Literatura y cine. Segunda parte
Categoría (General, Taller literario) por Ana Merino y Ane Mayoz el 06-10-2020
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Siguiendo con la estrecha relación entre la literatura y el cine, nos centramos en un aspecto básico. Teniendo en cuenta que en ningún género literario la categoría de tiempo es tan esencial como en la novela, vamos a detenernos y a analizarlo en profundidad. Primeramente, diferenciemos dos tipos:
- El tiempo de la historia, aquél en el que suceden los acontecimientos relatados.
- El tiempo del discurso, aquél en el que la voz narradora nos refiere los sucesos. Es la organización del tiempo dentro del cuento o la novela. El narrador maneja el tiempo de la historia con el fin de instaurar una temporalidad estética.
En el tiempo se mueven los personajes de una novela y del tiempo se sirve el autor para montar sobre él su mundo imaginario. Y es que existe un tiempo novelesco —el de la acción imaginaria— y otro real —el de la andadura narrativa—. Toda una vida humana puede sernos referida en una página. Y, por el contrario, un acto brevísimo, que dura unos segundos, al ser descrito en una novela, puede llevar varios minutos de lectura. En las obras de Proust encontramos analizadas y descritas sensaciones e incidencias cuya duración efectiva sufre un aumento, una dilación, al ser transformada en duración narrativa.
En este famoso pasaje de En busca del tiempo perdido, el narrador prueba una magdalena mojada en té, y a partir del recuerdo de ese sabor antiguo se construye toda la novela:
En cuanto reconocí el sabor del pedazo de magdalena mojado en tila que mi tía me daba (aunque todavía no había descubierto y tardaría mucho en averiguar por qué ese recuerdo me daba tanta dicha), la vieja casa gris con fachada a la calle, donde estaba su cuarto, vino como una decoración de teatro a ajustarse al pabelloncito del jardín que detrás de la fábrica principal se había construido para mis padres, y en donde estaba ese truncado lienzo de casa que yo únicamente recordaba hasta entonces; y con la casa vino el pueblo, desde la hora matinal hasta la vespertina y en todo tiempo, la plaza, adonde me mandaban antes de almorzar, y las calles por donde iba a hacer recados, y los caminos que seguíamos cuando hacía buen tiempo. Y como ese entretenimiento de los japoneses que meten en un cacharro de porcelana pedacitos de papel, al parecer, informes, que en cuanto se mojan comienzan a estirarse, a tomar forma, a colorearse y a distinguirse, convirtiéndose en flores, en casas, en personajes consistentes y cognoscibles, así ahora todas las flores de nuestro jardín y las del parque del señor Swann y las ninfeas del Vivonne y las buenas gentes del pueblo y sus viviendas chiquitas y la iglesia y Combray entero y sus alrededores, todo eso, pueblo y jardines, que va tomando forma y consistencia, sale de mi taza de té.
Cuando leemos una novela cotejamos la equivalencia y el orden que existe entre estos dos tiempos:
- El tiempo de la historia es relativamente igual al tiempo del discurso. Esta coincidencia solo se da en los diálogos que se intercalan en la novela.
- El tiempo de la historia es mayor que el tiempo del discurso. Es el caso más frecuente, puesto que el novelista suele seleccionar los hechos de la historia que resultan más pertinentes.
- El tiempo de la historia es menor que el tiempo del discurso. Suele darse cuando el escritor se demora al describirnos los seres y cosas que le rodean y para ello utiliza la técnica de “ralentí” cinematográfico. Es la técnica utilizada por Proust en su novela En busca del tiempo perdido. En nuestra literatura hallamos ejemplos en las obras de Gabriel Miró y de Azorín.
Para igualar el tiempo de la historia y el tiempo del discurso, el novelista lo logra, al final de la novela, mediante técnicas que están en relación con el ritmo narrativo:
- Escena. El tiempo de la historia y el tiempo del discurso se equilibran gracias al diálogo.
- Resumen o recapitulación. Sirve para acelerar el ritmo de la narración en los casos en que el tiempo de la historia es mayor que el tiempo del discurso. Mediante algunas frases se pueden condensar días, meses o años de la historia: Los amantes pasaron todo el verano sin verse, y cuando llegó el otoño…
En las ocasiones en las que interesa subrayar el paso del tiempo, el cine se ha servido de diversos procedimientos como: hojas de un calendario que caen, agujas de reloj que se mueven a más velocidad, cambios de las estaciones sobre un plano fijo de un paisaje, planos breves, fundidos titulares de periódicos, cámara rápida… Algunos suelen ir unidos por un tema musical o por una voz en off que sirve de apoyo a las imágenes. En cambio, el texto literario indica el paso del tiempo por medio de verbos durativos, perífrasis o adverbios temporales.
- Elipsis. Mediante este procedimiento se suprimen fragmentos de la historia, sin explicitar el tiempo transcurrido, por lo que habrá que deducirlo de otros detalles de la novela. En un texto se indican mediante fórmulas del tipo: “días más tarde” o “tiempo después”, pero también gracias a espacios en blanco, líneas de puntos o la transición de un capítulo a otro. En algunos autores cinematográficos la elipsis tiene un valor estético de primer orden y ha llegado a ser considerada como un estilema; así, en la comedia, se ha empleado para suscitar la imaginación del espectador, como en el llamado “efecto Lubitsch”.
- Ralentí o dilatación. Con esta técnica el tiempo del discurso puede hacerse mayor que el tiempo de la historia. En el cine, gracias a la simultaneidad, cualquier dilatación es apreciada como tal. Se da cuando la imagen se ralentiza (cámara lenta) o cuando el montaje cabalgado de una secuencia une planos sucesivos que contienen fragmentos correspondientes al mismo tiempo de la historia.
En el texto literario se utilizan descripciones que provocan esa dilatación. También es evidente en el caso de la expresión de pensamientos de un personaje. Veamos un ejemplo de Miguel Delibes que pertenece a su obra El camino:
En ese instante sonó el disparo, cuyas resonancias se multiplicaron en el valle. El pájaro dejó flotando en el aire una estela de plumas y sus enormes alas bracearon frenéticas, impotentes, en un desesperado esfuerzo por alejarse de la zona de peligro. Mas, entonces, el quesero disparó de nuevo y el milano se desplomó, graznando.
Y otro de la novela La regenta, de Leopoldo Alas “Clarín”:
En aquel momento el reloj de la catedral, como si bostezase, dio tres campanadas.
Don Víctor se detuvo pensativo, apoyó la culata de su escopeta en la arena húmeda del sendero y exclamó:
-¡Me lo han adelantado! ¿Pero quién?[…]
Sin saber por qué sintió una angustia extraña, “también él tenía nervios, por lo visto. […]. Pero, entonces, ¿quién le había adelantado el despertador más de una hora? y ¿para qué?[…]”
Había echado a andar otra vez; iba en dirección a la casa, que se veía entre las ramas deshojadas de los árboles, apiñados por aquella parte. Oyó un ruido que le pareció el de un balcón que abrían con cautela, dio dos pasos más entre los troncos que le impedían saber qué era aquello, y al fin vio que cerraban un balcón de su casa y que un hombre que parecía muy largo se descolgaba, sujeto a las barras y buscando con los pies la reja de una ventana del piso bajo para apoderarse de ella y después saltar sobre un montón de tierra.
“El balcón era el de Anita”.
El hombre se embozó en una capa de vueltas de grana y esquivando la arena de los senderos, saltando de uno a otro cuadrado de flores, y corriendo después sobre el césped a brincos, llegó a la muralla, a la esquina que daba a la calleja de Traslacerca; de un salto se puso sobre una pipa medio podrida que estaba allí arrinconada y, haciendo escala en unos restos de palos de espaldar clavados entre la piedra, llegó, gracias a unas piernas muy largas, a verse a caballo sobre el muro.