Perspectiva múltiple o el “efecto Rashomon”

Categoría (El libro y la lectura, El mundo del libro, Estafeta literaria, General) por Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz el 26-02-2024

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Ajustarse a la verdad de un hecho no es tan fácil como pueda parecer. Nuestra percepción siempre resulta intoxicada por una determinada manera de pensar que, a su vez, tiene mucho que ver con el contexto social en el que nos movemos. El escritor Ryunosuke Akutagawa lo sabía muy bien cuando escribió Rashomon (1915) y “En el bosque” (1922). Lo que desconocía era que estos dos relatos, treinta años más tarde, iban a servir de materia para que Akira Kurosawa dirigiera una película cuya presentación, en 1951, dentro de la sección oficial del Festival de Venecia, marcaría un antes y un después en la historia del cine japonés.

Ryūnosuke Akutagawa (1892-1927) fue un escritor perteneciente a la generación denominada neorrealista, que surgió como reacción al naturalismo y a ciertas tendencias neorrománticas que dominaban el panorama literario japonés del siglo XX. Sus obras, en su mayoría cuentos, reflejan su interés por la vida del Japón feudal.  Y es que Rashomon es, en realidad, el nombre de una de las dos puertas de la ciudad de Kioto que hubo durante la época clásica japonesa, entre los años 794 y 1185.

Fue un periodo notable dentro de la cultura japonesa, admirado por todas las generaciones posteriores, porque logró desarrollar una literatura nacional con estilo propio: en esa época surgió uno de los silabarios empleados en la escritura japonesa ―adaptó la caligrafía china al lenguaje polisilábico japonés que antes se manejaban con la escritura ideográfica china― y se establecieron nuevos géneros como la novela: Genji Monogatari, Novela de Genji, creada en el año 1000 y considerada por muchos como la más antigua de la historia.

Pues bien, durante el siglo XII, esa puerta comenzó GGa deteriorarse y se convirtió en guarida de ladrones e indigentes; incluso llegó a albergar cadáveres que nadie reclamaba. Todo esto le sirvió de marco al relato de Akutagawa que narra el encuentro entre un humilde sirviente, recién despedido de casa de su amo samurai, y una anciana. Sus pasos le llevan a guarecerse de la lluvia en la destartalada Rashomon. En su cabeza está el convertirse en ladrón para no morir de hambre cuando, de repente, ve la luz de una chimenea encendida en el primer piso; sube unas escaleras y se encuentra con una anciana que está robando el pelo a los cadáveres. El hombre se enfurece tanto ante esa visión que comienza a presionarla de forma violenta para que le diga por qué lo hace.

—“Ciertamente, arrancar los cabellos a los muertos puede parecerle horrible; pero ninguno de éstos merece ser tratado de mejor modo. Esa mujer, por ejemplo, a quien le saqué estos hermosos cabellos negros, acostumbraba a vender carne de víbora desecada en la Barraca de los Guardianes, haciéndola pasar nada menos que por pescado. Los guardianes decían que no conocían pescado más delicioso. No digo que eso estuviese mal pues de otro modo se hubiera muerto de hambre. ¿Qué otra cosa podía hacer? De igual modo podría justificar lo que yo hago ahora. No tengo otro remedio, si quiero seguir viviendo. Si ella llegara a saber lo que le hago, posiblemente me perdonaría”.

La mujer a quien robaba el cabello engañó a muchas personas en su vida por lo que esto le daba derecho a robarle a la persona muerta para poder sobrevivir ella también. Siguiendo esa lógica, el sirviente le responde: «No me guardarás rencor si te robo, ¿verdad? Si no lo hago, también yo me moriré de hambre». Así que le robó la ropa y la dejó desnuda.

Como hemos dicho, este argumento se mezcla con el del relato “En el bosque” cuyo comienzo es este:

“Declaración del leñador interrogado por el oficial de investigaciones de la Kebushi

―Yo confirmo, señor oficial, mi declaración. Fui yo el que descubrió el cadáver. Esta mañana, como lo hago siempre, fui al otro lado de la montaña para hachar abetos. El cadáver estaba en un bosque al pie de la montaña.”

Takehito, un funcionario del gobierno, y su esposa, Masago, se adentran en un bosque a caballo, con tan mala suerte que son atacados y el funcionario muere. Un oficial comienza a investigar y a realizar interrogatorios a los involucrados. A partir de aquí tenemos un enfoque narrativo múltiple. Siete personajes, incluido el muerto, dan testimonio ―cada uno más íntimo y próximo a la realidad que el anterior— de los hechos que han rodeado el crimen. Y debido a una serie de contradicciones de las versiones, al final no sabemos quién es el asesino. Hay que decir que la presencia del investigador es anecdótica y que son los propios personajes los que lanzan sucesivamente su versión sobre los hechos. Al final el lector se enfrenta a un coro de voces que discrepan sin que nadie organice esa información.

No sabemos si es que el autor espera que los lectores hagamos el papel de investigadores, porque somos nosotros los que recreamos la historia al ir desmenuzando los datos y buscando la solución a partir de las contradicciones, intereses y mentiras de cada uno de los testigos. Sí, porque hay tres personajes que afirman ser los autores del asesinato. Nos encontramos por tanto con un relato de sencillez formal, pero con un fondo complejo en función de cuánto esté dispuesto el lector a involucrarse en su interpretación. Se nos ocurre también que quizás a Akutagawa le interese más el planteamiento de problemas que su solución.

El caso es que en los dos relatos cada personaje actúa motivado por algo que justifica su actuación: en “Rashomon” el afán de supervivencia de uno da por bueno el robo al otro, cada personaje tiene su historia para justificarlo; lo mismo sucede en “El bosque” con el testimonio de cada uno de los personajes, que no persigue más que avalar su actuación en la escena del crimen. La percepción de la realidad se debe a muchos condicionantes que tienen que ver con el perfil de los personajes, lo que puede llegar a convertir a la verdad en subjetiva y por lo tanto en cierta, o no, pero aparentemente incompatible. En definitiva, Akutagawa nos ofrece una muestra de subjetividad narrativa múltiple.

Todo lo dicho hasta ahora es, probablemente, lo que gustó al director de cine Kurosawa quien fusionó los dos relatos para contar, mediante flashbacks, la muerte de un samurai y la violación de su esposa en el Japón del siglo XII. Y lo que logró fue una obra maestra del séptimo arte que ha servido de ejemplo a muchas series y películas que han tratado de imitar ese estilo en el que no hay un narrador concreto de la historia. Algunas son: Cómo conocí a vuestra madre (2005-2014), Lost (2004-2010), The Affair (2014), Cautivos del mal (Vincente Minnelli, 1952), Hero (Zhang Yimou, 2002), Perdida (David Fincher, 2014) …

A partir de entonces, se habla del “efecto Rashomonreferido a nociones generales relacionadas con la subjetividad de nuestras visiones ―cuando son fruto de nuestra memoria― o con la relatividad de la verdad. Así, si dos testigos de primera mano aportan testimonios contradictorios en un juicio, los abogados y jueces hablan de ese efecto. En el ámbito de las ciencias sociales también se ha utilizado para referirse a situaciones en las que la importancia de un acontecimiento, un objetivo o un valor definido en términos abstractos no es objeto de disputa, pero hay distintas visiones o valoraciones respecto al porqué, el cómo, el quién y el para qué de ello.

A nosotros nos interesa desde el punto de vista literario. El “efecto Rashomon” no deja de ser más que una técnica narrativa que, como ya nos ha mostrado Akutagawa, ofrece muchas posibilidades a la hora de escribir un relato. Vamos a ver qué pasos deberíamos seguir para utilizarla.

Nos resultará efectiva si queremos contar una historia que plantee la subjetividad de un tema mediante la creación de la duda y que, además, no se pueda desarrollar de forma lineal ni sea manipulada por ningún narrador; con esto último lograremos que solo el lector juzgue los hechos.

Lo primero que habría que hacer es pensar en el argumento principal que vamos a narrar. La historia debe tener un conflicto ―un asesinato, una infidelidad, un accidente…― de intereses de distintas personas que nos permita explorar diferentes puntos de vista.

Después nos centraremos directamente en los personajes. Como ya hemos dicho, según esta técnica el narrador, en primera persona o en tercera, desaparece para cederles el protagonismo a ellos, con el fin de darnos su versión de lo ocurrido. En el cuento de Akutagawa había siete personajes, por lo tanto, siete perspectivas. El director de cine, sin embargo, optó solo por cuatro.

Llegados a este punto debemos decidir qué parte de la historia cuenta cada personaje y qué versión va a mostrar. Estructuralmente pareciera que el texto adquiere forma de puzle, pero nos interesa que las historias se solapen de vez en cuando, que haya conexiones entre ellas, para que cada trocito de vivencia aporte el matiz de cada una de las perspectivas.

El orden de aparición de esas intervenciones de los personajes es otro punto importante a tener en cuenta. Hay que hacerlo de manera que creemos tensión en la trama, así que cualquier giro o vuelta de tuerca en una versión de los hechos nos va a venir estupendamente para mantener al lector pegado a nuestra trama.

Aparte de esos dos cuentos mencionados podemos poner un ejemplo de novela que se vale también de la misma técnica: Rosaura a las diez, de Marco Denevi. Escrita en 1955, Denevi ha pretendido mostrar las varias y diferentes visiones que cada protagonista tiene de una secuencia de sucesos en la que todos han tenido alguna participación. Para ello ha ideado un procedimiento singular: la transcripción de los testimonios de cuatro testigos y la copia de una carta. Cinco partes o capítulos, que simulan los textos de las declaraciones e interrogatorios de un sumario policial y la probanza de un documento.

Está a medias entre una narración policíaca y un relato convencional. Es una divertida novela que consta de una estructura narrativa interesante, riqueza de lenguaje e imaginación y, por si no fuera suficiente, además juega con los lectores. Está claro que el buen uso del “efecto Rashomon” puede marcar la diferencia y convertir una historia simple en una estimulante y compleja narración.

Como hemos podido comprobar a lo largo de este artículo, la interrelación de la literatura con otros ámbitos en cuanto al efecto Rashomon ha sido grande. Lo que Akutagawa planteó en literatura y más tarde Kurosawa desarrolló en cine es la subjetividad de la verdad o dicho de otra manera más coloquial todo depende del color con que se mira. Para nosotros aceptar la imposibilidad de llegar a la verdad es una faena si lo que buscamos es aclararnos y defender algo con argumentos, pero cuando de ficción se trata, el “efecto Rashomon” funciona, y muy bien.

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