Librerías especializadas
Categoría (El libro digital, General, Marketing para vender libros) por Manu de Ordoñana el 18-11-2011
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Una de las estrategias que las librerías tienen a su disposición para sobrevivir es la especialización, con el fin de acercarse más al lector, conocer sus aficiones, recomendarle aquellas obras que se acomodan a su gusto y ayudarle a tomar la decisión de compra, sea en la propia tienda (comprometiéndose a conseguir el libro elegido si lo quiere en papel), sea en la red (si lo quiere en formato digital), un rol que parece antagónico con el concepto clásico, pero que ya algunos libreros han asumido: enseñar al cliente a descargar un ebook.
Bajo este concepto de especialización, me llamó la atención una noticia que leí hace unos días en la web de Comunicación Cultural. Presentaba la iniciativa tomada por Andrew Kessler de abrir una librería en el centro de Nueva York para vender exclusivamente su último libro, con las estanterías ocupadas por la misma obra, 3.000 ejemplares iguales de la novela “Martian Summer”, sin ningún otro título que pudiera contaminar el criterio del visitante de tal superespecializada librería. El autor pensó que, al ser un escritor desconocido, le sería muy difícil darse a conocer y que la única forma de hacerlo sería la de montar su propia tienda.
Ya sé que esta experiencia no deja de ser una anécdota curiosa y excéntrica, pero merece la pena su alusión a fin de reflexionar sobre ese concepto de especialización. No estoy diciendo que, si quieres vender la última novela que has escrito, tienes que montar una librería de autor en la Gran Vía. Lo que pretendo es despertar la conciencia de los libreros para que se adapten a los nuevos tiempos. Que piensen en otras formas de enfocar su negocio, en seleccionar un número determinado de autores consagrados, para llenar con sus obras las estanterías y, al mismo tiempo, ofrecer un servicio de asistencia al cliente para que aprenda a descargar en su dispositivo electrónico la obra seleccionada. Incluso podría poner a su disposición un portal propio ─en un dominio compartido con otros miembros del gremio─ para realizar allí mismo la descarga, previo pago de un modesto canon.
Se me ocurre que un modelo tal de librería ocuparía un espacio reducido, o al menos, no tan extenso como en la actualidad. Esto que, a primera vista, parece un despropósito, se podría convertir en una oportunidad, ya que la zona liberada serviría para desarrollar actividades complementarias, como la venta de dispositivos de lectura. En definitiva, ¿no es eso lo que ha hecho Fnac?
Y no sólo eso; habría incluso que avanzar más y constituir áreas con pantallas para acceder a la descarga de e-books, bajo la tutela de empleados adiestrados en el manejo de los diferentes formatos de lectura y su adaptación a los distintos tipos de e-readers que existen en el mercado. Las librerías que fomentan la lectura digital ─como la colombiana “librería de la U”─saben que el aprendizaje es uno de los mayores problemas que frena el ascenso de la demanda de libros electrónicos. El que sea capaz de enseñar el uso de las nuevas tecnologías, ése será el primero en conseguir el éxito. Al final, se trata de añadir valor al establecimiento, de atraer a otro tipo de clientela; en definitiva, de mejorar la rentabilidad del negocio.
Otra solución es transformar el e-book en un producto tangible que el público pueda ver, tocar y comprar en la librería. Se trata de una tarjeta que se expone en la estantería con la imagen de la cubierta del libro en una cara y, en la otra, un código de descarga. El cliente compra la tarjeta en la librería y luego descarga el libro en su casa introduciendo el código en la web de Enthrill, la empresa canadiense que ha desarrollado el invento.