La autobiografía. Primera parte

Categoría (General, Taller literario) por Ana Merino y Ane Mayoz el 07-06-2021

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No es lo mismo contar la vida por medio de la autobiografía que expresar algo de sí mismo (más o menos real o sincero) a través del diario íntimo, de las memorias…

La autobiografía es un relato retrospectivo en prosa que una persona real hace de su existencia, poniendo énfasis en su vida individual y, en particular, en la historia de su personalidad. Esta definición de Philippe Lejeune nos inserta en el tema que vamos a tratar: la escritura autobiográfica. Pertenece a la literatura de lo íntimo, indaga en lo personal. Su contenido está relacionado con la vida del individuo, con su forma de ser, con sus ideas, sus sentimientos…

Y constituye un género literario, puesto que presenta varios rasgos que la caracterizan: es un texto narrativo, donde el narrador y el héroe de la narración se identifican y que abarca un espacio temporal. Pero no todos los estudiosos están de acuerdo en considerarlo un género literario propiamente dicho como nos lo indica Mercedes Laguna González, en su completo estudio acerca de la Escritura Autobiográfica. Paul de Man es uno de estos. Afirma que no hay unas marcas formales que diferencien la escritura autobiográfica de las obras de ficción. Es evidente que tiene su autonomía propia tal y como señala José Romera Castillo y puntualiza que en varios puntos conecta con otros géneros de la literatura.

La autobiografía es, por excelencia, el género de mayor contenido referencial, en el que el escritor deja más huellas de sus vivencias. Hay una identificación total entre el creador, el narrador y el personaje. Y, por otro lado, es la forma literaria que establece una mayor unión entre el escritor, incitado a escribir para reflexionar sobre sí mismo, y el lector, que acude a la lectura para conocer mejor al autor y para conocerse a sí mismo a través de esa reflexión. El pacto autobiográfico —que se basa en la sinceridad y veracidad de lo narrado— entre ambos es, por tanto, completamente necesario. Es el pacto por el cual se establece un contrato de lectura entre autor y lector, que le otorga a este último garantía de la coincidencia de identidad entre autor, narrador y personaje. Sin este pacto, no existiría la autobiografía.

Toda autobiografía se presenta como una obra verídica. Pero esta promesa de autenticidad no implica necesariamente ni el compromiso de narrar los sucesos sin modificación alguna, ni tampoco el de contarlo todo, de manera que pueden ser omitidos ciertos aspectos embarazosos para el autor o para terceros.

Francisco Ayala dice al respecto: “Claro que el problema de toda autobiografía radica precisamente en esto: en la conexión entre los hechos externos, objetivamente comprobables, y el sentido íntimo de la vida individual, que aún para el propio sujeto que la vive está muy lejos de ser transparente (antes al contrario, suele aparecérsele envuelto en angustiosas ambigüedades y dar lugar a perplejidades muy turbadoras). Recuerdo que Moreno Villa tituló la suya Vida en claro, y como título, no hay duda acerca de su acierto; pero, ¿puede estar en claro la vida de nadie, ni siquiera ante los ojos del poeta que, apelando a la memoria, se pone a evocar su pasado? Por lo pronto, la memoria configura siempre ese pasado en modo selectivo, descartando (es decir, olvidando) muchas cosas que pueden ser significativas y que, por serlo ―justamente porque lo son, aunque tal vez de una manera dolorosa― quedan arrumbadas en sus últimos desvanes, mientras que con tenacidad se aferra a otras, significativas también, por supuesto, a las que, en cambio, confiere un valor positivo, y las ilumina, y las destaca con énfasis.”

Ten en cuenta a la hora de escribir que el autor de una autobiografía debe partir de cierto distanciamiento de sí mismo y que debe seleccionar de su experiencia pasada aquellos acontecimientos que se desmarquen de los momentos cotidianos comunes a todas las personas.

Darío Villanueva menciona el enorme poder de convicción de la autobiografía: “Nada más creíble que la vida de otro cuando la hacemos nuestra mediante una lectura desde determinada intencionalidad, nada más excepcional por otra parte. El yo narrado y protagonista sustenta una estructura de incalculable fuerza autentificadora, avalada por un acto de lenguaje de entre los más comunes de la conducta verbal de los humanos. Y el lector es seducido por las marcas de verismo, que el yo-escritor-de-sí, sea sincero o falaz, acredita con su mera presencia textual.”

Y es que lo que interesa para el género autobiográfico no es si responde o no la verdad, sino si el lector, que es quien recrea la obra al leerla, la descodifica como escritura autobiográfica. Además, la autobiografía es ficción cuando la consideramos desde una perspectiva genética, ya que con ella el autor no pretende reproducir, sino crear su yo, pero la autobiografía es verdad para el lector, que hace de ella, con mayor facilidad que de cualquier otro texto narrativo, una lectura intencionalmente realista. Romera Castillo subraya el primer rasgo de la escritura autobiográfica. “El yo del escritor queda plasmado en la escritura como un signo de referencia de su propia existencia.”

María Zambrano nos da la siguiente explicación en A modo de autobiografía: “A modo de autobiografía, porque no estoy muy cierta de poder hacer de mí una biografía, a no ser esas que he hecho ya, sin darme cuenta, en mis libros y sobre todo en mi vida: mas la vida necesita de la palabra: si bastase con vivir no se pensaría: si se piensa es porque la vida necesita la palabra, la palabra que es su espejo, la palabra que la aclare, la palabra que la potencie, que la eleve y que declare al par su fracaso, porque se trata de una cosa humana y lo humano de por sí es al mismo tiempo gloria y fracaso, no hay fracaso sin su gloria ni hay gloria verdadera que no lleve o arrastre consigo un cierto fracaso, ¿de qué?, de este ser esencial que es el hombre, de este mediador.”

En “¡Hasta pronto!”, Walt Whitman ofrece su versión más radical de su filosofía orgánica de la presencia, en la que el autor y el lector, el yo y el otro, trascienden incluso la inmediatez del lenguaje para lograr una unión más perfecta:

Camarada, esto no es un libro,
el que lo toca, toca a un hombre,
(¿es de noche? ¿Estamos los dos solos?
Eres tú quien me tiene, y yo te tengo a ti,
salto desde las páginas hasta tus brazos,
la muerte me reclama).

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