Los personajes de una novela

Categoría (General, Taller literario) por Ana Merino y Ane Mayoz el 06-07-2015

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Los personajes dan sentido a todos los demás aspectos que conforman el relato. Son seres ficticios a los que hay que otorgar un nombre, un físico y una personalidad para que sean verosímiles.

Es posible inventar uno como si fuera la expresión de una realidad abstracta. Por ejemplo: paz, fraternidad… Así surge un personaje simbólico e interesa por el valor que encarna, no por su propia personalidad. Otra forma de crear un personaje es a través de la realidad externa. Esto es, siendo la reproducción fotográfica de un ser real o únicamente escogiendo unos rasgos que se toman de un determinado modelo. En ocasiones, el mismo autor aporta características propias de su personalidad al personaje de su historia (puede ser lo que no es y más o menos secretamente ambiciona).

Es básico caracterizar al personaje, individualizarlo. Hay mil maneras de llevar a cabo esta labor primordial: por el físico, por el carácter, por el  atuendo o vestuario… Incluso la descripción de la vestimenta puede desvelar la psicología de los personajes. Una regla que vale para todas las descripciones es ésta: hay que describir con exactitud y vivacidad los detalles. Pero no todos los detalles poseen igual valor; importan sólo aquellos que son característicos del individuo retratado.

En esa labor caracterizadora importa mucho el nombre, que delimita a la persona que lo lleva, la identifica. Además, su frecuencia y su fonética le otorgarán otros atributos. Con la elección  se comunica  al lector no sólo si el personaje es hombre o mujer, sino de qué país viene, en qué época vive, a qué clase social pertenece o qué corriente de antipatía o simpatía se pretende establecer con él. Sólo se le otorga nombre al personaje si consideramos que aporta algo al conjunto. No será igual un personaje llamado Titina —un apodo y un diminutivo— que otro al que se le denomine con nombre y dos apellidos, como María del Rosario Clemente Bier. Otra posibilidad  es  dejarlo innominado.

Los personajes de un relato pueden seguir uno de estos modelos:

Personaje redondo. Si resulta difícil de definir, contradictorio a veces, que se va conociendo con lentitud.
Personaje plano. Si repite invariablemente un esquema de comportamiento, actúa siempre igual y es imposible que nos sorprenda.

Aunque parezca una nimiedad es relevante la forma en que un personaje aparece en escena por primera vez. El momento en que un escritor decide presentar un personaje al lector constituye un recurso literario en sí mismo. Por lo tanto, hay que tener presente cuándo conviene hacerlo, quién lo nombra y cómo se presenta.

Se puede nombrar antes de iniciarse la narración, en el título mismo, lo que indicaría que toda la historia gira a su alrededor. Si no, al principio de ésta. En ocasiones, nos servimos de la ocultación temporal del nombre como elemento de suspense, con la intención de sorprender al lector. Esa ocultación puede venir dada por el narrador o por un personaje que lo menciona antes de aparecer; así se crea aún más expectación en torno a él.

La forma de presentar al personaje no sólo puede ser nombrándolo, sino que también puede ser actuando: sus actos y comportamientos, sus palabras… lo definirán. Esto produce una mayor sensación de realidad, de no manipulación del personaje.

Otra posibilidad es que el narrador haga un retrato físico, psíquico o global del personaje. Esto nos condiciona en nuestra relación con él, aunque el nivel de condicionamiento variará en función del tipo de narrador que se use.

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