Literatura erótica. Segunda parte

Categoría (General, Taller literario) por Ana Merino y Ane Mayoz el 06-05-2019

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En nuestra sociedad occidental —muy al contrario de lo que ha sucedido en el origen del arte en la India, donde el erotismo era consustancial al propio arte y a la religión—, el erotismo ha representado la transgresión y lo prohibido. Son muchos los autores, bien conocidos, que han dado sus obras eróticas a la imprenta bajo seudónimo o sin nombre alguno. Una de las primeras obras literarias de contenido erótico, el Kama Sutra, de Vatsyayana —escrita entre los siglos I y VI— fue considerada por los hindúes como un libro religioso, dado que, en sus creencias, la unión del hombre y la mujer es el símbolo de la creación divina; el autor afirmó haber escrito su libro «siguiendo el camino de ascetismo religioso y totalmente embebido en la contemplación de Dios».

Safo de Lesbos compuso sus poemas en el siglo VI antes de Cristo. Lucrecio y poco después Ovidio, con su Ars amandi, continuaron, hace más de dos mil años, la tradición de escritura erótica en Roma. Desde entonces y hasta la edad moderna podemos encontrar algunas obras escasas, como el Asno de oro, de Apuleyo y, por supuesto, El Decamerón, de Boccaccio, que abre las puertas del Renacimiento en Europa.

Posteriormente ha habido infinidad de escritores en distintas lenguas que han dejado huella, a diferencia de la voz erótica de la mujer, que ha permanecido muda durante más de treinta y cinco siglos de literatura, salvo algunas excepciones como es el caso de Margarita de Angulema, también conocida como Margarita de Valois, Margarita de Francia o Margarita de Navarra, que destacó por ese tipo de literatura; escribió el Heptamerón, una colección de setenta y dos relatos, cuya temática generalmente era de tipo amoroso: romances, infidelidades, engaños, lascivia… historias que tomó de diversas fuentes: los fabliaux, Boccaccio, fuentes clásicas. Por suerte, en las últimas décadas, ha estallado sin complejos y se ha multiplicado esa literatura erótica escrita por mujeres: Almudena Grandes, Lourdes Ortiz, María Jaén, Cristina Peri Rossi, Susana Constante, Ana Rossetti, Paloma Díaz-Mas, Mercedes Abad, Esther Tusquets…

Según explica Mercedes Abad, el territorio en el que se adentra la literatura erótica es el de los deseos inconfesables del ser humano. Es provocadora y cuestiona los límites de lo socialmente aceptable mediante la fantasía e imaginación. Se encuentra en los abismos de la perversión, pues saca a relucir nuestros trapos sucios. El gusto por las palabras fuertes, las atmósferas voluptuosas y las escenas subidas de tono son ingredientes que se repiten de forma invariable. Esta literatura picante juega con aquello que se considera escandaloso y lo hace en el terreno de los fantasmas, en nuestro estercolero personal. No es de extrañar que produzca rechazo.

A esto podemos añadir la opinión de Alicia Steimberg:

El acto de escribir literatura ‘erótica’, es decir una literatura que apela a la sensualidad —la provoca, la excita— es un acto masturbatorio para el que la escribe, y para el que la lee, y probablemente es por eso, y no por lo que describe, que le da un poco de vergüenza al autor y al lector… La dificultad de reproducir la propia historia sexual estriba en que está indisolublemente mezclada con otras cosas y hechos de la vida; si se intenta separarla resulta extraña y a menudo patética. El libro verdaderamente ‘erótico’, pienso, es el que llega al erotismo por caminos imprevistos, incluso para el autor mismo, y sale de él con la misma naturalidad con la que entró. Siempre produce un poco de timidez, como si uno, sin quererlo, estuviese espiando una escena privada por el ojo de la cerradura.”

Se puede afirmar que hay pocas novelas en las que el amor no aparezca de una u otra forma. El erotismo y la pasión amorosa son con frecuencia un ingrediente más en las tramas de las novelas, al igual que el humor. Y, como también sucede con el humor, la dosificación es importante. Eso se ve muy bien en el cine: en pocas películas está ausente una trama amorosa, y eso les permite mejorar —en principio— la calidad del guión; pero las películas de pura pornografía suelen ser bastante malas, porque olvidan construir personajes con un mínimo de profundidad, porque los diálogos son espantosos…

Trasladado este ejemplo a la escritura, no podríamos hablar de literatura, sino de subliteratura. Como bien decía Oscar Wilde en el prefacio de El retrato de Dorian Grey, la diferencia entre las dos no radica en el género literario: «No importa si un libro es moral o inmoral; los libros están bien escritos o mal escritos. Al escribir, yo me preocupo de hacer literatura, es decir, arte.» Esto es lo que afirmó cuando fue llevado a los tribunales por inmoral.

En realidad, no existe ninguna regla que confirme que reducir las descripciones de emociones o situaciones eróticas mejore los textos, ni que las descripciones explícitas estén abocadas a ser literariamente malas, ni que la inclusión de este tipo de situaciones en un relato vaya a conceder una garantía de calidad. La línea divisoria entre lo sensual, lo erótico, lo pornográfico y lo obsceno es difícil de marcar, y en muchos casos depende más de las condiciones morales de los lectores que de los propios textos. Libros que hasta hace cincuenta o cien años se consideraban impublicables y por los que sus autores acababan en la cárcel, hoy se venden en los quioscos de prensa como clásicos literarios, y eso no significa que la sociedad se haya deteriorado moralmente, sino que las cuotas de libertad y la madurez lectora son ahora mayores comparadas con las que prevalecían entonces.

 

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