El tono narrativo

Categoría (General, Taller literario) por Ana Merino y Ane Mayoz el 06-11-2016

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El escritor principiante cuando intenta plasmar los diálogos de los personajes y en ellos la euforia, la tristeza… recurre al uso y abuso de palabras en mayúscula o enmarcadas entre signos de admiración (y no un doble signo, ¡¡¡sino varios!!!) para llamar la atención y aumentar el dramatismo.

La oralidad tiene formas de subrayar el volumen variable de la voz, la entonación, la risa o los gestos que no se pueden usar en la lengua escrita. La forma de resaltar algo depende de que sepamos escoger las palabras adecuadas, no del tamaño de la letra.

Todo esto tiene que ver con el tema a tratar: el tono narrativo. Siguiendo las sabias indicaciones de Enrique Páez en su libro Escribir. Manual de técnicas narrativas, lo primero es diferenciar tono de registro. El tono muestra la calidad de voz del narrador, su actitud emocional hacia los personajes y la historia, el mayor o menor distanciamiento que tiene hacia los conflictos, su grado de implicación con los sucesos y su propia personalidad. El registro lingüístico, en cambio, hace referencia al empleo de un determinado nivel de lengua por el narrador y los personajes. Puede ser un registro culto, popular, barroco, infantil, coloquial o de jergas particulares. Dependerá de la formación cultural del personaje que habla, de la clase social, del origen geográfico y del entorno en el que se encuentre. Será muy difícil escribir una historia en tono alto, donde el nivel de experiencia del narrador sea superior al del lector, utilizando un registro vulgar. Aunque se puede dar el caso de un narrador, una especie de sabio autodidacto, que despliega verdades como puños: Sancho Panza. Y en el otro extremo, tono bajo y registro culto, se muestra un narrador o personaje con un aprendizaje mal asimilado y una seudo sabiduría: don Quijote.

Si no se acierta, en el texto predomina la inverosimilitud, el desequilibrio y la discontinuidad tonal del narrador o de alguno de los personajes. Excepto para casos humorísticos, no debemos hacer hablar a un carpintero como si fuera un doctor en Literatura ni a un obispo como si fuera un indigente. Hay que tener en cuenta que el narrador debe mantener siempre su propio tono y registro a lo largo de todo el relato, sin dejarse contaminar por las voces y tonos de los personajes. El lector debe diferenciarlos y en eso consistirá la correcta elección del tono para cada uno de ellos.

No se debe olvidar que el tono que escojamos para el narrador tendrá consecuencias directas en la significación de la historia (cómico, frío, cómplice, distante…). Casi siempre el tono apropiado es el más natural, el menos impostado. Los autores inexpertos tienden al uso de una lengua excesivamente formal (estilo frío, tipo BOE) o demasiado impostada y ampulosa (por una visión falsa de lo que suena a “literario”, como sinónimo de barroco o seudo poético). Recordando a Juan de Mairena, “los acontecimientos consuetudinarios que acontecen en la rúa”, esto es “lo que pasa en la calle”. No se puede olvidar que el mejor lenguaje literario es el lenguaje natural y común.

Raymond Chandler afirmaba que “el estilo no se consigue preocupándose por él. Es el resultado de la calidad de su emoción y su percepción; es la capacidad de transferir éstas al papel lo que le convierte a uno en escritor”. Y sobre todo tiene que ver no con nuestra voz personal, sino con la voz que necesita la historia para ser contada. Todo depende de lo que vayamos a narrar. El tono y el registro lingüístico no pueden ser escogidos al azar, es imprescindible tener presente quién cuenta la historia, a quién va dirigida y de qué trata.

 

 

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