La autobiografía. Segunda parte
Categoría (General, Taller literario) por Ana Merino y Ane Mayoz el 05-07-2021
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Una vez que ya nos hemos familiarizado con este término, vamos a adentrarnos en las diferentes posibilidades que nos ofrece. Lo primero es diferenciar entre autobiografía y novela autobiográfica.
Autobiografía es un término de origen griego que significa literalmente ‘vida de una persona escrita por ella misma’ (autos, uno mismo; bios, vida; grapho, escribir). En la autobiografía el autor se identifica con el narrador del discurso, mientras que en la novela autobiográfica entra la ficción; el narrador no es una personalidad real, por lo que el pacto autobiográfico no puede asentarse. Ambos modelos narrativos se caracterizan porque el narrador es el protagonista de la historia narrada; historia que puede abarcar desde un relato parcial de la propia existencia —un momento, un episodio, una etapa— hasta la narración de una vida más o menos entera.
En ocasiones, nos puede suceder que no sabemos si lo que estamos leyendo es una u otra, si no tenemos los suficientes datos históricos sobre el autor. Por ejemplo, en la Autobiografía del General Franco, de Manuel Vázquez Montalbán, en muchos momentos es probable dudar de que quien escribe aquello sea realmente Vázquez Montalbán y no Franco. En otras ocasiones está mucho más claro el carácter de ficción de la obra, como en el caso de Bomarzo, de Manuel Múgica Lainez, obra en la que el protagonista adquiere matices fantásticos al hablarnos de su inmortalidad. Así nos lo cuenta el protagonista, el duque Pier Francesco Orsini, noble italiano del siglo XVI:
“(…) En cambio, cuando yo nací, Sandro Benedetto señaló importantes contradicciones en la cartografía de mi existencia. Es cierto que el Sol en signo de agua, reforzado con mi buen aspecto ante la Luna, me confería poderes ocultos y la visión del más allá, con vocación para la astrología y la metafísica. Es cierto que Marte, regente primitivo, y Venus, ocasional, de la Casa VIII, la de la Muerte, estaban instalados, de acuerdo con lo que Benedetto subrayó insistentemente, en la Casa de la Vida y anulados para la muerte y que, en buen aspecto con el Sol y la Luna, parecían otorgarme una vida ilimitada —cosa que extrañó a cuantos vieron el decorado manuscrito— y que Venus, bien situada frente a los luminares, indicaba facilidad para las invenciones artísticas sutiles. Pero también es tremendamente cierto que el maléfico Saturno, agresivamente ubicado, me presagiaba desgracias infinitas, sin que Júpiter, a quien inutilizaba la ingrata disposición planetaria, lograra neutralizar aquellas anunciadas desventuras. Lo que sorprendió sobremanera al físico Benedetto y a cuantos, enterados de estas cosas graves, vieron el horóscopo, fue, como ya he dicho, el misterio resultante de la falta de término de la vida —de mi vida— que se deducía de la abolición de Venus y de Marte frente a la necesidad lógica de la muerte y, consecuentemente, la supuesta y absurda proyección de mi existencia a lo largo de un espacio sin límites (…)”.
Otra posibilidad que nos ofrece es la de servirnos de distintos narradores. Sorprendentemente no es imprescindible utilizar la primera persona al escribir un texto autobiográfico. Tenemos varias opciones que responderán a distintas intenciones del autor y a diferentes lecturas por parte del lector destinatario. Por todo esto, la forma usada para expresar nuestra historia variará. Con la primera persona lograremos que el foco recaiga sobre el emisor del discurso. Con la segunda persona conseguiremos una implicación mucho mayor del receptor. Y en los relatos ficcionados, sobre todo, nos vendrá bien una tercera persona, que servirá de máscara, tras la que el escritor se esconde, bien por cobardía o por humildad, pero también por orgullo; en cualquier caso, introducirá en la narración cierta trascendencia con la que se identificará
“Cuando se entera de estas acciones, César reúne a sus soldados. Les recuerda todas las afrentas que le han hecho sus enemigos desde siempre, por los cuales —se queja— Pompeyo se ha visto seducido y corrompido hasta odiarlo y rechazar su gloria, mientras que César siempre había favorecido su honor y prestigio y le había ayudado. Lamenta este revolucionario precedente que han introducido en la república de que el veto de los tribunos, que pocos años antes se había recuperado por las armas, ahora se controlara y silenciara mediante la fuerza; Sila, aun privando a los tribunos de todas sus atribuciones, les había dejado libremente la intercesión; Pompeyo, en cambio, que parecía haber recuperado lo perdido, había eliminado incluso los privilegios que antes habían tenido. Dice César a sus soldados que…” (Comentarios, de Julio César).
En el caso del Retrato del artista adolescente, de James Joyce, el hecho de que la obra esté contada en tercera persona le proporciona ciertos matices de distanciamiento y de ironía a la historia del largo aprendizaje del protagonista (el mismo autor), que concluye con la ruptura con la Iglesia y el descubrimiento de su vocación artística.
“Le disgustaba el no comprender bien lo que era la política y el no saber dónde terminaba el universo. Se sentía pequeño y débil. ¿Cuándo sería él como los mayores que estudiaban retórica y poética? Tenían unos vozarrones fuertes y unas botas muy grandes y estudiaban trigonometría. Eso estaba muy lejos. Primero venían las vacaciones y luego el siguiente trimestre, y luego vacación otra vez y luego otro trimestre y luego otra vez vacación. Era como un tren entrando en túneles y saliendo de ellos y como el ruido de los chicos al comer en el refectorio, si uno se tapa los oídos y se los destapa luego. Trimestre, vacación; túnel, y salir del túnel; ruido y silencio.”