Empezar a escribir

Categoría (General, Taller literario) por Manu de Ordoñana el 04-01-2013

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Tras cumplir los requisitos previos, elegido el argumento y diseñado los perfiles de los protagonistas principales, llega el momento de la verdad: hay que empezar a escribir la novela que te hará famoso. A pesar de tus buenas intenciones, de la recompensa que recibirás cuando la publiques y tengas el libro en tus manos, el camino que te espera es arduo y pleno de dificultades. Seguro que vas a encontrar numerosas razones para justificar tu pereza y dejar para mañana lo que tendrías que hacer hoy.

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Si llegado ese punto y, día tras día, pospones el instante fatal que te abrirá la puerta a la gloria, tienes que utilizar algún truco para salir del atasco. Uno es iniciar la redacción, no por el primer capítulo, sino por algún episodio intermedio que te sea más cómodo, menos trabajoso, lo que te resulte más sencillo: un diálogo, la descripción de un paisaje, una escena de amor… cada uno tiene sus debilidades. Yo lo hice así en mi primera novela, empecé con el tercer capítulo. Cuando lo terminé, lo corregí varias veces hasta que quedó a mi gusto. Eso me dio ánimo para proseguir y me metí con el primero.

Claro que esa situación se puede repetir con frecuencia, cada día por la mañana cuando te sientas frente al teclado, miras la pantalla en blanco, te rascas la cabeza una y otra vez y… nada que hacer: no aciertas a componer un triste párrafo que tenga algún valor literario. Un recurso es repasar lo que has escrito el día anterior, eso te ayudará a refrescar la memoria y recuperar la ilusión. Si no, relee la sinopsis que elaboraste tiempo atrás, quizá allí encuentres la motivación que te falta. Y como última solución, acude al alegato que nos sugiere Vargas Llosa al evocar el compromiso que adquiriste contigo mismo cuando decidiste escribir el libro.

No te desesperes, eso nos pasa a todos. La práctica de la reflexión exige un aislamiento casi completo, un entorno de paz al que no siempre tienes acceso. Sumergirte en la soledad que precisas para aflorar el talento que llevas dentro no es tarea fácil. Estamos más dispuestos a recibir la belleza que a crearla, porque eso supone un esfuerzo intelectual que la mente mal educada rechaza con obstinación por mor de la inercia. La relación con la comunidad que la vida social nos ha inculcado desde la niñez nos hace tender al mínimo esfuerzo, no a estrujarnos el cerebro. Por eso insisto a menudo en que escribir es, ante todo, cuestión de disciplina, de no dejarse llevar por las muchas tentaciones que el mundo exterior nos brinda.

No te extrañe que para alcanzar ese estadio, cada escritor tenga sus manías, que no son más que excusas para justificar ese miedo que nos invade antes de penetrar en el agujero negro del universo creativo. En Internet, encontrarás incontables declaraciones de escritores de renombre que cuentan sus extravagancias para escuchar el canto de las musas: unos exigen silencio absoluto a su alrededor, otros prefieren escuchar música mientras escriben. Valle Inclán se iba al parque del Retiro, el campo y el trino de los pájaros estimulaba su imaginación. Mientras unos prefieren escribir por la mañana, tras bien dormir y mejor desayunar, otros padecen la vena poética instigados por Selene… cuestión de temperamento. Hemingway escribía sentado en las terrazas de los cafés parisinos, enfrentado a un vaso de whisky. Dicen que Menéndez Pelayo escribió páginas magistrales de su “Historia de los heterodoxos españoles” bajo los efluvios del alcohol, lo que se me ocurre harto complicado.

Sea de una forma o de otras, todos los que se dedican a este oficio de escribidor están de acuerdo en afirmar que, una vez arrancado el carro, no hay quien lo pare, el pensamiento vuela y las ideas fluyen incesantes con admirable facilidad. Es la hora de producir, trata entonces de mantener la concentración, no permitas que te interrumpan y da suelta a tu imaginación. Se trata de conseguir que la inspiración te ilumine durante mucho tiempo, hasta que la fatiga te someta y puedas irte contento a descansar.

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