que a su vez es el personaje protagonista, quien habla de sí mismo:
“Yo nací hace mucho tiempo. Mi padre era un robusto granjero y mi madre regentaba una taberna”. (El tercer policía, Flann O’Brien).
Por el contrario, en este ejemplo es otro personaje de la historia el que lo da a conocer:
“Recordaba Mosén Millan el día que bautizó a Paco en aquella misma iglesia. La mañana del bautizo se presentó fría y dorada, una de esas mañanitas en que la grava del río que habían puesto en la plaza durante el Corpus, crujía de frío bajo los pies. Iba el niño en brazos de la madrina, envuelto en ricas mantillas y cubierto por un manto de raso blanco, bordado en sedas blancas, también”. (Réquiem por un campesino español, Ramón J. Sender).
Otra posibilidad se da cuando el narrador describe las acciones del personaje, esto es, nos lo presenta al personaje actuando; de esta manera son sus actos y comportamientos los que van definiéndolo:
“Beaumont, dejando a un lado el diario, sorbió el café que aún le quedaba en la taza, y dejándola con su plato en su mesa de noche, se recostó en las almohadas. Su cara estaba pálida y cansada. Tirando de la colcha se tapó hasta el cuello; cruzó las manos por detrás de la cabeza y miró con desagrado la luz que penetraba por una rendija de la ventana. Permaneció quieto durante media hora, sin mover más que los párpados. Después recogió el periódico y releyó la noticia y, al hacerlo, el disgusto que denunciaban ya sus ojos se extendió por toda la cara”. (La llave de cristal, Dashiell Hammett).
También se puede dar el caso de que sea presentado conjuntamente a través de las voces del narrador, del protagonista y de otros personajes:
“Todavía llevaban pantalón corto ese año, aún no fumábamos, entre todos los deportes preferían el fútbol y estábamos aprendiendo a correr olas, a zambullirnos desde el segundo trampolín del Terrazas, y eran traviesos, lampiños, curiosos, muy ágiles, voraces. Ese año, cuando Cuéllar entró al Colegio Champagnat. Y él nada, de buen humor, no me pasa nada, había que cuidar un poco la pinta ¿no?, soplándose, sobándose las uñas, parecía el de antes. Qué alegrón, hermano, le decíamos, qué revolución verte así, ¿no será qué?, y él, como una melcocha, a lo mejor, ¿Teresita?, de repente pues, ¿le gustaba?, puede que sí, como un chicle, puede que sí”. (Los cachorros, Mario Vargas Llosa).