Rafael Chirbes. Escritor genuino

Categoría (El libro y la lectura, El oficio de escribir, General) por Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz el 26-04-2024

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Este año hubiera cumplido 75 años —en 2015 un cáncer se lo llevó de su comunidad natal, Valencia— y representaría la figura, cada vez más inusual, del ducho en muchas materias que se ha nutrido de sus antepasados y que ha dejado huella en sus contemporáneos.

Rafael Chirbes escribió desde chiquitín. En su adultez empezó a publicar y lo siguió haciendo a lo largo de su vida. Una vida nómada, solitaria, independiente, lúcida en sus opiniones y coherente con sus ideas. Gran lector, conocedor de diferentes literaturas y excelente espectador de cine.

“Tengo solo una vida y hace años que elegí dedicarme a la literatura y no al comercio. Milito en el espacio de la escritura. Ahí me gano mis amigos y enemigos. Ahí les cuento las cosas a los demás al mismo tiempo que me las cuento a mí mismo”.

Es en la escritura de su vasta obra donde se ha exprimido, donde se ha dado a conocer, donde ha teorizado sobre la novela, donde ha sabido atrapar al lector, donde ha aprendido de lo que escribe al tiempo que lo escribe.

Autor discreto, de los que se prodiga poco por los medios: “Me fascinan libros de autores que no me resultan simpáticos y con los que no me agradaría charlar y, en cambio, me resultan deleznables otros a cuyos autores aprecio”.

Cómo surge una figura así es algo que le debemos a su madre, en particular, y a sus ganas de querer saber porque su padre (peón ferroviario) murió en 1954 y, por entonces, con cinco añitos, ya sabía leer y escribía relatos que un compañero de la escuela ilustraba. Su madre (guardabarrera), a pesar de lo propio de la época (comenzar a trabajar a una edad temprana y contribuir a la economía familiar), lo envió a Ávila, a un colegio de huérfanos de ferroviarios, e insistió en que estudiase; para su tiempo y para su clase social, fue una mujer lúcida y avanzada.

El cine también lo acompañó desde niño: coleccionaba álbumes de películas, además de programas atrasados y recortes de celuloide. Después, en el colegio de León (donde estudió hasta los diez años), los curas, los domingos tras la película que veían, les interrogaban sobre ellas: así, además de ver muy buen cine, aprendían los aspectos formales de ese arte. “El cine era mi vida. A los menores no nos impedían el acceso a las salas incluso cuando proyectaban películas para adultos. Lo veíamos todo”. En los siguientes dos cursos en Salamanca conoció la libertad, el arte, la filosofía y la música, gracias al profesor que durante las horas de estudio les deleitaba con ella. Y acabó en Madrid, haciendo el PREU y licenciándose en Historia Moderna y Contemporánea. “Somos hombres de nuestro tiempo y la lucha de clases es el núcleo del movimiento en la historia humana. La gran contradicción de hoy en día es saber quién tiene el poder, quién manda, quién explota. Todo se resume en eso por mucho que se adorne con ideologías”.

Chirbes afirma que enseñarle al lector a mirar el mundo desde un lugar equivale a enseñarle los mecanismos de funcionamiento del grande e inabarcable juego de la vida en unas cuantas páginas. Considera la coherencia de una mirada y su capacidad para apostarse en otro lugar las grandes virtudes de un texto literario, el regalo que nos ofrece un gran novelista.

“Cuando leo las declaraciones que hago a periodistas que me preguntan por el significado o por las raíces de los libros que he escrito, me irrito con mis propias respuestas. Al reducir una novela a unas cuantas frases campanudas o banales, me doy cuenta de que inyecto el antídoto que la combate, porque he puesto certezas en lugar de dudas, trasluzco la satisfacción de un deber cumplido, cuando lo que en realidad vivo es la incertidumbre”.

Para él escribir es trabajar en la organización del lenguaje de una determinada manera, ya que el lenguaje muestra irremediablemente las tensiones que la sociedad implanta en el autor, su posición en ese complicado cruce de mensajes o creencias. Esta es la razón, desde su punto de vista, de que la novela, o cualquier forma de escritura, delata a quien la escribe, se vuelve incluso contra él; se convierte en un policía riguroso al que difícilmente se le escapa ningún indicio: “incluso me atrevería a escribir que la literatura, como los amantes, acostumbra a vengarse de quien no se arriesga a llegar hasta el límite. Una escritura a medias es una mentira que el interrogador detecta. Escribir no es solo cuestión de engrasar el oficio, la técnica tiene un peso relativo”.

“Un libro no es bueno por lo que le pones, sino por lo que le quitas. Estoy convencido de ello. La literatura se hace cortando. No importa que no te parezca muy brillante lo que has hecho; si no le sobra nada, acaba siendo excelente. Lo dice Cervantes en el Quijote, donde reclama que “se le den alabanzas no por lo que escribe, sino por lo que ha dejado de escribir”.

Define un buen texto como aquel que te lleva coherentemente desde la primera frase hasta el final, el que hace que no te salgas de esa lógica, que no pierdas el tono. “Si mantiene el tono, el resto va de soi, es cuestión de artesanía”.

Se caracteriza por su autocrítica, su humildad. “Literatura es lo que han hecho los demás y yo leo con admiración. Muchas veces hasta con pasión. Lo que yo hago es subirme al trapecio lleno de miedo”. Seguramente porque es consciente de que “la palabra escrita delata no solo tus aficiones literarias o tus convicciones políticas, sino incluso los aspectos más íntimos y secretos de tu personalidad”.

Por su gran dedicación al arte de escribir sabe que “uno puede adquirir desenvoltura, eso que llaman oficio”, pero no más, porque asegura que el novelista ante cada obra, igual que el jugador de ruleta en cada tirada, vuelve a empezar desde cero.

Se muestra convencido de que la literatura no surge por acumulación de esfuerzos, aunque el esfuerzo sea imprescindible; también, de que la literatura es uno de los pocos espacios en el que se produce cierta justicia histórica, por esa simplicidad en los materiales con que se construye. “Un hombre armado de papel y lápiz puede ser un pequeño Dios, Aquiles o su porquero. ¿Qué más da? La obra se sostiene en el tiempo solo por sí misma”.

Curiosamente confiesa que en ninguno de sus libros ha tenido una idea demasiado clara de cuál era el tema de lo que estaba escribiendo, ni de los instrumentos de los que se servía prácticamente hasta que lo ha tenido terminado. No cree en la escritura automática, en la inconsciencia, pero sí en que escribir supone una excavación en un túnel oscuro.

Esa oscuridad la une a su subconsciente, lugar desde el que han nacido todos sus libros: “Un subconsciente que no es exactamente de raíz freudiana, sino que tendría que ver con los materiales que han empastado el carácter: lecturas, experiencias, ideología, posición social, heridas, aspiraciones, derrumbes. Por eso la novela, o cualquier forma de escritura, delata a quien la escribe”. En otras ocasiones, el punto de partida es un malestar, una desazón. “Voy haciendo tanteos, luego viene una frase, luego pones otra y eso va formando un personaje que ha de tener un contrapunto. No las estructuro previamente.”

Y se entiende que reconozca que las relaciones con sus libros no le resulten nunca fáciles, puesto que la escritura es más una pulsión que un placer para él. Revela que escribe libre y tortuosamente, que no lo puede hacer en los bares, que necesita tiempo. Y que, por encima de todo, se considera un obrero nato: “La escritura es —y mucho— trabajo. Te sientas y trabajas: piensas, ordenas, cortas, repasas cuadernos, tomas notas, añades una frase… y así un día tras otro”. Se autodefine como un escritor lento, porque reescribe mucho, y torpe, porque le resulta difícil encontrar la frase exacta. “Si la frase no está ajustada, es que el pensamiento no funciona, y a medida que uno va ajustando la frase va surgiendo el pensamiento. La literatura es así”.

La novela, según su mirada, forma parte de los materiales con los que se construye eso que se llama el espíritu del tiempo. Sobre la tan cacareada alusión al fin de la novela, advierte en ella una capacidad de resistencia y una tozudez admirables, puesto que cuando se la da por muerta, renace con cualquier excusa. Para ello basta con fijarse que las viejas novelas siguen manteniendo una envidiable capacidad para reaparecer repletas de juventud, decenios —a veces siglos— después de haber sido escritas.

En las suyas, en sus novelas, se narran hechos que les ocurren a varias generaciones; aborda la cuestión de la clase social, de la educación, los gustos y las formas de vida en común; resultan corales y también orales. Fernando Valls aprecia en ellas sobre todo “cómo ha logrado aunar pensamiento y estilo, sustancia y forma, en una prosa depurada, mediante una visión distinta y acerada”.

Cada una de sus novelas es un ejemplo más de que la ficción, cuando posee la complejidad necesaria, puede ayudarnos a comprender mejor el pasado cercano, nuestro confuso presente, el alma y el aliento de los tiempos en que vivimos.

Por este motivo, compartimos su parecer: “A la pregunta de para qué se escribe un libro o de qué trata, solo nos ayuda a responder la lectura de ese libro” y aludimos, sucintamente, a sus obras esbozando algunas técnicas que utiliza en ellas:

Fue a fines de 1988 cuando Chirbes logró ver su primer libro en la calle: Mimoun, novela surgida de sus experiencias en Marruecos como profesor de español, contadas mediante el relato lineal. “Salía además arropado por el reconocimiento como finalista del Herralde, un premio prestigioso”.  Fue su amiga Carmen Martín Gaite quien le pasó la novela a Jorge Herralde y a partir de ahí se unió, de por vida, al sello de esa editorial.

En su siguiente obra titulada En la lucha final (1991), el narrador, es a su vez un escritor que se vale de testimonios, monólogos, diarios, para dar voz a los personajes que observa y crear así una novela reportaje. Por primera vez, se cita al pintor Francis Bacon.

Un año más tarde, publicaría La buena letra. Aquí el autor proporciona voz a los vencidos en la guerra civil, a través de un monodiálogo de la narradora y protagonista. Destacan los intensos y breves capítulos, junto a la elipsis que utiliza.

De Los disparos del cazador (1994) podría decirse que constituye el envés de su anterior novela corta, al mostrar el mundo de la posguerra por medio de un narrador poco escrupuloso. A esta y a la anterior el propio escritor las califica de nouvelles, puesto que a esa definición se ajustan su ritmo, su tensión y hasta su pretensión de acunarse en un tono.

La siguiente narración, que lleva como título La larga marcha (1996), nos la proporciona una tercera persona compasiva, como ha denominado el autor a ponerse en el lugar del otro: intenta crear tensión y emoción literaria relatando en tercera persona, pero sin creerse Dios —lo que les solía ocurrir a los narradores del XIX—, convencido de que tampoco ellos podrían transformar el mundo con sus obras. Chirbes rompe con el mito de las dos Españas desde el momento en que todos sufren las consecuencias de la guerra. El estilo es resultado de lo que se quiere contar, pues compone la trama mediante secuencias y ritmos, prescindiendo del punto y aparte, para que funcionen los capítulos como si de poemas se tratara, apostando por un tipo de narración cercana a los relatos orales.

En el año 2000 publicó La caída de Madrid, cuya acción transcurre durante el día anterior a la muerte de Franco. Y uno de los mayores aciertos de esta obra consiste en la utilización de un narrador que va cediendo la voz a los diferentes personajes; el lector, de esta manera, va adquiriendo una visión múltiple y contradictoria de aquel momento.

Los viejos amigos (2003) completa una trilogía compuesta por los dos libros anteriores. En este relata la evolución ideológica de su propia generación, de aquellos jóvenes revolucionarios de los años sesenta que acabaron apoyando una falsa modernización y adaptándose al sistema. Su realismo, en estas últimas obras, es del mismo tipo que ha defendido Francis Bacon: “Un intento de capturar la apariencia junto con el cúmulo de sensaciones que esa apariencia excita en mí”. Chirbes pretende que la novela vuelva a ser otra vez el vehículo adecuado para una lectura crítica de la Historia. No en vano, a los personajes se les reprocha que quisieran olvidar, “curarse con la medicina del olvido, en vez de aprender con el purgante de la memoria”.

En Crematorio (2007), la historia arranca y concluye con la contemplación de un cadáver que utiliza el autor para reactivar la memoria del resto de los personajes, desde la bisabuela de 94 años hasta los bisnietos. La narración alude a lo privado y lo público; a lo sentimental y lo laboral, sin olvidarse nunca de la sociedad, y en una perspectiva no solo española, sino también europea, e incluso mundial.

En su novela denominada En la orilla (2013), aborda la actual crisis, económica, social y ética en un pequeño pueblo cercano a Benidorm, durante el año 2010. Sirviéndose de la primera y tercera persona, el estilo indirecto libre y el monólogo, además de diversas voces que van tomando la palabra, nos ofrece un fresco variado y completo: un microcosmos representativo del conjunto del país. Valls la considera “una gran novela que no deberían dejar de leer quienes quieran entender mejor el terrorífico arranque del siglo XXI, un tiempo sin dioses, plagado de trepas y seres corruptos, en el que el capitalismo financiero, con la complicidad de los gobiernos conservadores y la pasividad de los socialdemócratas, ha ido acabando con el estado de bienestar”.

En 2016, salió a la luz, París-Austerlitz, la novela póstuma en la que estuvo trabajando más de veinte años de su vida de forma intermitente; la dejó acabada y lista para la imprenta. Una historia que indaga en los asuntos del corazón entre un joven pintor, afiliado al partido Comunista, y un hombre maduro.

En Chirbes la reflexión teórica y la práctica narrativa aparecen estrecha y coherentemente unidas, por lo que todas las preguntas que se formula (por qué y para quién se escribe; cuál es el papel de la novela en estos tiempos tumultuosos…) adquieren respuesta en sus ensayos. En El novelista perplejo (2002) y Por cuenta propia. Leer y escribir (2010) nos da a conocer todo ello. Además, el título del libro en el que ha reunido lo que escribió sobre algunas ciudades es El viaje sedentario. Y también debemos aludir a Sobremesa, la revista gastronómica, pionera en nuestro país, de la que fue uno de sus primeros directores donde nosotros saboreamos sus artículos y él aprendió la historia de la cocina.

Donde igualmente es una delicia sin fin leerle es en su creación más íntima, más cercana a su vida, a sus sentimientos, a sus amigos: sus Diarios, esa ingente obra personal que constituyen tres volúmenes aparecidos entre 2021y 2023 con el subtítulo de A ratos perdidos. En ellos alude también a toda su vida y su obra. Divididos en los Cuadernos que escribía, muestran el contenido de estos, revisado y preparado para su publicación. Abarcan desde 1985 hasta sus últimos años de vida.

Tanto en sus artículos, como en sus comentarios o respuestas se manifiesta crítico, sabio, y nos damos cuenta de la rabiosa actualidad y de la atemporalidad que presentan sus opiniones: “En la sociedad contemporánea, se habla excesivamente de los autores, y de los libros que escriben, en vez de leerlos. Los autores hablamos demasiado. El público cree conocer a un autor o un libro porque ha oído hablar de ellos en la radio o en la televisión, porque ha leído las críticas que los periódicos publican sobre ellos o incluso ha escuchado y visto al autor responder con soltura, brillantez en un programa de televisión. Lo que se dice de un libro ha pasado a ocupar el lugar de lo que dice un libro”. Estas palabras las expuso en una conferencia ofrecida en el año 2008.

Chirbes nos proporciona una visión crítica, pesimista, incluso corrosiva, pero también lúcida, de la condición humana: de los perversos mecanismos que rigen el funcionamiento de la sociedad, del triunfo y del fracaso; y de las relaciones personales: de la lucha que mantenemos con la familia, los amigos y los subordinados. O de cómo el mundo aparece gobernado por los pecados capitales: la avaricia, la ira, la lujuria y la gula, sobre todo.

Un escritor de raza como Rafael Chirbes, que utiliza el rigor literario, la frase justa para dar a conocer el mundo de su tiempo, que se exige a sí mismo y exige al lector, que se autocritica, debe estar presente. Hemos querido, aludiendo a lo que dice y a lo que ha dejado escrito, que la desmemoria que tanto mencionaba no ocurra con su obra.

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