Cómo reescribir. Primera parte
Categoría (General, Taller literario) por Ana Merino y Ane Mayoz el 06-04-2017
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Escribir es sobre todo corregir. Así lo manifestó el escritor Augusto Monterroso: “Yo no escribo; yo sólo corrijo”. Y no sólo él, todos los expertos coinciden en que ningún escritor es bueno hasta que no aprende a corregir.
Al terminar la primera escritura, aparece el placer de haber materializado un deseo: el de darle forma a una idea o a una imagen. A continuación, sería necesario comprobar si coincide la idea inicial con el texto. Lo que debe quedar claro es que se trata de una primera escritura y que por lo tanto está pendiente de revisión y de cambios.
Después se necesita dar el paso de aprender a desechar. Un buen escritor no se conoce tanto por lo que publica como por lo que desecha. Y hay que tener criterio y por supuesto valor para tachar lo que haya que tachar y para oír opiniones y reflexionar seriamente sobre ellas.
Cuando se toma esa decisión, todo se pondrá en duda y se someterá a prueba. No es una tarea fácil. El artesano no quiere destruir su creación. Por eso, la primera reacción es ponerse a la defensiva. Pero este es el momento donde tiene que primar no lo que ya está, sino el cómo quedará, cómo se puede mejorar lo que aparece escrito.
En este proceso de revisión del texto, destacamos una reflexión anterior y otra posterior a la escritura de un texto:
- La anterior es la prolongada elaboración mental, que puede resultar paralizante para unos y fructífera para otros.
- La reflexión posterior, realizada durante las lecturas siguientes a la primera escritura, es el tiempo de la reescritura. En este sentido Raymond Carver afirma: “Créanme, es difícil encontrar un texto narrativo o una poesía –mía o de cualquier otro- que no pueda ser mejorada en algún sentido si se deja reposar un tiempo”.
Reescribir consiste en trabajar el texto basándonos en técnicas exigidas por el mismo texto: cada relato es entendido como un mundo diferenciado. No se trata de responder a un modelo ideal ni a condiciones reglamentadas, sino que debemos considerar los códigos, las convenciones y las premisas del argumento según los parámetros que cada relato propone.
Y lo más complicado resulta poner el límite, cuánto y qué se desecha, cuándo se sabe que ya es suficiente…
Desechar, en el caso de tratarse de un texto que nos gusta, lo asimilo a ponerlo a dormir en nuestro almacén de letras, hasta que llegue el momento de despertarlo en otro relato.