Baudelaire. Consejos a los jóvenes literatos

Categoría (Consejos para escritores, General) por Manu de Ordoñana el 18-02-2015

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Conseils aus jeunes littératteurs” fue escrito por Charles Baudelaire y publicado por “Le Boucher Éditeur” el 15 de abril de 1846, en el libro “El espíritu público”. El texto íntegro que se reproduce a continuación es una traducción fidedigna de esta edición:

Los preceptos que se exponen a continuación son fruto de la experiencia; la experiencia implica haber cometido algún disparate; y como todos los hemos cometido ─muchos o pocos─, espero que esta experiencia mía sea confirmada por la de cada cual.

Estos preceptos sólo pretenden de servir como vademécum, sin ninguna más alcance que el derivado de una cortesía pura y honesta. ¡Enorme objetivo! ¡Suponed el código de urbanidad escrito por una Warens de corazón bueno e inteligente, el arte de vestirse adecuadamente enseñado por una madre! De la misma manera me gustaría a mí aportar esa ternura fraternal en estos preceptos dedicados a los jóvenes escritores.

1.- De la suerte y de la mala suerte en los comienzos. Los jóvenes escritores que, hablando de un colega novel con acento envidioso, dicen: «¡Ha comenzado bien, ha tenido una suerte loca!», no se dan cuenta de que ese comienzo no ha sido el primero que ha escrito, sino el resultado de otros veinte comienzos que fueron rechazados por el autor.

No sé yo si, para salvaguardar la reputación, se niega el chispazo de la inspiración. Creo más bien que el éxito es, en una proporción aritmética o geométrica, según el carácter del escritor, el resultado de éxitos anteriores, a menudo invisibles a simple vista. Hay una lenta acumulación de éxitos moleculares, pero nunca por generación espontánea y milagrosa. Los que dicen: «Yo tengo mala suerte«, son los que nunca han tenido éxito y no saben lo eso significa.

Ya sé que existen miles de circunstancias que rodean a la voluntad humana y que cada una de ellas tiene su razón de ser. Forman una circunferencia en la que está encerrada la voluntad. Pero esta circunferencia está en movimiento, gira continuamente y su centro cambia cada día, cada minuto, cada segundo. Así todas las voluntades humanas que están enclaustradas en dicho círculo interactúan entre ellas, y eso es lo que constituye la libertad.

Libertad y fatalidad son dos cosas contrarias, aunque, vistas de cerca y de lejos, parece que sólo es una voluntad. Por eso precisamente no existe la mala suerte. Si uno tiene mala suerte, es porque algo falla. Y ese algo hay que conocerlo y luego estudiar el efecto de las voluntades vecinas para desplazar con éxito la circunferencia.

Un ejemplo entre mil. Muchas personas a las que amo y aprecio arremeten contra personajes populares como Eugenio Sue o Paul Féval. Pero el talento de estos hombres, por frívolo que sea, existe no obstante, y el enfado de mis amigos no existe, o apenas existe, es tiempo perdido, la cosa menos preciosa que hay en el mundo.

La cuestión no es saber si la literatura del corazón o de la forma es superior a la de la moda. Eso es verdad, al menos para mí, pero sólo a medias, ya que tú no posees en el género que quieres cultivar más talento que el que tiene Sue en el suyo. Pon interés con medios nuevos; aplica una fuerza igual y superior en sentido contrario; dobla, triplica, cuadriplica la dosis hasta alcanzar la misma concentración, y entonces no tendrás el derecho a hablar mal  de la burguesía, ya que tú también eres un burgués. Hasta aquí ¡voe victis! ya que nadie niega que la fuerza es la justicia suprema.

2.- De los salarios. Por hermosa que sea una casa, lo primero que cuenta —antes de juzgar su belleza— es la superficie que tiene. De la misma forma, la literatura —que es la materia más imprecisa— es ante todo una serie de columnas escritas; y el arquitecto literario, cuyo sólo nombre no es una garantía de beneficio, debe vender a cualquier precio.

Hay jóvenes que dicen: «Ya que esto vale tan poco, ¿para qué tomarse tanto trabajo?» Hubieran podido presentar su mejor trabajo, en cuyo caso sólo habrían sido estafados en parte, por la ley de la naturaleza. Pero al no hacerlo, se han estafado ellos. Mal pagados, hubieran podido al menos encontrar el honor, pero así lo único que han conseguido es perderlo.

Resumo lo yo que podría escribir sobre este asunto con este precepto supremo que someto a la consideración de los filósofos, de los historiadores y de los hombres de negocios: «¡Sólo con buenos sentimientos se logra la fortuna!»

Los que dicen: «¡Para qué romperme la cabeza por tan poco!» son los mismos que luego, una vez alcanzada la fama, quieren vender sus libros a doscientos francos el pliego y, al ser rechazados, vuelven al día siguiente para ofrecerlo a la mitad de precio. Un hombre razonable hubiera dicho: «Yo creo que esto vale tanto, porque tengo talento; pero si hay que hacer alguna concesión, la haré, para tener el honor de ser de los vuestros».

3.- De las simpatías y de las antipatías. Tanto en el amor como en la literatura, las simpatías son involuntarias; no obstante, necesitan ser verificadas, y posteriormente la razón las comparte. Las verdaderas simpatías son excelentes, pues son dos en uno; las falsas son detestables, pues no hacen más que uno, menos la indiferencia primitiva, que vale más que el odio, consecuencia necesaria del engaño y de la desilusión.

Por eso yo admiro y admito la camaradería, siempre que esté fundada en relaciones esenciales de razón y de temperamento. Es una de las santas manifestaciones de la naturaleza, una de las numerosas aplicaciones de ese proverbio sagrado: la unión hace la fuerza.

La misma ley de franqueza y de ingenuidad debe regir las antipatías. Sin embargo, hay personas que se hacen odiosas o admiradas de manera irreflexiva. Y eso es imprudente, hacerse un enemigo sin provecho ni beneficio. Un golpe fallido no deja por eso de herir al rival a quien iba destinado, sin contar que también puede herir a cualquiera de los testigos del combate.

Un día, durante una lección de esgrima, un acreedor vino a molestarme. Yo lo perseguí por la escalera a golpe de florete.  Cuando volví, el maestro de armas, un gigante pacífico que me podía tirar al suelo de un soplido, me dijo: «A medida que prodigan su antipatía! un poeta! un filósofo! Había perdido el tiempo de hacer dos asaltos, estaba sofocado, avergonzado y despreciado por otro hombre más, el acreedor, a quien yo no había hecho ningún mal.

De hecho, el odio es un licor precioso, un veneno mucho más caro  que el de los Borgia, ya que está hecho con nuestra sangre, nuestra salud, nuestro sueño… y dos terceras partes de nuestro amor! Hay que guardarlo para las ocasiones.

4.- Del vapuleo. El vapuleo no debe practicarse más que contra los secuaces del error. Si somos fuertes, nos perdemos atacando a un hombre fuerte; aunque disintamos en algunos puntos, él será siempre de los nuestros en ciertas ocasiones.

Hay dos métodos de vapuleo: en línea curva y en línea recta, que es el camino más corto. La línea curva divierte a la galería, pero no la instruye. La línea recta consiste en decir: «El señor X es un hombre deshonesto y además un imbécil; cosa que voy a probar» —¡y a probarlo!—; primero…, segundo…, tercero…, etc. Recomiendo este método a quienes tengan fe en la razón y buenos puños.

Un vapuleo fallido es un accidente deplorable, es una flecha que vuelve al punto de partida, o al menos, que nos desgarra la mano al partir; una bala cuyo rebote puede matarnos.

5.- De los métodos de composición. Hoy hay que producir mucho, de modo que hay que andar de prisa, pero hay que hacerlo despacio; es menester que todos los golpes sean certeros y que ni un solo sea al vacío. Para escribir rápido, hay que haber pensado mucho, haber madurado el argumento paseando, en el baño, en el restaurante, y hasta cuando haces el amor.

Delacroix me dijo un día: «El arte es algo tan grande y tan fugaz que los pinceles nunca están lo bastante limpios, ni las herramientas son lo bastante expeditivas”. Pasa lo mismo con la literatura. Por eso, yo no soy partidario recortar lo ya escrito , ya que perturba el espejo del pensamiento. Algunos, incluso los más distinguidos —como Édouard Ourliac—, comienzan escribiendo mucho y seguido, lo llaman cubrir el lienzo. Esta operación confusa tiene como objetivo no olvidar nada. Luego, cuando retoman la escritura, cortan y modifican lo que no les gusta. El resultado, en lugar de ser genial, es una pérdida de tiempo… y de talento.

Cubrir un lienzo no es cargarlo de colores, sino esbozar el motivo de forma liviana, organizar los espacios con tonos ligeros y transparentes. La tela hay que cubrirla —en espíritu— en el momento en que el escritor toma la pluma para escribir el título.

Se dice que Balzac escribe sus manuscritos y sus pruebas de manera fantástica y desordenada. La novela pasa entonces por una serie de etapas en las que se diluye no sólo la unidad de la frase, sino también la de la obra. Es sin duda ese método el que da a su estilo ese no se qué de difuso y de atropellado, el único defecto que se puede achacar a este gran historiador.

6.- Del trabajo diario y de la inspiración. Orgía no es sinónimo de inspiración, hay que romper ese parentesco adúltero. La excitación súbita y la debilidad de algunos caracteres corroboran ese prejuicio odioso.

Una alimentación adecuada y regular es lo único que necesita un escritor fecundo. Decididamente, la inspiración es hermana del trabajo cotidiano. Estos dos conceptos opuestos no son excluyentes, como tampoco lo son los antagonismos que existen en la naturaleza. La inspiración se somete a la voluntad del artista, como el hambre, como la digestión, como el sueño. Hay en la mente una especie de mecanismo celestial del que no hay que avergonzarse, sino todo lo contrario, aprovecharse de él, como los médicos se sirven de los recursos internos del cuerpo humano.

Parece como que en la mente hay una especie de mecánica celeste, que no debe avergonzarnos, sino al revés, aprovecharla para sacarle partido, como hacen los médicos con los recursos del cuerpo. Si quieres vivir en la contemplación continua de tu obra futura, el trabajo del día a día te servirá de inspiración, de la misma forma que la escritura legible te servirá para aclarar el pensamiento, y el pensamiento sosegado e intenso, para escribir de manera legible. El tiempo de escribir mal ya ha pasado.

7.- De la poesía. En cuanto a los que se dedican o se han dedicado con éxito a la poesía, yo les aconsejo que no la abandonen nunca. La poesía es una de las artes que más rinde, aunque sea una inversión cuyos intereses sólo se cobran a largo plazo, pero de alto rédito. Desafío a los envidiosos a que me citen buenos versos que hayan arruinado a un editor.

Desde el punto de vista moral, la poesía establece el límite entre los espíritus de primera y segunda  categoría, y el público más burgués no es una excepción a esta influencia despótica. Conozco gente que no lee los melodramas ─a menudo mediocres─ de Théophile Gautier, sólo porque escribió “La comedia de la Muerte”. Son personas que no valoren el mérito de esta obra, aunque saben que la escribió un gran poeta.

Por lo demás, ¿qué tiene eso de extraño? Cualquier hombre que goce de buena salud puede pasar dos días sin comer, pero sin poesía… jamás. El arte que satisface la necesidad más imperiosa del hombre es también el más respetado.

8.- De los acreedores. Probablemente te acordarás de una comedia titulada “Desorden y genio”. Que el desorden haya acompañado a veces al genio, lo único que prueba es que el genio es terriblemente poderoso. Por desgracia, para muchos jóvenes, ese título expresaba no un accidente, sino una necesidad.

No creo que Goethe tuviera acreedores. El mismo Hofmann, el desordenado Hofmann, acuciado por necesidades urgentes, anhelaba escaparse de ellos y murió precisamente cuando su genio empezaba a brillar y lo habría podido conseguir si hubiera vivido más tiempo.

No tengas nunca acreedores; a lo sumo, haz como que los tienes, ése es mi consejo.

9.- De las amantes. Si quiero acatar la ley de los contrastes que gobierna el orden moral y el orden físico, me veo obligado a catalogar como mujeres peligrosas para los hombres de letras, a la mujer honesta, a la mujer pedante y a la actriz. La mujer honesta, porque pertenece necesariamente a dos hombres y es pasto indigesto para el alma despótica de un poeta. La mujer pedante, porque es un hombre fallido. La actriz, porque habla en «argot» y sólo posee barniz literario. En definitiva, porque no es una mujer en todo el sentido de la palabra, ya que el público le parece más importante que el amor.

¿Te imaginas un poeta enamorado de su mujer y cohibido al verla hacer el papel de un travesti? Seguro que prende fuego al teatro. ¿Te imaginas a ese mismo poeta obligado a escribir un papel para su mujer, que no tiene talento? Y ese otro sudando para ofrecer con epigramas al público del proscenio el daño que ese mismo público ha infringido a su ser más querido, ese ser que los orientales encierran con triple llave para que no vengan a París a estudiar leyes?

Dado que los verdaderos literatos sienten horror por la literatura en ciertos momentos de su vida, para ellos —almas libres y orgullosas, espíritus fatigados que sienten la necesidad de descansar el séptimo día—, yo sólo admito dos clases posibles de mujeres: las vírgenes o las esclavas; el amor o el puchero.

Hermanos, ¿hay necesidad de exponer las razones?

 

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