La novela del Oeste reclama su sitio
Categoría (El libro y la lectura, General) por Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz el 27-10-2020
Tags : literatura-del-Oeste-tiene-mala-fama, literatura-western, novelas-del-oeste-han vuelto-a la-pradera, novelitas-de-a-duro, Personajes-destilan-masculinidad, protagonista-hombre-sin-fisuras
Parece una imagen sacada de una novela al más puro estilo del Oeste, género literario que han querido recuperar escritoras como Mariana Travacio y su Como si existiese el perdón, de cuya novela hemos extraído este fragmento. Que en el siglo XXI, en plena era tecnológica, se vuelvan a plantear historias donde, en palabras de Jon Bilbao, el protagonista destila masculinidad y es un hombre sin fisuras, nos llama mucho la atención.
A lo largo del siglo XX, el género del Oeste puso de moda las vastas praderas desiertas y los estepicursores, movidos por un viento cálido y seco que se instala[ba] como un perro hambriento, que diría Travacio. Un espacio estereotipado como tantas otras imágenes, gracias en parte al cine, que nos presentaba una tierra mítica, prometida para unos y perdida para otros. Algunos críticos, de hecho, piensan que este género literario es el origen de uno cinematográfico superior, el wéstern, que se apropió de aquel y le otorgó una mayor dignidad que ha acabado por ensombrecer al wéstern literario.
Sus orígenes
No hay unanimidad en cuanto a la obra literaria que puso en marcha el género. Unos afirman que el primer wéstern canónico es El virginiano (1902), de Owen Wister, inolvidable en películas y en series de los sesenta; otros, sin embargo, nombran una novela escrita treinta años antes por una mujer, Emma Ghent Curtis: The Administratrix.
Después vinieron autores que cultivaron con éxito el género: O. Henry, que publicó su colección de cuentos El corazón del Oeste (1907); Stewart Edward White, autor de Los del Oeste (1901) y los relatos de Noches de Arizona, para muchos el mejor; Zane Grey siguió con un auténtico torrente de creaciones, como La herencia del desierto (1910) y Los jinetes de la pradera roja (1912). Asímismo, en las revistas pulp de los años treinta y cuarenta, publicaron autores como Eugene M. Rhodes, William MacLeod Raine, W. C. Tuttle, Clarence E. Mulford y muchos más quienes convirtieron sus textos en best-seller, y también el alemán Karl May disfrutó de un gran éxito, reflejado en el cine. En los cincuenta deslumbraron Frank Gruber, maestro del wéstern histórico, Dorothy M. Johnson y Alan Le May. Luego vendría Oakley Hall con la novela Warlock (1958), definida por el escritor Thomas Pynchon como una de las mejores novelas americanas.
“Novelitas de a duro”
El tema en cuestión remueve nuestros recuerdos y nos devuelve la imagen de ese padre leyendo aquellas “novelitas de a duro”, bien llamadas así por el coste que tenían en la moneda de entonces y que con sus escasos 15 cm cabían en el bolsillo del pantalón. Además se solían comprar en tacos grandes y cuando las terminaban iban al kiosko y se las cambiaban por un precio más barato. José Carlos Canalda las describe como colecciones escritas exclusivamente por autores españoles —con seudónimo en casi todos los casos—, con una periodicidad generalmente semanal o quincenal, de tamaño inferior al de los libros —aunque no siempre— y de una calidad más bien mediocre —aunque en esto, como en casi todo, hay excepciones.
Aquí debemos citar como precedente decimonónico a Esteban Hernández y Fernández, con su novela Hijos del desierto, y ya en el siglo XX a José Mallorquí, creador de El Coyote; a Francisco Javier Miguel Gómez, que escribió con el seudónimo de Lem Ryan; a Antonio Vera Ramírez, que para este género utilizó el alias Lou Carrigan; a Javier Tomeo, Keller, y hemos dejado para el final a los que más éxito tuvieron, verdaderos “titanes” en cuanto al número de ejemplares que editaron.
Marcial Lafuente Estefanía es uno de ellos. Se le considera el máximo representante del género en España, con sus 2.600 novelas. En plena posguerra, este general de la artillería republicana empezó a escribir desde prisión novelitas del Oeste donde los personajes del teatro del Siglo de Oro español se convertían en figuras del Far West. El haber recorrido parte del territorio de Estados Unidos entre los años 1928 y 1931 le sirvió para conocer la verdad histórica, geográfica y botánica de aquel país, material que utilizó para dar verosimilitud a sus historias y la vez transportar al lector a un mundo lleno de aventuras.
Silver Kane, seudónimo de Francisco González Ledesma, escribió más de mil novelas de a duro en pleno franquismo y bajo unas directrices férreas tanto de la editorial como de la censura. Es entendible que la calidad del conjunto se resintiera, pero detrás de todas ellas había ese algo que atrapaba. El cineasta Jodorowsky dijo de la obra de este escritor que sus novelitas están muy bien escritas, entretienen a rabiar, son crueles, supermachistas, inteligentes, embebidas en un surrealista sentido del humor, siempre diferentes las unas de las otras. Es tan anarquista su contenido que me parece un milagro que Franco no mandara fusilar a Silver Kane. Pero es que además, este periodista y abogado barcelonés que cultivó varios géneros —terror, policíaco, bélico, algo de ciencia ficción— y que llegó a ser redactor jefe del diario La Vanguardia, consiguió también hacerse con un prestigio fuera de la literatura de kiosko; su serie de novelas policíacas protagonizadas por el inspector Méndez y, sobre todo, el premio Planeta que obtuvo en 1984 por Crónica sentimental en rojo así lo atestiguan.
Por último destacamos a dos autores más: Curtis Garland, alias de Juan Gallardo Muñoz, prolífico escritor que tocó varios palos en el mundo de la literatura y escribió tantas novelas del oeste como policíacas y Francisco Caudet Yarza, habitualmente Frank Caudett, aunque a veces Clint Reno o Winston McNeil. Un escritor minucioso y un artista a la hora de crear suspense. Con él llegó la modernidad al género porque supo convertir la parte descriptiva de la novela en material dramático.
La mayoría de los críticos están de acuerdo en que la novela del Oeste es un género narrativo de la literatura popular o de consumo, ambientada habitualmente en el siglo XIX en los Estados Unidos de América. Sus personajes son el sheriff, los vaqueros, el forajido pistolero, el ganadero, los indios, los mexicanos, los buscadores de oro, los rancheros… con todos los tópicos fraguados por los creadores del género. En España floreció en la década de los sesenta, pero su lectura perduró durante toda la posguerra civil, la transición y se ha mantenido incluso hasta nuestros días. Su personaje principal es similar al gaucho argentino o al charro mejicano, una especie de jinete a caballo muchas veces pastor de vacas (cowboy) que debe superar infinidad de dificultades creadas en sus encuentros con el ejército o contra los indios o sus vecinos colonos.
En la actualidad
Como consecuencia de su popularidad y del consumo de esta especie de fast literatura se ha considerado a este género como menor. Y aquí es donde hace su aparición Alfredo Lara López afirmando que la literatura del Oeste es un género con tantas obras maestras como el resto de vertientes literarias. Cree además que no está suficientemente valorado en nuestro país debido a la mala fama del bolsilibro y su identificación con productos destinados a un consumo masivo en los kioscos. Y el que afirma esto sabe de lo que habla porque es el editor que está al frente de la colección que el sello Valdemar dedica al wéstern desde 2011 y se ha empeñado en rescatar los clásicos inéditos en español y en ofrecer a los lectores las mejores obras de la literatura del Oeste. Para comenzar esta colección pensó en alguien digno de encabezarla, así que eligió a una reputada autora norteamericana, habitual en antologías de relatos contemporáneos, que despliega un estilo contundente, irónico y, a veces, cruel: Dorothy Johnson y su Indian Country. Como curiosidad diremos que algunos de los relatos de esta autora que luego se convirtieron en películas emblemáticas del wéstern fueron El hombre que mató a Liberty Valance, El árbol del ahorcado o Un hombre llamado caballo.
Hoy nos sorprende una nómina de autores que despunta dentro del género de novela del Oeste. Hernán Díaz con su A lo lejos quedó entre los finalistas del premio Pulitzer poniendo al wéstern en la palestra y haciendo que pise fuerte en un terreno sagrado como el de la literatura, y además lo consigue en un momento en el que las fronteras de los géneros se desdibujan. A Díaz le interesa el asunto del forastero y del desierto, y reflexiona sobre cómo alguien puede ser considerado extranjero en un lugar en el que las raíces no existen. Nada que ver con lo que plantea Jon Bilbao, traductor de la obra de Díaz que ha irrumpido con su novela Basilisco: un duelo en el que un hombre del siglo XXI, en plena crisis personal, se mira en el cowboy clásico sobre el que está escribiendo. Mariana Travacio, con su novela anteriormente citada, nos trae una historia en la que una tierra desolada acoge el duelo entre personajes cuya vida está marcada por la fatalidad.
¿Por qué estos autores recuperan, ahora, el mito del salvaje oeste y lo remodelan? El historiador George-Albert Astre indaga sobre este tema y afirma que el wéstern es una de las pasiones contemporáneas más universales, porque en él se encuentra la materialización de una sorprendente mitología y el desarrollo de un cierto ceremonial, y este consiste en la celebración de una fiesta ritual en la que se consume […] una visión irrisoria de las civilizaciones occidentales.
De las palabras de este autor se desprende que en la esencia del wéstern, encontramos una parte de leyenda, de mito y de ceremonia característica de cualquier sociedad; de ahí la necesidad de construir un territorio imaginario y fantástico que, de alguna manera, respete unas señas de identidad históricas y comunes. El wéstern es para los Estados Unidos lo que la Iliada para la cultura grecolatina o los poemas épicos medievales para la sociedad europea. En unos maravillosos paisajes naturales conviven una galería de personajes aferrada al imaginario colectivo. Personajes con comportamientos arquetípicos que marcan el desarrollo de las narraciones: duelos entre pistoleros y justicieros; la lucha de colonos contra indios, unos por establecerse, otros por defender su tierra; los conflictos entre ganaderos y agricultores… Y de entre todos los personajes, destaca el cowboy con unas características físicas y cierto rictus fatalista, errante sin ataduras, hombre libre frente a todos y que representa el heroísmo, el coraje, la lealtad, la fortaleza de espíritu, la entereza ante la muerte; en definitiva, los rasgos clásicos griegos y latinos que exalta la mitología.
Quizá sea por esa dimensión épica de este tipo de historias o quizá porque el escritor —en un mundo tan controlado actualmente— necesite volver a esa era de la ficción incontrolablemente primitiva. Sea por lo que fuere el género del wéstern, tan venerado y con una larga historia en el cine, viene pisando fuerte y en busca del hueco que, por derecho, le corresponde y que nunca ha encontrado en la literatura, porque la crítica y el mundo editorial se lo han negado. Está claro que la novela del oeste ha vuelto a la pradera para quedarse, y con todas las de la ley.
El artículo se agradece, pero el género del oeste, si existe como tal, no alcanza el rango que tiene, por ejemplo, el policíaco, con una tradición llena de buenos autores y grandes novelas, como «La piedra lunar» de W. Collins o «La llave de cristal» de D. Hammet, ello por no decir que hasta tiene un premio Princesa de Asturias con las novelas del cubano Leonardo Padura. Por la edad que tengo, recuerdo aquellas novelitas de vaqueros de «a duro». De adolescente creo haber leído alguna, pero no muchas por preferir los cuentos de Poe y Wilde. Hay una novela extraordinaria (aunque considerada inconclusa) de Poe: «Las aventuras de Arthur Gordon Pym» que es una maravilla y está a la altura de otras de Verne y demás escritores del género de aventuras, que es donde creo que cabe ese subgénero del oeste. Isabel Allende publicó en 2005 la novela «Zorro, comienza la leyenda» que recupera y vuelve a recrear al personaje inventado por el escritor J. McCulley. Y es una bastante buena novela para jóvenes y adultos. He leído un libro de Mallorquí sobre el personaje Coyote, y está bien. No es gran literatura, pero se disfruta. Un abrazo y no olvide usar la mascarilla, amigo.
Ana, me ha encantado el artículo. Te felicito por haber rescatado esta literatura que fue tan importante para tanta gente en tiempos que no había televisión. Además, había muchas tiendas, bastante cutres, que prestaban y cambaban estas novelas. Cuando yo llegué a Donostia todavía había una de estas en Paseo de Colón, 9
Buen artículo. >Pregunto: tengo una novela del oeste inédita. Me pueden recomendar una editorial que se pueda interesar por publicarla? En América no es facil de encontrar quien se interese por este tipo de literatura. Gracias por la informacion
Con tus artículos, amigo Manu, siempre disfruto y aprendo.
Eskerrik asko
He leído con mucho gusto tu artículo, Manu …tal vez porque mi padre fué pastor en el oeste americano y contaba muchas historias de allá. Entonces me parecían aburridas, pero ahora !cómo me gustaría que me contara! para atenderle con interes.
¡Estupendo artículo! Muy interesante toda la información que aporta así como la visión que se ofrece de este género desde una perspectiva tan actual
Estupendo y documentado artículo. Me ha transportado a épocas casi olvidadas en las que para muchos acceder a la lectura era casi imposible salvo recurriendo al alquiler de «usado». Uno de mis escritories favoritos de la época fue Mallorquí que publicó colecciones como Dos hombres buenos; El Coyote, Lorena Hardig y otras. Un saludo/
Me ha encantado el artículo dónde se ve muy claro la esencia de este género. Grandes recuerdos para todos, en mayor o menor medida. Yo vi más cine que novelas y recuerdo que había unas muy buenas, como por ejemplo: «Le llamaban Trinidad» , a la que continuó otra con los mismos actores y como continuación a la primera. .
Yo creo que gustan porque destilan lejanía con la actualidad, historias sencillas pero rotundas, libertad manifiesta de los personajes. En fin, creo que lo mencionáis en el artículo.
Gracias por vuestra aportación.
Excelente artículo. Me llevó a los año 70, domingo muy temprano, mi padre leyendo unos pequeños libros y yo jugando a sus pies. Así inició mi vida de lector, entre el western y los textos de aventuras de Twain, Verne y Salgari. Fue tanta la pasión, que a los 10 años competíamos por cuántos bolsilibros de estos podiamos leer al día y por las noches discutirlos. Luego, en el mundo universitario, me enteré que era un género menor. Vergüenza me dio admitir ante mis compañeros q me había leído miles de páginas de este género y llegué a sentir a los 19 años que había perdido el tiempo leyendo basura. Se necesitó mucha desfachatez de mi parte, que solo dan los años, para luego decir que mi pasión por la lectura se debió a este género, que además leí desde América Latina via españoles que era muy probable que no conocieran El Paso.
Hoy, detesto a los literatos y filósofos «mandarines» q solo piensan en best sellers y tops de los mejores. Respeto absolutamente el oficio de escribir y más aun la pasión de leer y me le quito el sombrero a los clásicos y los actuales escritores de este género. Titánica tarea hoy en un mundo de imágenes y poca lectura. Así que celebro este artículo que me hizo sentir y repensar, en última instancia el fin último del escritor.
Entretenimiento cosa con la que se pasa agradablemente el tiempo.
Por ej.: en este artículo se ha invertido agradablemente el tiempo en busca de documentación con la que completar un trabajo ameno con un contenido interesante.
En aquellos tiempos… la lectura de novelas, incluso las del lejano oeste, me pilló a mí corriendo tras balones, siempre corriendo. Pero un vecino que, además de chutar tan mal como yo, opinaba que correr era de cobardes, se pasaba las horas leyendo unas novelas de formato pequeño y muy manejables, y solo le faltaba acostarse con el revolver bajo la almohada, la escopeta de cañones recortados contra la silla, la canana en el respaldo y dormirse. masticando tabaco.
La novela del oeste se lee fácil y no exige un plus de concentración ni hay que buscar un porqué de cuanto acontece, te llega sobre la marcha. Simplemente, ocurre y se resuelve por la brava si es necesario. Bang, bang, te silban las balas, cierras la novela y soplas el humo que sale del revolver que ilustra la portada. Y si quieres que te crujan las entrañas, te montas en el carromato de Las uvas de la ira, de John Steinbeck y… en vez de silbar las balas, silbas tú y sacudes los dedos de la mano abierta con ojos saltones a lo… ¡madre mía, qué madraza la señora!
Gracias por la interesante información, ilustrativa y entretenida.
..
Me gusta en la novela del oeste el héroe enfrentado a un futuro incierto que es el héroe homérico que no tiene superpoderes como Aquiles que es un semidios sino como Héctor que lucha por la dignidad de su familia y la ciudad. Areté o excelencia que hace la vida espléndida y noble (García Gual )¿Ylos protagonistas del Oeste?Luchan, se sobreponen al miedo por salvar a los indios, a los granjeros pobres, a los ciudadanos temerosos..Se diferencian de los héroes griegos en que son vulnerables,ocultan algo penoso,a veces un crimen..Se sobreponen, dan la cara, se enfrentan al poderoso..Ahí está su dimensión heroica.
Hoy está el que hace lo posible para ser compasivo, más allá del miedo. Y como dice Camus «Algo que se aprende en medio de las plagas : que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio «.
Fantastico y amplio reportaje sobre el Oeste y el Western. Recuerdo tardes gloriosas viendo películas del Oeste en la TV. Los personajes rudos, bien marcados, la aventura y los paisajes agrestes y grandiosos que te llevaban muy lejos del salón de tu casa. A mi me gustan. Sobre todo cuando entraban en escena los indios con su cultura, sin tratarlos de tontos.