El ritmo narrativo

Categoría (General, Taller literario) por Ana Merino y Ane Mayoz el 06-02-2017

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La literatura debe tener ritmo y mi oído a veces me hace sentir que algunos poetas son sordos al ritmo. A mí me sale con naturalidad el ritmo en la escritura. Y, a menudo, cuando corrijo una frase, es porque me suena mal al oído. No me preocupa la eufonía en las palabras, pero persigo el ritmo en las frases (José Luis Sampedro). 

Al hablar del ritmo en la narración hay que puntualizar que existen varios niveles rítmicos: el ritmo fónico de las palabras; el sintáctico, de la cadencia de las frases y, por último, el narrativo, referente a la expresión y contenido de los párrafos.

En el primer nivel, el del ritmo fónico, hay que atender a la musicalidad de las palabras. Si el objetivo de un relato es el de trasladar al lector a un mundo creado con palabras y sumergirlo en él hasta que pierda la conciencia de que está leyendo y no viviendo una vida paralela, la musicalidad de las palabras es fundamental.

En la poesía (y cada vez menos), el elemento rítmico de la rima está justificado, pero en la prosa suele ser contraproducente.

El segundo nivel rítmico es el de la longitud de las frases. Procura que no sean ni muy cortas ni muy largas, ni muy parejas unas a otras. Esta puede parecer una recomendación extraña, y es que las reglas están para saltárselas, pero hay que dejar claro que todos los autores (tanto los que utilizan oraciones muy cortas, como los que usan frases muy largas) construyen sus narraciones con plena conciencia del ritmo de la prosa.

El ritmo, pues, puede ser lento, frenético, monótono o desigual, y tiene que ver con la longitud y disparidad en la extensión de las frases, con la alternancia de descripción y diálogo y con la cantidad e intensidad de los acontecimientos que suceden en la historia. No todo el texto tiene por qué tener un mismo ritmo, pero sí debe existir un ritmo ajustado a cada secuencia. Una escena de acción pide el uso de frases cortas, verbos de acción y oraciones coordinadas y yuxtapuestas para poder dotarla de suficiente velocidad y tensión. En cambio, las reflexiones o la descripción de un paisaje irán de la mano con frases largas compuestas por oraciones subordinadas que sugieran un ritmo más pausado y contemplativo.

En tercer lugar, llegamos al ritmo marcado por la extensión de los párrafos. Juan Benet, por ejemplo, escribió Una meditación en un solo párrafo y en una sola hoja de papel de siete kilómetros de longitud que ajustó a su máquina de escribir y presentó a los editores enrollada en forma de papiro. Julio Llamazares, por su parte, en su novela La lluvia amarilla desarrolla un ritmo marcadamente estrófico, casi salmódico, entre la poesía y la prosa.

En este tercer nivel, la medida rítmica no es igual en el cuento y en la novela. El cuento marca un ritmo corto a través de las frases, mientras que la novela lo hace por medio de los párrafos, en oleadas. Julio Cortázar concreta: Aunque parezca broma, un cuento es como andar en bicicleta, mientras se mantiene la velocidad el equilibrio es muy fácil, pero si se empieza a perder velocidad, ahí te caes, y un cuento que pierde velocidad al final, pues es un golpe para el autor y para el lector.

Por lo tanto, el ritmo morfosintáctico tiene que ver no sólo con la longitud y cadencia de las frases, sino también con la disposición interna de los sintagmas. Por esto, conviene “desordenar” la estructura sintáctica para que la prosa no suene a letanía o a lenguaje telegráfico.

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