¿Existe la privacidad en Internet?

Categoría (General) por Manu de Ordoñana el 20-06-2013

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Internet se ha convertido en el principal motor de la economía mundial, un tercio de los habitantes de este planeta lo utilizan habitualmente y las ventas a través de la red siguen creciendo de forma exponencial. Desde la invención de la imprenta primero y del teléfono más tarde, ningún descubrimiento ha contribuido tanto a incrementar las relaciones entre personas y a mejorar el bienestar del ser humano… eso dicen.

De quien es Internet

La pregunta que surge a continuación es: ¿y de quién es Internet? En principio, la respuesta es sencilla: es de todos y no es de nadie. Es un procomún del que se benefician los internautas, aparentemente sin pagar un céntimo, sólo el coste de la conexión para financiar las inversiones multimillonarias que han realizado las compañías privadas para poner la web al servicio del usuario. Con ese acceso y el registro de un dominio en la ICANN, una organización sin fines de lucro que se dedica a preservar la estabilidad de la red por medio de procesos basados en el consenso, basta para empezar a navegar. Todo muy sencillito, nadie cuestiona el principio de neutralidad de la ICANN ─sujeta a las leyes del estado de California, donde está su sede─, nadie se da cuenta que detrás están los intereses de las grandes compañías de telecomunicación… y los gobiernos.

Porque, a partir de ahí, son los gobiernos los que controlan la información que circula por la red, muchos de los cuales hacen caso omiso de la libertad de expresión que proporciona Internet para poner filtros y censurar contenidos. Son países en los que la libertad está restringida, todos sabemos cuáles son.

Lo que nadie podía suponer es que, en un país que se considera adalid en la defensa de las libertades individuales y de los derechos humanos como EE.UU, se hayan producido episodios de espionaje masivo perpetrados por la Agencia de Seguridad Nacional ─NSA─, un organismo dependiente de la Casa Blanca, usando la información que sobre nosotros poseen los gigantes de Internet ─durante el segundo semestre de 2012, Facebook recibió peticiones de información sobre 18.000 cuentas y Microsoft, sobre 31.000─, que se han prestado de forma más o menos voluntaria a colaborar con el gobierno de su país… ¿a cambio de qué?

La semana pasada hemos conocido la extraña aventura de un joven estadounidense llamado Snowden, técnico de la NSA, que ha tenido que escaparse de su país y esconderse en lugar seguro para evitar su detención, tras haber desvelado los programas secretos empleados por la Agencia para espiar a los ciudadanos, una práctica que se viene realizando habitualmente, desde que se produjo el atentado de las Torres Gemelas, el 11 de septiembre de 2001.

Las autoridades han defendido el procedimiento para evitar males mayores. En una audiencia ante el Comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes, el general Keith Alexander, director de la NSA, sugirió ─¿sólo sugirió?─ que los programas de vigilancia con los que el Gobierno de EEUU recopila registros de llamadas y datos de Internet evitaron más de 50 ataques terroristas en 20 países, tras los atentados del 11-S. Hasta el propio presidente Obama ha aprobado su actuación alegando que, en el mundo actual, “no se puede tener el 100% de privacidad y el 100% de seguridad”.

Lo que más preocupa de esta noticia es la pasividad que la sociedad norteamericana ha demostrado ante este flagrante atentado a la libertad del individuo, un sentimiento íntimamente arraigado en su escala de valores. ¿Recuerdan ustedes la reacción del pueblo ante el escándalo del Watergate y cómo reaccionó el país asqueado de la guerra de Vietnam y de los chanchullos que cometían los políticos que lo dirigían? Claro que eso ocurrió en 1972…

Muchas cosas han pasado desde entonces. Poco a poco se ha ido imponiendo el liberalismo económico, un modelo que se está llevando por delante los enormes avances sociales conseguidos en Europa durante la segunda mitad del siglo XX. Un capitalismo salvaje ha surgido en la última década para hacerse dueños de los fondos de pensiones, de la educación y de la sanidad pública, extendiendo la privatización a todos los ámbitos de la actividad económica, mientras la humanidad asiste impasible al espectáculo, adormecida por las promesas de una vida plácida, sin preocupaciones, a cambio del silencio, de la no acción, del conformismo.

Una nueva capa de jóvenes poco preparados, faltos de cultura, sin ambición, ha emergido en los últimos tiempos para engrosar ese estrato social de la parte de abajo, como si una mano oculta lo propiciara para, poco a poco, desinflar la clase media y retornar a una sociedad medieval, en la que una élite domina, manda y dispone, mientras una plebe inculta y obediente acepta su destino de siervo, a cambio de un plato de garbanzos, impotente para abandonar el estamento que le ha correspondido en suerte.

¡Cuántas cosas han sucedido a partir del 11-S! Aquel suceso fue el pistoletazo de salida para justificar una serie de actuaciones, muchas de ellas ilegales, que las naciones han consentido en aras de la seguridad, un término sagrado que conduce al abuso en poder de funcionarios sin escrúpulos. El conflicto entre interés público y espacio privado no es nuevo, pero tampoco lo es el número de atropellos que se han cometido en nombre del bien común, los documentos de Snowden lo confirman. Atención al “Gran Hermano”.

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