Realismo sucio. Primera parte

Categoría (General, Taller literario) por Ana Merino y Ane Mayoz el 05-05-2022

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Tal vez el nombre no sea el más apropiado, porque el realismo sucio no tiene nada que ver con una alabanza de la basura, ni del lenguaje soez, ni de los personajes malolientes, y sí con una forma de narrar historias de gente corriente, de personajes grises a los que no les sucede nada extraordinario, por medio de un lenguaje premeditadamente sencillo.

Surgió en la década de los sesenta en Estados Unidos, y se encuadra, también, dentro de lo que se ha dado en llamar el minimalismo: utilizar los mínimos recursos para contar historias cotidianas, sin añadir apenas figuras retóricas, huyendo de las moralejas y dejando las historias sin cerrar. El planteamiento, visto así, promete muy pocas emociones. Pero es ahí, con tan pocos elementos, donde los escritores pueden mostrar el auténtico talento literario. Raymond Carver, Richard Ford o John Cheever han escrito inolvidables relatos y novelas con esos mínimos recursos.

Escribir bajo esas premisas tiene mucho más interés de lo que parece a simple vista. Es una manera revolucionaria de mirar el mundo, más humana, compasiva, real e intensa. Sus seguidores están mucho más cerca de los modos de escritura de Chéjov que de los de Poe, y eso se traduce en varias características importantes:

  • Los relatos y novelas escritos desde este modo de observar el mundo no reflejan sucesos extraordinarios, sobrenaturales o alejados de la vida común de los que leen, sino fragmentos de vida idéntica a la de los propios lectores. Mundos grises, rutinarios, desesperanzados, ausentes de heroísmo que muestran la verdadera naturaleza del ser humano.
  • Las historias se narran con la mayor naturalidad posible, como cuando una persona le cuenta a otra las cosas aparentemente sin importancia que le han ocurrido, en voz más bien baja. Su lenguaje es común y corriente. La función del narrador es pasar inadvertido y comportarse como una auténtica cámara de fotos.
  • Los personajes que habitan estos textos no son seres extraordinarios (ni por su bondad ni por su maldad); su capacidad para resolver conflictos es menor de la que tiene el común de los lectores. O, al menos, en el momento que queda reflejado en la historia, son más torpes, más incultos, más débiles, más pobres o más tontos que el lector. Su nivel de experiencia vital y los recursos materiales y mentales que utilizan son inferiores a los nuestros.
  • Las historias, por lo general, no terminan. En algún momento parece que va a suceder algo crucial, los personajes ven una pequeña luz entre la rutina gris de sus vidas, pero el texto se cierra sin que los conflictos cotidianos que están viviendo queden resueltos.
  • El narrador, tanto si está en tercera persona como en primera, no juzga ni analiza nada de lo que allí ocurre: simplemente lo muestra con minuciosidad absoluta, sin expresar ningún juicio de valor. Y no es que al narrador no le incumba lo que allí sucede, sino todo lo contrario: es tan importante para él la historia que está contando que se contamina del lenguaje de los personajes, no lo cuenta todo y deja que sea el lector quien saque conclusiones, analice los hechos y juzgue a las personas.
  • Es un género minimalista, por lo que renuncia a todo aquello que no sea imprescindible para la narración. Apenas hay figuras literarias; las descripciones son mínimas; el lenguaje, terso y llano; se cuentan anécdotas pequeñas donde los personajes simplemente sobreviven como pueden a la desesperanza y a la mediocridad.

Sin duda, es otra forma de escribir relatos. Mencionábamos que son herederos de Chéjov, porque fue el autor ruso el que por primera vez dio voz a los personajes cotidianos, simples y mediocres, que hasta ese momento habían estado excluidos de la literatura. De pronto, ya no existen héroes, y las historias que se cuentan, rutinarias y vulgares, jamás aparecerán en ninguna página de los periódicos. Entonces, ¿para qué contarlas? Pues porque esas son las historias que vivimos normalmente todos los lectores. Porque son las que reflejan con mayor exactitud la profundidad del alma humana, de las relaciones personales, de nuestra vida diaria.

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