¿Quién cubrirá la misión del editor?
Categoría (El mundo del libro, General, Publicar un libro) por Manu de Ordoñana el 09-05-2011
Tags : El libro y la lectura, emparedada-de-Irrarazabal, escritor-anonimo, hilandera-de-deba, Juan-Venancio-Araquistain, librería-Manterola, mataburros, morir-de-pie, ordoñana, publicar un libro, rincón literario, ser escritor, taller-literario, tradiciones-vasco-cantabras
Estaba yo el otro día fisgando en la librería Manterola ─ese pequeño templo del libro vasco antiguo en Donostia que tan animosamente regentan las hermanas Arbelaiz─ cuando descubrí uno que me llamó la atención: “Tradiciones vasco-cántabras”, escrito por Juan Venancio de Araquistain (1828-1906), publicado por primera vez en Tolosa ─donde el autor ejercía como registrador─ en 1886. La edición actual era del año 2000 y costaba diez euros: lo compré de inmediato. Lo leí despacio, sin prisa, disfrutando de una verdadera joya literaria que poca gente ha leído, a pesar de que entre las ocho historias que cuenta, dos son leyendas populares en la cuenca del Deba: “La hilandera” y “La emparedada de Irrarazabal”.
Según dicen las estadísticas, el 90% de los libros que se publican no sobreviven más de un año, se mantienen en las librerías durante unos seis meses y luego desaparecen. Solo el 10% tiene una vida más larga. La desgracia es que dentro de ese 90% de libros olvidados hay sin duda obras meritorias, incluso verdaderas obras de arte perdidas para siempre. ¿Tiene derecho la Humanidad a desperdiciar semejante caudal de conocimiento?
Alguien tiene que cumplir esa función de exhumar piezas extraviadas capaces de suscitar el interés de esos lectores curiosos que todavía se dejan orientar. Los criterios no son iguales a lo largo del tiempo, el pensamiento varía a lo largo de la vida y algunos escritores son capaces de percibir esos cambios antes de que el ciudadano tome conciencia… de adelantarse a su tiempo.
No es infrecuente que literatos que, en vida, fueron despreciados, alcanzaran la fama después de la muerte. Alguien destapó su obra y la resucitó, alguien llegó, la leyó y dijo: “Esto es una maravilla, esto tiene que gustar al público de hoy, de este momento preciso, aunque pasara desapercibido en su tiempo”. Y se lanza a la aventura de publicar algo escrito hace un montón de años por un autor anónimo y… tiene éxito en el mercado.
La pregunta es quién es ese alguien que es capaz de arriesgar sus dineros con tan poco bagaje. Hasta hace muy poco tiempo, ésa ha sido la tarea del editor, del editor profesional que amaba su trabajo, que disfrutaba con la lectura de textos desconocidos, que se exaltaba cuando descubría uno insigne, que alentaba a los nuevos creadores y les ayudaba a culminar su obra.
Por desgracia, esta figura ha desaparecido… o está en trance de desaparecer. El editor de hoy en día no lee, no tiene tiempo, no disfruta con la lectura, solo se ocupa de los autores consagrados, a lo seguro, a lo que sabe que le va a reportar beneficio. Vivimos muy de prisa, solo pensamos en lo inmediato… poco podemos hacer para recuperar los viejos hábitos. Por eso, yo defiendo el papel que puede jugar una nueva generación de agentes o asesores literarios, menos preocupados por hacer rentable una inversión y más orientados a promocionar nuevos valores. Pero no me hacen caso…