Roberto Calasso. Un gourmet literario

Categoría (El libro y la lectura, El mundo del libro, General) por Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz el 26-12-2020

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Se le considera casi como un ser en extinción, porque reivindica la filosofía, la mitología, la antigua Grecia, el hinduismo… porque su vida gira en torno a un único objeto: el libro; por ser a su vez un generoso escritor, con una treintena de libros; un gran editor de la mítica editorial Adelphi, con miles de volúmenes a sus espaldas, y un gran pensador, poseedor de una vasta cultura.

Asimismo, por decir que el verdadero trabajo del editor es leer, que la edición tiene que ser una pasión; por afirmar que la portada es por lo que un libro se deja reconocer; por definir la literatura como una forma de concebir las cosas; por escribir con estilográfica libros distintos pero que cada uno de ellos nace del precedente. Por todas estas razones y por muchas más que iremos entresacando de sus entrevistas y de sus obras.

En todas ellas aparece la inevitable y necesaria relación que nuestro presente tiene con nuestro pasado, pero él deja claro que no trabaja el presente, que no lo analiza. Lo que le fascina y le interesa es el pasado para entender esta sociedad de hoy; aunque sus libros traten de la Grecia mítica o de la India védica, siempre también se refieren a la actualidad, al hic et nunc. Afirma que sin duda lo antiguo vive en lo actual, pero que la sociedad no lo quiere ver, porque cree que todo es presente.

Y en este presente donde parece que todo se divide en analógico y digital, menciona que esas dos categorías se utilizan sobre todo en relación al mundo de las máquinas, pero cree que también pueden referirse a dos polos que operan en la mente, conectivo y sustitutivo los llama, y que, al actuar simultáneamente, se relacionan. Lo mismo que las dos categorías mencionadas, aunque el pensamiento digital parece haberse convertido en dominante.

El editor

El nombre de Adelphi simboliza una institución editorial italiana que ha llegado a conseguir prestigio internacional. Cuando nació Adelphi, en 1963, él tenía solamente veintiún años. Desde 1971 es director editorial y desde 1999, presidente. Tuvo que comprar las acciones de la editorial, convertirse en el accionista principal, para no quedar incluido en el grupo Mondadori de Silvio Berlusconi. Se siente orgulloso de haberse regido por el principio de publicar únicamente lo que les gusta mucho y que potencialmente se podría publicar cincuenta años después de idéntico modo.

El que esta editorial haya logrado la reputación que tiene está vinculada con la importancia dada a garantizar la máxima calidad en todos los aspectos que atañen a un libro: la traducción, la solapa, la cubierta, el cuerpo de letra, la calidad del papel… y sobre todo la portada. La imagen que será el analogon del libro no debe ser elegida en sí misma, sino sobre todo en relación al público, entidad indefinida y amenazante que actuará como juez. Opina que se debe ofrecer una imagen que despierte la curiosidad y mueva a un desconocido a tomar en sus manos un objeto del que nada sabe excepto el nombre del autor, el título… y que, al mismo tiempo, le resulte adecuada incluso después de haber leído el libro, aunque solo sea para que no piense que el editor no sabe lo que está publicando. Esa imagen en la portada tenía que ser una écfrasis al revés. Écfrasis era el término que se usaba en la Grecia antigua para indicar el procedimiento retórico que consiste en traducir en palabras las obras de arte. Todo esto nos lo cuenta en su libro La marca del editor.

Si algo caracteriza a este sello es el concepto de Biblioteca y de libro único. La idea fue de Roberto Bazlen, quien trazó el primer programa de la editorial y que, a pesar de morir en 1965, han mantenido lo que propuso. Fue un hombre religioso y un gran lector, sobre todo, de un solo género de libros: los que son una prueba para el conocimiento y como tales pueden transmutarse en la experiencia de quien los lee, transformándolos a su vez. Leía a los escritores del momento anticipándose a los tiempos. Descubría a un Kafka o a un Joyce en el momento en que salían y no cuando ya estaban consagrados.

Ese concepto de libro único se ve en la definición de la editorial como una larga serpiente de páginas, donde cada segmento de esa serpiente es un libro. Y se podría considerar esa serie de segmentos un único libro. Un libro que comprende en sí múltiples géneros, estilos, épocas, pero en el que se avanza con naturalidad, esperando siempre un nuevo capítulo, que cada vez es de un autor distinto. El propósito que nos mueve es que nuestro lector ideal pueda saltar de uno a otro, con independencia de géneros y temáticas, y sentirse igual de seducido. Si para un editor el número 14 y el número 300 de una colección encierran el mismo interés, lo mismo debería ocurrir con el lector final.

En su libro, con el fin de aprender del pasado, se retrotrae al siglo XVI, época en la que Aldo Manuzio, por vez primera, imagina una editorial en términos de forma, donde el libro se presenta como objeto. También a los años de la Primera Guerra Mundial, momento en el que aparece la colección de cuadernos de formato vertical, de color negro, delgados y austeros inventada por Kurt Wolf y que resulta ser el formato adecuado para presentar La metamofosis de Kafka en 1915 cuando era poco conocido. Estos dos editores, sin ninguna duda, no hicieron nada sustancialmente distinto en épocas tan distantes y, afortunadamente, asegura que nada ha cambiado en todo este tiempo por lo que respecta a la forma de editar un libro.

Por encima de todo prevalece la idea del editor y la de su función esencial que no es otra que la de tener en cuenta el modo en que son presentados los libros y el contexto en que aparecen. El editor es quien publica aproximadamente una décima parte de los libros que querría y quizá debería publicar y quien, inevitablemente, encuentra placer en leer los libros que saca a la luz. En ocasiones, cuando el editor rechaza un libro, a pesar de que parece difícil de entender, es como si se diera cuenta de que el hecho de publicarlo correspondiera a introducir un personaje equivocado en una novela, semejante a una figura que amenaza con desequilibrar al conjunto.

La capacidad de hacer leer (o por lo menos, comprar) ciertos libros es un elemento esencial de la calidad de una editorial. Una editorial para que funcione tiene que apropiarse de buenos escritores, escoger bien las obras a editar, cuidar la impresión del libro y arriesgar. Por eso, ve imprescindible que el editor se anime a buscar un público, que no se limite a alimentar solamente el deseo de consumir algo que ya existe, porque, si es así, la figura del editor pierde su razón de ser. Es necesario arriesgar, cosa que hicieron en varias ocasiones y les salió bien. También el haber podido incorporar a su catálogo a grandes autores que, cuando arrancaron, se encontraban en otras editoriales, como Borges o Nabokov, les ha fortalecido.

Otro rasgo esencial de esta editorial, desde sus inicios, es que no se encuadra en la política. Por encima de todo. Adelphi, como dice ya el nombre, es una empresa fundada sobre la afinidad entre personas y entre libros.

El escritor

“Un taraceado de citas, anécdotas y reflexiones que crean capas de interrogación y búsqueda, haciendo estallar su intimidante y a veces incluso inverosímil erudición.” Así define sus libros el también editor Andreu Jaume.

Todo lo que ha escrito ha sido calificado por los críticos como un híbrido entre ensayo y narración. Al autor no le preocupa cómo lo clasifiquen, en qué estante sitúan sus libros. Es un problema de los libreros. Para mí es literatura y eso es suficiente. Aparquemos pues la necesidad que existe, en nuestra sociedad, de que todo esté clasificado y enfoquemos nuestra atención únicamente en el fondo.

Sus obras, aunque hablen de muchos temas, tienen un vínculo; como él afirma son como fascículos de una misma obra; son libros autónomos y a su vez encadenados por los temas que se repiten. Parto de épocas y materiales distintos, pero los mismos temas vuelven en formas diferentes. Todos están unidos por unos procesos mentales. Esto se relaciona con su idea de que todo en el mundo está conectado.

Explica cómo de su primer libro La ruina de Kasch, publicado en 1983, han salido todos los demás. Este es fundamentalmente un libro donde se habla de historia, una historia sobre todo europea, en torno a la revolución francesa; sin embargo, el centro del libro es precisamente la historia de un sacrificio, de un pueblo africano que realizaba ritos de sacrificio. Y lo enlaza con el siguiente Las bodas de Cadmo y Harmonía (1988), por medio de un mismo personaje. Además, aquí se enamora de la mitología griega y la define como un inmenso árbol por el que se debe trepar por todas sus ramas. El siguiente es Ka (1996), el libro sobre Kafka, porque Kafka ofrece la imagen de un mundo en realidad primordial, pero con el mínimo de elementos, el mínimo de palabras. Luego siguen las otras historias que son otras tantas variaciones. La Folie Baudelaire (2008) está muy ligada a La ruina de Kasch, lo mismo que El rosa Tiepolo (2006); y de manera evidente, El ardor (2010) es la continuación de Ka.

Volviendo a Ka, Calasso analiza la interpretación que hizo Kafka del Quijote, relacionándolo con el Ulises de Homero. Nos dice que es la interpretación más bella que conoce: para Kafka, el verdadero y único protagonista no es Don Quijote, sino Sancho Panza. Éste, atormentado por los demonios y para sobrevivir, tiene que inventarse a Don Quijote. Y lo más extraordinario es que, al final de las líneas que le dedica, Kafka dice que Sancho Panza es un hombre libre. Es la única vez que menciona la palabra libre. En esta transferencia de demonios, Kafka es como Sancho Panza.

También a su obra La Folie Baudelaire, porque nos ha parecido un libro delicioso, magníficamente ilustrado, donde se tiene la ocasión de conocer la vida y los escritos de Baudelaire. Calasso recomienda su lectura para quien está como atormentado por la desolación y el agotamiento. Y de todo lo que escribió se queda con la prosa sobre los pintores, hoy ignorados, como Ingres o Guys. Recalca los ojos de Baudelaire, como los ojos que han examinado y escrutado innumerables objetos de arte y que son un estímulo poderoso para su prosa, porque no le interesaba inventar desde la nada, sino que sentía la necesidad de elaborar un material preexistente, como si la escritura fuese ante todo una obra de transposición de las formas de un registro a otro.

En 2018 saca a la luz el libro La actualidad innombrable. Libro denso del que nos interesa destacar las alusiones que hace al hombre de hoy en día, a la democracia y a la publicidad. A la hora de describir al tipo de persona que habita hoy el mundo, lo denomina Homo saecularis y lo ve como un nuevo sujeto antropológico que, por herencia y no elección, es dueño de un potencial enorme, si bien su pobreza simbólica también lo es. Con un pensamiento débil, le interesa prácticamente todo, picotea de aquí y de allá, no entiende nada, no le debe nada a nadie y existe sólo para sí mismo.

En cuanto a la democracia, la define no solo como el pensamiento de algo, sino como una cadena de procedimientos cuyo carácter está vacío, carente de contenido. Y como la forma política que podría hacer tolerable la vida de un número elevado de personas.

La publicidad es lo que ha sustituido en nuestra sociedad al rito, su objetivo último, además del económico, es la distracción, nos invade en todo momento y desde todos los ángulos. Y es, para empresas importantes como Google, la sustancia que se cambia en dinero. La repetición garantiza la invariabilidad de los significados y esto sirve tanto para la publicidad como para los actos rituales. Precisamente esta es la tarea que la sociedad ha delegado en la publicidad. Por eso el objetivo esotérico de la publicidad es una incesante expansión y reiteración de las imágenes y de las marcas, que se incrustan en cada uno de los alvéolos del espacio psíquico.

En 2016 recibió el Premio Formentor y se convirtió en el primer autor que, sin escribir en lengua española, lo obtiene. Los organizadores destacaron lo siguiente: “El arte del ensayo alcanza en Roberto Calasso una de sus más altas expresiones, acaso única en la cultura europea reciente”. Los miembros del jurado justificaron el premio con estas palabras: “Restaura la integridad de pensadores y artistas a veces descuidados por la Historia, pero imprescindibles a la hora de entender la mutación de nuestra experiencia cultural. Su obra discurre por senderos narrativos y reflexivos en donde la belleza literaria, el rigor conceptual y la intuición poética conforman una insaciable inteligencia”. Y el autor lo agradeció con estas otras: Siempre fue para mí el único premio impecable en su historia que yo conozco y valoro. Un premio con significado.

Roberto Calasso ha bebido de muchas fuentes y menciona a Giordano Bruno como una de sus influencias. Le sigue como teórico y escritor, ya que considera su prosa una maravilla de la literatura italiana. Por eso hace hincapié en la belleza de su escritura y no solo en la novedad de su pensamiento. Este autor insistió mucho en las apariciones de los dioses a partir de la cultura egipcia. También hace referencia a Giambattista Vico; lo considera genial para su época, por haber proyectado todo lo que los antropólogos y etnólogos habrían de estudiar en el siglo XIX. Y no podemos omitir a su filósofo imprescindible Emanuele Severino con quien comparte su opinión: “Lo que, con nuestro actuar, creemos haber conseguido —la felicidad, el poder, la salvación, la solución de los problemas de la vida y de nuestra época— es en realidad nada. No hemos alcanzado nada, porque nos hemos olvidado de ser Todo”.

La persona

De casta le viene al galgo. Su abuelo fue fundador de La Nuova Italia, sello de ensayo, y profesor universitario; su madre, traductora y especialista en literatura y filosofía clásicas, y su padre, decano en una universidad. Sus padres jamás insistieron en la importancia de adquirir conocimientos, sino que entendieron que el modo más inteligente de criar a los hijos era liberándoles de imposiciones. Simplemente me impregné de esa atmósfera de amor por los libros.

Le tocó nacer en Florencia, en plena Segunda Guerra Mundial, en 1941. Sus primeros recuerdos están unidos a momentos difíciles: Los fascistas arrestaron a mi padre y quisieron fusilarlo, aunque por fortuna la pena fue conmutada en el último momento. Tuvimos que vivir escondidos en un ático en el centro de Florencia. Más tarde, con motivo de los bombardeos, debimos trasladarnos a una villa en las afueras. Nuevamente todo se conecta: veinte años después, descubre que esa villa era el domicilio de Giorgio Colli, el filósofo y filólogo que hizo la edición de las obras de Nietzsche para Adelphi. Imagínate mi asombro cuando le visité y reconocí el lugar. Creí estar dentro de una alucinación.

Licenciado en filología inglesa en la Universidad de Roma, Calasso reconoce que en el fondo no ha cesado de escribir con la misma mezcla de filosofía y narración que ya utilizó en su tesis, Los jeroglíficos de sir Thomas Brown. Desde entonces su pasión por leer los textos originales ha hecho que hable francés, inglés, español, alemán, latín, griego y sánscrito, que la define como una lengua perfecta.

Esa singularidad, de la que hablábamos al principio, está presente en sus entrevistas, puesto que más que responder remite a sus libros, lee fragmentos, porque considera que se expresa mejor en ellos. Y es en esos libros donde percibimos un lenguaje exquisito, con las palabras adecuadas y donde, incesantemente, reaparecen ciertos términos como, por ejemplo, los mitos. Su pasión por los mitos nació con la atracción por ciertas historias que leyó de niño, extraídas por ejemplo de La Odisea o La Ilíada. Tuve la fortuna de ir a un instituto en el que las materias de griego y latín se tomaban en serio. Sólo después fui consciente de hasta qué extremo los mitos forman parte de lo que somos, de nuestra sustancia. La vida de uno puede variar mucho dependiendo de si repara o no en ello. Para él son una forma particular de conocimiento. Ve su necesidad porque los conceptos por sí solos no nos bastan para entender las cosas. Los relatos nos acompañan y nos explican desde los orígenes.

Define un mito como una bifurcación en la rama de un inmenso árbol y asegura que para comprenderlo es necesario tener cierta percepción del árbol completo y de un alto número de las bifurcaciones que en él se esconden. Ese árbol ya no existe desde hace largo tiempo. Por eso las historias modernas que más se parecen a los mitos (Don Juan, Fausto) no tienen un tronco al cual vincularse. Es cierto que vivo inmerso en los mitos desde siempre, pero me parece un hecho natural del pensamiento. El pensamiento que omite esa parte es como si (la humanidad) se quitara un brazo o como si amputara algo más. El ignorar lo que había alrededor de ellos, el no captar las relaciones de la historia previa con el después no nos permite entender muchas cosas.

Califica su vínculo con los libros no de coleccionista sino de comprador. Le encantan los libros antiguos, y los adquiere con la idea de usarlos, porque necesita saber cómo se hacían desde el final del siglo XV hasta nuestros días, estar familiarizado con las primeras ediciones de Balzac o Spinoza. Nuevamente la vuelta básica al pasado. Un ejemplar de un libro comprado hace 80 o 100 años me puede orientar acerca de cómo encarar una reedición hoy.

En su sabiduría no tiene cabida la promoción de nada. Y muchísimo menos la promoción de los libros. Los libros se fomentan entrando en una librería, mirando, tocándolos, intentando descubrir lo que llevan dentro. No creo que ningún ente estatal pueda hacer nada. Tampoco cree que un autor debe ser combativo o comprometido con la actualidad. Lo único que un escritor tiene que hacer es escribir bien. Su único compromiso es la calidad literaria.

Roberto Calasso es fiel a sí mismo, atento, risueño, afable; posee buen gusto, talento, una curiosidad insaciable, una pasión y una fascinación desmedida por los libros; es un lector incondicional, un trabajador incansable al que no le gusta que le califiquen de intelectual. Jules Renard ya advirtió que era un adjetivo y no un nombre, en él cabe de todo, lo que es prueba de su inutilidad, no añade nada. Uno es un buen o un mal escritor, o un buen o un mal pensador, y se acabó.

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