Figuras literarias. Tercera parte

Categoría (General, Taller literario) por Ana Merino y Ane Mayoz el 05-10-2019

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Para terminar este capítulo de figuras literarias, he aquí un puñado de recursos expresivos que sirven para crear imágenes y provocar sensaciones.

Alegoría: consiste en una correspondencia prolongada entre lo que el autor cuenta (una serie de imágenes relacionadas entre sí) y lo que quiere decir (otra serie de términos reales, que se relacionan, uno a uno, con sus respectivas imágenes). Para comprender una alegoría hay que entender la comparación inicial que a veces no está explícita. Ésta sobre las dificultades de la vida:

Pobre barquilla mía, entre peñascos
rota, sin velas desvelada,
y entre las olas sola
(Lope de Vega).

Perífrasis: decir mediante un rodeo de palabras lo que podría contarse con menos o hasta con una sola.

En ámbares cloróticos decrece
la luz del sol y ya en el terciopelo
de la penumbra, como flor de hielo,
una pálida estrella se estremece
(Luis G. Urbina).

Alusión: perífrasis que hace referencia a una persona o cosa conocida sin nombrarla.

Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté a partir la nave que nunca ha de tornar…
(Antonio Machado)

Anadiplosis: repite la última parte de un verso o de un grupo sintáctico al principio del siguiente:

Oye, no temas y a mi ninfa dile
dile que muero
(
Villegas)

Epanadiplosis: se da cuando un verso o una frase empiezan y terminan del mismo modo.

Verde que te quiero verde.    (F. García Lorca)
La medicina que él practica nada tiene que ver con la medicina.

Lítote: en ella se atenúa lingüísticamente lo que se quiere decir, bien para no molestar al interlocutor, bien para darle más relieve al contenido. Se suele presentar gramaticalmente como una negación, pero no siempre.

No es precisamente claridad lo que sobra a tu escrito.
No está mal ¿eh? (si ha sacado buena nota).
En tu lugar yo lo pensaría dos veces.
Esa hipótesis precisa quizá más pruebas.

Suspensión: consiste en interrumpir el curso de lo que se dice o se escribe para reanudarlo o concluirlo tras una breve pausa, a la que corresponden en la escritura los puntos suspensivos. Así se intenta mantener en suspenso la atención del lector… pendiente de lo que sigue.

Me prometió un regalo y me trajo de allí…  un llavero.

Aunque también se usa con el fin de no reanudar el texto, para sugerir que son acciones discontinuas, como pinceladas sueltas.

Viene un olor a campo mojado. Algún lucero
surge verdoso, tras un campanario viejo…
El coche de las siete pasa… Ladran los perros…
(J. Ramón Jiménez)

Otra posibilidad es servirse de ellos para indicar que la mente del autor continúa contemplando, evocando.

Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas…!
(A. Machado)

Ironía: cuando se utiliza se dice lo contrario de lo que se piensa. El contexto y la entonación impedirán dudar del sentido irónico, como en este diálogo madre-hijo:

—Quiero una moto.
—Mejor un coche, ¿no crees, hijo?

Debe ser empleada con especial prudencia, puesto que se trata de un instrumento agresivo, que puede herir más que la expresión directa. Sin embargo, es un recurso muy recomendable para marcar la intención y el estilo del escritor.

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