Discurso sobre el estilo

Categoría (Consejos para escritores, El libro y la lectura, El oficio de escribir, General) por Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz el 27-12-2018

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Pronunciado en 1753, cuando Georges Louis Leclerc (1707-1788), conde de Buffon (título otorgado por el rey Luis XV en 1773), es elegido miembro de la Academia Francesa. Con este discurso protesta por el estilo ampuloso que prevalecía en Francia, especialmente en los textos científicos. Lo comprendido en él aparece recogido en el libro que la editorial Universidad Nacional Autónoma de México publicó en 2004 con la traducción de Alí Chumacero (poeta, ensayista y editor) y la presentación de José Luis Rivas (escritor, traductor y poeta mexicano).

Muchos conocerán el nombre de Buffon unido a otras materias. Y es que, sin duda, estamos ante una eminencia en el ámbito de la botánica, la zoología, la astronomía, la antropología, la geología… Por eso, lo que hoy vamos a comentar aquí, hace referencia a una obra pequeña, en extensión, de un gran hombre que brilló en diferentes campos relacionados con la naturaleza.

Afortunadamente nos ha llegado un inmenso legado suyo, obras de las que sus continuadores se han beneficiado (entre ellos Darwin). En concreto, su valioso compendio de 36 volúmenes que recoge con minuciosidad expositiva el mundo natural, traducido a un gran número de idiomas y reeditado en múltiples ocasiones. Y es que su sólida formación en matemáticas, mecánica y botánica aplicada, su constante lectura de los clásicos,su gusto exquisito por la grandeza y la exactitud del estilo, su inclinación por la oratoria… hicieron de él un escritor consciente y escrupuloso y, a su vez, un hombre colmado de honores y distinciones, estimado y respetado. Además, fue uno de los primeros en defender su punto de vista científico libre de cualquier influencia teológica. «La verdadera gloria del hombre es la ciencia, y la paz su verdadera felicidad» afirmaba.

Este naturalista nace en 1707 en el castillo de Montbard, Borgoña. Aunque estudia leyes, de su amigo, el joven duque de Kingston, le llega la afición por la historia natural y, específicamente, su preferencia por las matemáticas… Y seguirá profundizando en estas disciplinas por la oportunidad que le brinda, también el duque, de viajar con él por Europa. Con 26 primaveras,le nombran miembro adjunto de la Academia de Ciencias de Francia por sus descollantes trabajos en materias como las matemáticas, la física y la economía rural. Varios años después, acontece en su vida otro suceso esencial: su designación como intendente del Jardín del Rey (hoy Jardin des Plantes). Cuenta entonces con 32 años y es a lo que se dedica hasta su fallecimiento en París en 1788.

Por lo que respecta al discurso analiza lo que es necesario para emocionar y arrastrar a la multitud, así como para conmover y persuadirla. Para él, resulta imprescindible influir en el alma e impresionar el corazón hablando al espíritu. Para que el compendio cumpla esta función es preciso saber presentarlo, matizarlo, ordenarlo.

Según sus análisis, el estilo no deja de ser el orden y el movimiento que se pone en los pensamientos; si estos aparecen enlazados, habrá firmeza y concisión en el estilo. Pero antes de buscar el orden en que han de presentarse los pensamientos, hay que tener presente otro orden más general y estricto, donde no deben entrar sino las primeras ojeadas y las principales ideas. El incipiente deber de todo escritor es formarse una idea precisa y clara del tema; subordinar todas las ideas particulares a la tesis principal. El que escribe debe afanarse en la sencillez de lo que expone.

Es primordial hacer un plan inicial para determinar las ideas principales y eliminar lo estéril. Tiene claro que siempre conviene elaborar uno —incluso cuando el tema que se trata no sea extenso ni complicado—, para que se convierta en la base que sostiene y dirige el estilo.  En caso de no hacerlo, se corre el riesgo de no ordenar bien las ideas. Sucederá entonces que quienes escriben como hablan, aunque hablen muy bien, escribirán mal, puesto que resultará una obra hecha de retazos, que no llegará a fundirse en un todo. Por este motivo, hay que buscar la unidad del tema, y no abusar de las divisiones porque destruirán la coherencia y, como resultado, oscurecerán la intención del autor.

Por todo lo referido, los escritores contemporáneos tienen que ejercitar más la reflexión previa, con el fin de producir obras mejor planeadas y, en consecuencia, mejor escritas. Llega a sostener que los méritos de un buen estilo se enriquecen por la reflexión que debe preceder a la escritura. Consiguientemente, la reflexión, el orden y la secuencia lógica de las ideas constituyen la preparación indispensable de la buena escritura.

Teniendo en cuenta lo indicado al inicio, fija el ojo en lo que él conoce a la perfección: la naturaleza, y se pregunta por qué las obras de la naturaleza son tan perfectas. Está seguro de que es porque cada una es un todo y porque trabaja bajo un plan eterno del que jamás se aparta. Por lo tanto, el ser humanocomo necesita de la experiencia y la meditación para crear algo, si imita a la naturaleza, le irá bien.

En multitud de ocasiones, aún los espíritus cultivados desperdician el tiempo en hacer nuevas combinaciones de sílabas para no decir sino lo que todo el mundo dice; usan palabras en abundancia, pero no ideas. Por este motivo,estos escritores solo tienen la sombra del estilo. Para escribir bien es necesario dominar el tema, reflexionar mucho para ver con claridad el orden de los pensamientos propios y formarlos en una serie donde cada punto represente una idea. El hecho de mantenerse sobre esa idea, sin desviarse, hará que aparezca la unidad, la sencillez, la precisión, la claridad, la viveza. Si a esto se le añade la delicadeza y el gusto en la elección de las expresiones, el estilo tendrá nobleza.

Sin ninguna duda, escribir bien es pensar bien. A la vez, sentir bien y expresar bien es tener a un mismo tiempo ingenio, alma y gusto. El estilo presupone la reunión y el ejercicio de todas las facultades intelectuales. Solamente las ideas forman el fondo del estilo, la armonía de las palabras es lo accesorio y depende de la sensibilidad de los sentidos, los cuales sirven para evitar las disonancias. Estas también se pueden eludir si se ejercitala lectura de poetas y oradores. Perouna cosa es tener en cuenta sus textos y otra muy distinta es asemejarse a ellos, es decir, nunca hay que imitar, porque la imitación nunca ha creado nada, ni tampoco la armonía; por mucha armonía que haya en las palabras, esta no va a formar el fondo ni el tono del estilo.

El tono no es sino la adecuación del estilo con la naturaleza del tema y no debe nunca ser forzado, nacerá naturalmente del fondo mismo de la cosa y dependerá mucho del grado de generalidad a que se hayan llevado los pensamientos. Si se representa cada idea por una imagen viva y bien acabada, y de cada serie de ideas se forma un cuadro armonioso y elegante, el tono será más que elevado, sublime.

Y es que lo sublime no puede encontrarse sino en los grandes temas. La poesía, la historia y la filosofíason materias que tienen el mismo objeto: el hombre y la naturaleza. La filosofía describe y representa la naturaleza; la poesía la pinta y la embellece. También pinta a los hombres, los engrandece, los idealiza, además, crea a los héroes y a los dioses. La historia pinta solo al hombre y lo pinta tal cual es, así el tono del historiador será sublime cuando haga el retrato de los grandes hombres, cuando describa las grandes acciones, los grandes movimientos, las grandes revoluciones…, para los otros temas será suficiente que el tono sea majestuoso y grave. El tono del filósofo podrá resultar sublime cuando hable de las leyes de la naturaleza, de los seres en general, del espacio, de la materia, del movimiento y del tiempo, del alma, del espíritu humano, de los sentimientos, de las pasiones; para los demás temas será suficiente con que sea noble y elevado.

Pero el tono del orador y del poeta, cuando el tema es grande, deberá ser siempre sublime, puesto que ellos son dueños de agregar a la grandeza de su tema tanto color, tanto movimiento, tanta ilusión cuanto les plazca; deben siempre pintar y siempre engrandecer los objetos, deben también siempre emplear toda la fuerza y desplegar toda la potencia de su intelecto.

Y, por supuesto, las únicas obras que pasarán a la posteridad serán las que estén bien escritas. El caudal de los conocimientos, la singularidad de los hechos, la novedad misma de los descubrimientos no son garantía segura de inmortalidad. Si las obras están escritas sin gusto, sin nobleza ni talento, perecerán porque los conocimientos, los hechos y los descubrimientos se arrebatan fácilmente, se transfieren e incluso mejoran cuando son empleados por manos más hábiles. Estos no pertenecen al hombre, en cambio, el estilo es el hombre mismo. Por esto mismo, el estilo no puede ni arrebatarse, ni transferirse ni alterarse. Si es elevado, noble, sublime, el autor será igualmente admirado en todos los tiempos, pues únicamente la verdad es duradera y hasta eterna. De esta forma, un estilo bello lo será por el número infinito de verdades que presente.

En definitiva, para Buffon el estilo es un estado de gracia, un estar inspirado; es la virtud lírica, el ardor de la imaginación, aunque, eso sí, apartándolo de la efusión poética. Es un encadenamiento sostenido, la continuidad del pensamiento. Piensa que el tema del estilo es, ha sido y será un tema espinoso de la investigación literaria, pero que, si uno se lo propone, puede llegar a definirlo y a aplicarlo, como él lo ha hecho, no solo en este alegato, sino en los innumerables libros que escribió. Quizá por eso, todos ellos son todavía imprescindibles: han servido, sirven y seguirán sirviendo a las futuras generaciones que cultiven los temas que él ha tratado.

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