Editorial Amarante. Una oportunidad para el escritor diletante

Categoría (El mundo del libro, General, Publicar un libro) por Manu de Ordoñana el 22-11-2011

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Muchas editoriales en lengua castellana se han dado cuenta de las ventajas que ofrece publicar libros digitales. Otras se han creado nuevas con el mismo objeto ─hasta el diario “La Vanguardia” acaba de lanzar una─, con la particularidad de que la inversión que han tenido que realizar ha sido modesta, simplemente el desarrollo de un software bien organizado y de fácil manejo.

Este tipo de editoriales digitales representa una excelente oportunidad para que tú, escritor diletante, puedas publicar tu libro, ya que subirlo a su librería es totalmente gratuito. Ya hay varias que ofrecen este servicio en la actualidad y supongo que otras muchas van a aparecer en el próximo futuro.

Una de ellas, de reciente creación, es editorial Amarante, tan reciente que sólo ha incorporado a su librería ocho títulos de siete autores diferentes. Creo que es una buena ocasión para aprovechar esta etapa inicial, en la que no hay mucha competencia, para que tu libro aparezca en posiciones preferentes durante algún tiempo. El precio de la descarga es de 2,94 euros, salvo uno que cuesta 3,54 y otro 4,35. Desconozco el importe que reservan para el autor: quise enviar el original de mi novela “Árbol de sinople”, pero advertí que el género de novela histórica no coincide con su línea editorial.

Amarante apuesta definitiva y únicamente por el libro electrónico (ebook) de calidad, a buen precio y con el suficiente atractivo para hacer de su sello editorial un punto de referencia, ofreciendo todos los formatos de lectura y sin barreras. Su eslogan es “el libro es el contenido, no el continente

La editorial Amarante está presente en las principales librerías virtuales y distribuye sus ebooks a través de ibookstore, amabook, Barnes Noble, Kobo y otros más, así como a través de Smashwords para el Kindle y muy pronto, con Amazon. Comprar en la tienda de Amarante es muy rápido y bastante fácil. No necesitas registrarte. Te envían el ebook a tu email para que te lo descargues desde allí.

Si quieres publicar ti libro en Amarante, puedes enviar el texto a su dirección de correo electrónico editorialamarante@gmail.com, adjuntando tu curriculum literario y una breve sinopsis del libro. En función del género y del argumento, la editorial analiza si la obra coincide con su línea editorial y te contesta si lo acepta o lo rechaza. Les gusta la novela de misterio, el thriller, la novela negra, la novela oscura, la ciencia ficción y la literatura fantástica, es decir, todo lo que sea dejarse llevar por la imaginación y la fantasía en estado puro. No les gusta la novela histórica, ni la novela rosa.

Librerías especializadas

Categoría (El libro digital, General, Marketing para vender libros) por Manu de Ordoñana el 18-11-2011

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Una de las estrategias que las librerías tienen a su disposición para sobrevivir es la especialización, con el fin de acercarse más al lector, conocer sus aficiones, recomendarle aquellas obras que se acomodan a su gusto y ayudarle a tomar la decisión de compra, sea en la propia tienda (comprometiéndose a conseguir el libro elegido si lo quiere en papel), sea en la red (si lo quiere en formato digital), un rol que parece antagónico con el concepto clásico, pero que ya algunos libreros han asumido: enseñar al cliente a descargar un ebook.

Bajo este concepto de especialización, me llamó la atención una noticia que leí hace unos días en la web de Comunicación Cultural. Presentaba la iniciativa tomada por Andrew Kessler de abrir una librería en el centro de Nueva York para vender exclusivamente su último libro, con las estanterías ocupadas por la misma obra, 3.000 ejemplares iguales de la novela “Martian Summer”, sin ningún otro título que pudiera contaminar el criterio del visitante de tal superespecializada librería. El autor pensó que, al ser un escritor desconocido, le sería muy difícil darse a conocer y que la única forma de hacerlo sería la de montar su propia tienda.

Martian Summer Andrew Kessler

Ya sé que esta experiencia no deja de ser una anécdota curiosa y excéntrica, pero merece la pena su alusión a fin de reflexionar sobre ese concepto de especialización. No estoy diciendo que, si quieres vender la última novela que has escrito, tienes que montar una librería de autor en la Gran Vía. Lo que pretendo es despertar la conciencia de los libreros para que se adapten a los nuevos tiempos. Que piensen en otras formas de enfocar su negocio, en seleccionar un número determinado de autores consagrados, para llenar con sus obras las estanterías y, al mismo tiempo, ofrecer un servicio de asistencia al cliente para que aprenda a descargar en su dispositivo electrónico la obra seleccionada. Incluso podría poner a su disposición un portal propio ─en un dominio compartido con otros miembros del gremio─ para realizar allí mismo la descarga, previo pago de un modesto canon.

Se me ocurre que un modelo tal de librería ocuparía un espacio reducido, o al menos, no tan extenso como en la actualidad. Esto que, a primera vista, parece un despropósito, se podría convertir en una oportunidad, ya que la zona liberada serviría para desarrollar actividades complementarias, como la venta de dispositivos de lectura. En definitiva, ¿no es eso lo que ha hecho Fnac?

Y no sólo eso; habría incluso que avanzar más y constituir áreas con pantallas para acceder a la descarga de e-books, bajo la tutela de empleados adiestrados en el manejo de los diferentes formatos de lectura y su adaptación a los distintos tipos de e-readers que existen en el mercado. Las librerías que fomentan la lectura digital ─como la colombiana “librería de la U”─saben que el aprendizaje es uno de los mayores problemas que frena el ascenso de la demanda de libros electrónicos. El que sea capaz de enseñar el uso de las nuevas tecnologías, ése será el primero en conseguir el éxito. Al final, se trata de añadir valor al establecimiento, de atraer a otro tipo de clientela; en definitiva, de mejorar la rentabilidad del negocio.

Otra solución es transformar el e-book en un producto tangible que el público pueda ver, tocar y comprar en la librería. Se trata de una tarjeta que se expone en la estantería con la imagen de la cubierta del libro en una cara y, en la otra, un código de descarga. El cliente compra la tarjeta en la librería y luego descarga el libro en su casa introduciendo el código en la web de Enthrill, la empresa canadiense que ha desarrollado el invento.

El Mataburros. Tutorial

Categoría (El Mataburros, General) por Manu de Ordoñana el 13-11-2011

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Otra palabreja que nos ha colado la industria electrónica en la jerga digital es “tutorial” para designar la ayuda o guía que el usuario necesita consultar para aprender el manejo del artefacto que acaba de comprar, una especie de asistente para conocer su funcionamiento, aunque el diccionario Oxford define “tutorial” como clase individual o con un pequeño número de estudiantes y reserva “handbook” para traducir “manual de instrucciones”. 

La palabra “tutorial” no está registrada en el Diccionario, pero el DRAE te ofrece “tutorar”: poner tutores, por ejemplo, cañas para mantener derecha una planta. Bajo esa acepción, “tutorial” sería un adjetivo que se podría aplicar para todo lo que tiene relación con la tutoría o el tutor. Así estaría bien dicho “La acción tutorial ayuda al estudiante”, como titula “El Periódico Mediterráneo” de Castellón del 18.06.2011 un artículo que presenta el programa “Acción Tutorial universitaria” destinado a los estudiantes de primer para ayudarles a adaptarse a la vida universitaria y académica.

¡Bienvenido al Tutorial de Wikipedia! Así titula Wikipedia su sitio para explicar su misión de enciclopedia en Internet, editada de forma colaborativa, en el que ofrece las instrucciones para que cualquiera se pueda convertir en un Wikipedista. Matiza el cronista que se trata de un tutorial y no de un extenso manual y ofrece un enlace que sirve al wikipedista como asistente para la creación de artículos.

También Euskaltel se inclina por los tutoriales para ayudar a sus técnicos a realizar la instalación correcta de sus equipos, para lo cual ha encargado a una empresa externa la grabación de unos videos tutoriales que explican cómo crear una red doméstica de acceso a internet. Es que el “tutorial” es ya un elemento consustancial a cualquier aplicación de software, dispositivo electrónico y demás artilugios que la tecnología ha inventado para hacernos la vida más agradables.

Ya tenemos pues incorporado a nuestro acervo cultural el término “tutorial” que desplazará en breve ─dado el tradicional apego que tenemos en este país a las expresiones que nos llegan del extranjero─ a las de “ayuda”, “asistencia”, “guía”, “programa de aprendizaje”, “manual de instrucciones”, “normas de uso” e incluso a ”reglamento”. Pues vale.

Al parecer esta práctica no es de ahora, viene de tiempo atrás y se valen de ella estultos de variada procedencia. Fijaos lo que dice Erasmo de Rotterdam en su libro “Elogio de la estupidez”, escrito en 1511: “Los rétores de nuestra época, que directamente se creen unos dioses, si se muestran con dos lenguas ─como las sanguijuelas─ y consideran hazaña ilustre el insertar en discursos latinos algunas palabritas griegas, como si fuese un mosaico, aunque no sea ése el lugar más adecuado para ellas. En consecuencia, si les faltan palabras extranjeras, arrancan de unos pergaminos podridos cuatro o cinco términos antiguos con los que arrojan oscuridad sobre el lector, como es evidente, para que quienes las entiendan estén cada vez más satisfechos de sí mismos, y quienes no, se asombren tanto más cuanto menos comprenden”. Y termina reprobando: “El mayor placer de los estúpidos es admirar más lo que es de fuera”. Ni que decir tiene que todas las obras de Erasmo fueron censuradas e incluidas en el «Índice de Obras Prohibidas» por el Concilio de Trento.

El futuro de las librerías (2)

Categoría (El libro digital, El mundo del libro, General) por Manu de Ordoñana el 08-11-2011

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Decíamos ayer que el futuro de las librerías es incierto, al menos tal y como hoy está estructurado el negocio. Si entras en una librería de tipo medio, te encontrarás siempre con miles de libros expuestos en estanterías monumentales a la espera de que un lector incauto se digne fijarse en alguno, lo extraiga de la hilera y lo hojee. Pero este acto no es definitivo, no se traduce en una compra: la mayoría de las veces lo devuelve a su lugar primigenio con un gesto reprobatorio para justificar su albedrío, si presume que un empleado lo está observando con el rabillo del ojo.

Probablemente, la rotación de existencias en una librería tradicional sea de las más bajas que existen en el ámbito empresarial y eso tiene un coste financiero que no siempre se valora. No digo que todo ese gasto sea por cuenta del librero, quizá se reparta entre toda la cadena: editor, distribuidor y punto de venta. Pero eso no evita que a uno eso le parezca un procedimiento irracional. La única forma que existe para financiar ese sobrecoste es subir el precio para incrementar el margen. Eso es lo que se ha hecho, ése ha sido el error. Al final, el libro no deja de ser un producto de consumo y no un artículo de lujo.

En un escenario de superproducción ─cada vez se editan más títulos y se venden menos libros─, junto a una contracción de la demanda, el librero ha de incidir en su función de valorar, filtrar y aconsejar a sus clientes, algo que muy pocos hacen. Y no sólo eso. Debería de asumir también la labor de enseñarles a descargar un e-book, a comprarlo en Internet y a verlo en cualquiera de los dispositivos de lectura, es decir, incorporar el libro digital a su tienda como un complemento al libro impreso, en un afán de cambiar los hábitos de lectura ─y de aprendizaje: quizá eso sea lo más importante─, lo que probablemente para algunos será una herejía. Por eso, hablamos de una nueva definición.

Una librería que se limite a mantener el modelo actual tiene ese futuro incierto del que hablábamos al principio. Tendría que especializarse, reducir el número de volúmenes expuestos, limitarse a mantener existencias de los más vendidos y, al mismo tiempo, garantizar la disponibilidad de cualquier título en un plazo máximo de 24 horas, para lo cual tendría que contar con el soporte de un distribuidor local con reparto expreso, a la manera en que funcionan las centrales farmacéuticas.

Se trataría de que el librero creara una red social en la que él expusiera sus opiniones sobre las últimas novedades, recomendara los títulos más sugestivos en cada género y tuviera una comunicación interactiva con sus abonados ─lo cual le permitiría conocer sus aficiones─, un núcleo de clientes cautivos que convendrían en utilizar ese canal para adquirir el libro cuyo contenido les ha atraído y de hacer el pedido, cualquiera que fuere el formato, para recogerlo en la tienda si es físico ─con ese plazo de 24 horas, si no lo tiene en stock─, o para descargarlo de la red si es digital, en ambos casos, a través de su sitio en Internet.

¿Sabías que el 36,6% de las librerías tienen web propia (aunque supongo que muy pocas estarán concebidas como redes sociales)? ¿Sabías que el 20% de los que compraron un libro en 2010 consultaron en Internet antes de hacerlo? Pues este porcentaje es todavía pequeño, ya que el ROPO (Research Online Purchase Offline) supone un 60% de las ventas de productos de gran consumo, es decir, un 60% de la gente elige antes el producto en la red y lo compra luego en su establecimiento favorito, frente a un 20% que lo hace directamente online (tienda virtual) y otro 20%, exclusivamente offline (tienda física). ¿Se llegará con el libro a esos porcentajes?

El futuro de las librerías (1)

Categoría (El libro digital, El mundo del libro, General, Publicar un libro) por Manu de Ordoñana el 03-11-2011

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Predecir el futuro es un ejercicio arriesgado. ¿Podrá el libro digital imponerse al libro impreso, como auguran los entendidos y avala la evolución de ventas en cada uno de los sectores? La respuesta es ambigua ─al menos a corto plazo─, los dos tienen sus ventajas y sus inconvenientes. Lo que sí parece evidente es que, durante mucho tiempo, los dos formatos tendrán que convivir, repartirse el mercado y adaptarse a las peticiones del cliente. El resultado final dependerá de cómo cada uno se adecúe a las exigencias de la demanda.

Claro que muchas veces las estadísticas son engañosas: las ventas de libros en papel empezaron a decrecer bastante antes de que irrumpiera el libro electrónico:

  • Primero, porque la educación que recibe la juventud no está orientada a las humanidades, se limita a fomentar el conocimiento teórico y producir profesionales bien preparados para atender las necesidades del mercado de trabajo (lo cual es loable, es el papel que la sociedad moderna asigna a la universidad).
  • Segundo, porque la plebe es incapaz de librarse de esos programas basura que, de manera casi generalizada, nos depara la televisión, reduciendo el tiempo de lectura de los ciudadan@s y recortando sus facultades para disfrutar de un relato con cierto contenido intelectual.
  • Tercero, porque el precio que había que pagar por un libro ha sido, hasta hace poco, tan elevado que, en numerosas ocasiones, retraía al público de tan noble propósito, como es comprar un libro.

Fijaos que estoy hablando en pretérito y no en presente: me da la impresión de que las librerías han bajado los precios. No sé si esto es una apreciación objetiva o más bien una dilección. Si es verdad, vamos por el buen camino, los libreros se han dado cuenta del peligro que les acecha y han optado por escuchar la voz del comprador.

Esta actitud debería de ir acompañada de un nuevo ordenamiento en toda la industria editorial ─editores, promotores, distribuidores y puntos de venta─, para achatar la pirámide y hacer que el libro llegue directamente desde el escritor al lector ─desde el productor al consumidor, ¿os suena?─, eliminando la cadena intermedia que no aporta valor, de manera que el precio final sea proporcionado. En esta transformación, se me ocurre que la figura del “agente literario” debe jugar un rol determinante y convertirse en el protagonista único interpuesto entre el autor y la librería.

Los escritores ─no me refiero aquí a los consagrados, sino a los diletantes, los de “a granel”, con mérito suficiente para crear una obra digna capaz de despertar el interés de un público exigente que huye del “best seller”─ tendrán que acostumbrarse a cofinanciar la publicación de su obra ─esto le obligará a limitar su extensión a no más de 300 páginas, mejor 200─ y dejar el resto en mano del agente, que será el que contacte con las librerías, el que administre la parte comercial, sin renunciar por supuesto al formato digital con el que, como hemos dicho al principio, tendrá que convivir durante unos cuantos años.

Aun así, el futuro de las librerías es incierto. La metamorfosis tendría que ser más profunda, la concepción actual del negocio no parece razonable, habría que plantear otro modelo de organización más apropiado, abierto a las nuevas tecnologías, más en consonancia con el tiempo en que vivimos.                

El libro del futuro

Categoría (El libro digital, El mundo del libro, General) por Manu de Ordoñana el 29-10-2011

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Por lo que leo en algunos sitios de la web especializados en artilugios de lectura electrónica, los expertos coinciden en señalar que los contenidos de los libros del futuro van a ser multifuncionales, es decir, van a ser capaces de ofrecer no sólo texto para ser leído, sino también imágenes fijas o cinéticas con texto agregado y música avenida al escenario del relato, a través de un juego sincronizado de palabras, movimiento y sonido ─la incorporación del olor es cuestión de tiempo─ capaz de brindar un nuevo panorama de ocio integrado estimulador de todos los sentidos.

Asi, cuando el autor nos presente a un personaje, el lector posará el dedo en el lugar en que está escrito su nombre y, automáticamente, aparecerá su imagen en la pantalla, incluso con un pie para describir sus rasgos, evitándose así un largo párrafo que muchos escritores prodigan y que la mayoría de los lectores pasamos por encima.

El recurso tiene enorme valor para muchas situaciones. Imaginaos que el autor quiere relatar una escena de cama ─aquí sí que es aplicable eso de que una imagen vale más que mil palabras─. Pues bien, cuando el dispositivo descubra que tus ojos están llegando a una determinada línea, la pantalla cambiará de formato y ofrecerá una grabación hecha en video, acompañada de una música de fondo, como si estuvieras en el cine viendo una película. Aun es más. Al parecer, existen artefactos que sabrán interpretar tu estado de ánimo para dar mayor o menor intensidad erótica a la escena.

Estos sistemas de visión artificial son capaces de escrutar tu rostro, detectar qué nivel de atención prestas a cada párrafo y deducir cual es el decorado que más te priva, para modificar el vocabulario, conducir la trama y llegar al desenlace que más adapta a tu talante, y también al talante de los demás lectores, con lo cual tendrán que albergar múltiples finales alternativos, como se hace en los videojuegos. Y esto no es ciencia ficción, ya existen experiencias de este tipo que incorporan texto adaptativo. Os sugiero que leáis el artículo que escribió Kevin Kelly en la revista Wired por él fundada: “Cómo serán los libros en el futuro”.

Me resulta difícil asimilar esta nueva concepción de lo que Kelly llama “hiperliteratura”. A mí me parece que el lector de hoy no quiere participar en ese juego de adaptaciones, no está interesado en decidir la trama, prefiere que el autor asuma esa responsabilidad y resuelva el conflicto con un argumento apropiado y una conclusión plausible.

Por otra parte, no creo yo que este formato pueda servir para proponer una obra seria, reflexiva, que te haga pensar, que te ayude a adquirir cultura, eso tan etéreo, tan difícil de definir, ese poso que te queda en el fondo cuando te olvidas de todo lo que has leído. Puede que sea útil para esa literatura trepidante que hoy se lleva, con personajes al límite, intrigas continuas, alta tensión y desenlace inesperado. Sí, es posible que sirva para eso.

El problema es que si este tipo de literatura ─o como quiera que se llame─ se impone, el ciudadano está abocado a perder poco a poco esos valores culturales que ayudan a consolidar una sociedad democrática y plural, a convertirse en ese ente no pensante y bien nutrido que tanto anhela la partitocracia de última generación. Sí, no lo dudes, nos quieren hacer idiotas… y lo peor es que lo están consiguiendo.

La biblioteca pública y el e-book

Categoría (El libro digital, General) por Manu de Ordoñana el 24-10-2011

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Aunque los resultados son todavía parcos, es evidente que el hábito de lectura en dispositivos electrónicos crecerá de forma progresiva en los próximos años. La pregunta que toca responder ahora es: ¿Cuál ha de ser el papel de las bibliotecas públicas en el préstamo de libros? ¿Deberá de mantener el préstamo exclusivo de libros impresos o deberá extender su ámbito al e-book? Porque se oyen algunas  voces de personas vinculadas al mundo de la cultura que rezongan por tal iniciativa.

Desde hace más de un año, la red de Bibliotecas de Donostia-San Sebastián, la ciudad donde yo vivo, ofrece a los socios el préstamo de libros electrónicos, para lo cual adquirieron 33 e-readers con 594 obras en español, 69 en euskera y 50 en inglés, libros todos de dominio público, es decir, libres de derechos de autor. Los usuarios pueden disfrutar del artilugio durante 21 días. El éxito ha sido rotundo y siempre hay lista de espera.

La biblioteca pública tiene que ser uno de los instrumentos más útiles para la difusión de la cultura. Los gobiernos han de garantizar a todos los ciudadanos el acceso al conocimiento a través de una gama de servicios que abarquen todas las ramas del saber, para lo cual la biblioteca es el espacio de aprendizaje idóneo y el lugar de encuentro más apropiado para el intercambio de ideas, sin limitaciones, con total libertad de expresión. Por eso, las bibliotecas públicas deben replantearse su papel, admitir los nuevos recursos que aporta la tecnología, animar al público a cambiar su comportamiento, alentar el uso de las redes sociales para hacer cautivos a los lectores, si no quieren ser fagocitadas por entidades tan potentes como Google o Amazon, que están al acecho y saben bien lo que quieren.

El préstamo bibliotecario digital es, como dice Peter Brantley (autor de un artículo en inglés sobre el préstamo de ebooks), un asunto B2C ─”Business to Consumer”, expresión inglesa que se podría traducir por “del negocio al consumidor”─ un negocio que corresponde a sus legítimos beneficiarios: editores, bibliotecas y lectores.

Mientras tanto, os recomiendo que leáis el interesante informe elaborado por Pura Fernández y José Antonio Millán titulado “Experiencia con préstamo de e-books en bibliotecas”, de entre cuyas conclusiones hemos seleccionado las más relevantes:

  • Los usuarios, incluso los adolescentes, creen en la coexistencia de papel y e-book, pero echan de menos las cualidades sensoriales, espaciales y de intervención del papel..
  • Aprecian los aspectos prácticos del e-book: ligereza, capacidad, etc. que lo convierten en un aliado de la vida urbana, sobre todo en el transporte público, pero se le reprocha ser lento y de manejo poco intuitivo, además de tener frecuentes paradas.
  • Los lectores ven al e-book como algo frágil y delicado, sólo idóneo para lectura ligera: novelas, biografías, etc.
  • Encuentran numerosos problemas con las descargas, el DRM, los formatos disponibles, y en general con la mecánica de obtención de las obras.
  • Perciben también problemas con la calidad de los textos: erratas, faltas de ortografía y puntuación, así como mala respuesta al zoom.
  • Los usuarios de las bibliotecas ven con buenos ojos que se les presten dispositivos: creen que así se acabarían las listas de espera con los libros más populares.
  • Hay usuarios que ven esta experiencia en el camino de “una biblioteca digital con perspectiva social”.

El Mataburros. Táper

Categoría (El Mataburros, General) por Manu de Ordoñana el 20-10-2011

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Éste es otra de las palabras que el hispanohablante ha incorporado a su léxico diario de forma maquinal, lo ha asumido como parte de su acervo cultural, sin pararse a pensar de dónde viene ni de que, en la lengua castellana, existen varios términos que significan lo mismo. Parece que resulta mucho más “progre” decir “táper” en lugar de “tartera”, “tarrina” o “fiambrera”, que sería lo correcto, ya que ni “táper” ni “tupper” están admitidos por la RAE.

¿Quién no ha llevado alguna vez una tartera para comer en el campo, en la fábrica o en la oficina? O una tarrina, o una fiambrera. Veamos los significados que nos da el DRAE:

Tartera = Recipiente cerrado herméticamente, que sirve para llevar los guisos fuera de casa o conservarlos en el frigorífico.

Tarrina = Envase pequeño para algunos alimentos que deben conservarse en frío.

Fiambrera = Cestón o caja para llevar el repuesto de cosas fiambres. Cacerola, ordinariamente cilíndrica y con tapa bien ajustada, que sirve para llevar la comida fuera de casa.

Tupper es el nombre de un químico norteamericano que patentó en 1944 un recipiente plástico cerrado herméticamente para transportar comida o guardar alimentos en cámaras frigoríficas. Los primeros recipientes fueron de polietileno, luego de metal, y finalmente, con el advenimiento de los hornos microondas, se volvió al plástico (policarbonato, polietileno o polipropileno). Para la explotación de su negocio, Tupper creó una empresa, Tupperware Plastics Company, que más tarde pasó a llamarse Tupperware Brands Corporation, con sede en Orlando, presente en más de cien países, con una facturación de 114.000 millones de US$, de los cuales, tan sólo el 26% corresponde a ventas en los EE.UU.

La prensa no se priva de seguir la moda, ─metidos en harina, de seguir la “fashion”─ y prodiga la expresión “tupper” y no táper, como parecería lógico escribir. Así el diario “Noticias de Gipuzkoa”, en un artículo titulado “Tupperfish” del 4 de mayo de 2011, informa que «el mercado de San Martín entrega “tuppers” para llevar el pescado» y el “Diario Vasco”, en otro de fecha 13 de noviembre de 2010, recoge las palabras del presidente del gremio de hostelería: «nuestro gran enemigo es el “tupper”, ya que cada vez más personas se traen la comida al trabajo»… en una tartera, claro.

Literatura y marketing

Categoría (General, Marketing para vender libros) por Manu de Ordoñana el 16-10-2011

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Hay tres clases diferentes de escritores: los consagrados, cuyos libros se venden con facilidad en cuanto aparecen en las librerías; los diletantes, que nunca consiguen interesar a una editorial para que publique lo que han escrito; y, entre medio, los oscuros, escritores de mérito que no han sabido conquistar al público, a pesar de ser reconocidos por la crítica e incluso de haber obtenido algún galardón de prestigio internacional.

¿Cuál es la motivación que provoca el interés del público hacia un autor, que le haga surgir de la penumbra para pasar a la luz cegadora del éxito? Recuerda Javier Cercas que, durante sus primeros veinte años en la profesión, apenas tenía 400 lectores, hasta que de repente, cuando casi tenía 40 años publica un libro más, en nada esencial distinto de los anteriores, y empieza a leerse, a venderse. ¿Por qué? No lo sabe, responde Cercas.

Y sin embargo, tiene que existir una razón. Las leyes del marketing son implacables, funcionan en todos los ámbitos de la actividad humana, ya sea política, económica o social… también en la literatura. Sólo hace falta conocer sus reglas y los escritores somos poco dados a aplicar las técnicas de venta, a vender nuestra imagen; preferimos cuidar nuestra intimidad, encerrarnos en nuestro reducto y esperar el milagro. Craso error. Tú, como escritor oscuro o diletante tienes que salir a la calle, tienes que adquirir notoriedad, no como un fin en sí mismo, sino como un medio para que el público se atreva a leer tu obra. Todos tenemos nuestro puntito ególatra, todos profesamos amor a nuestra persona. Por eso escribimos, para que se nos lea, para que se nos reconozca el talento. Pues venga, desarrolla tus habilidades y demuestra tu aptitud: busca las claves para alcanzar la fama.

Ya sé que esta arenga te va a dejar indiferente, quizá desorientado. Seguro que estarás más de acuerdo con lo que dijo Fernando Aramburu el pasado 8 de octubre en el suplemento Babelia de “El País”:

“Hoy día abundan los escritores que aprovechan cualquier oportunidad para cubrir de requiebros a los aficionados a los libros. Obviamente los adulan llevados de la certera intuición de que sin ellos no son nada. Por lo mismo podrían injuriarlos a fin de golpear su atención. Buscan público sin distinción de intereses y calidades, al modo de una flor que saliera volando en pos de cuantos insectos pululan por la zona, sean polinizadores o no. Abandonan entonces su lugar natural, el escritorio; emprenden campañas de promoción que con frecuencia los obligan a ir de ciudad en ciudad convertidos en viajantes de comercio de sus propios libros, procurando generar noticia y diseminar su retrato y su nombre en los medios de comunicación. Alguna escritora incluso ha salido despojada de ropa en las revistas. Otros justifican su participación en competiciones literarias, de dudosa honradez en ocasiones, con el socorrido argumento de que desean incrementar el número de sus lectores, si bien no termina de quedar claro, cuando así se expresan, si buscan personas que dediquen atención a sus libros o se conforman con que simplemente los adquieran. Parece inverosímil que alguien lea un libro llevado por un gesto de caridad hacia el escritor…».

Disiento.

Donostia-San Sebastián, capital europea de la cultura 2016

Categoría (El mundo del libro, General) por Manu de Ordoñana el 13-10-2011

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Como ya sabéis, Donosti-San Sebastián fue nombrada capital europea de la cultura 2016, en un acto celebrado en Madrid el pasado 28 de junio. Cuando el presidente del jurado, el austriaco Manfred Gaulhofer, pronunció el anuncio en el auditorio del Ministerio de Cultura, a continuación, destacó el “e! excelente proyecto presentado por San Sebastián y su inteligencia al poner la cultura como un elemento al servicio de la paz y en la convivencia en una ciudad y en un país tan castigados por la violencia”.  

La decisión del jurado (formado por trece componentes: siete elegidos por las instituciones europeas y seis por el Ministerio de Cultura) se dio a conocer en un ambiente de máxima tensión, con la sala abarrotada de periodistas. Tras escuchar el veredicto, los representantes de las otras cinco ciudades finalistas (Burgos, Segovia, Las Palmas, Córdoba y Zaragoza) mostraron su decepción de manera diferente: unos la aceptaron con deportividad, otros mostraron su desacuerdo y acusaron al tribunal de haber apostado por aspectos políticos en lugar de culturales.

Primero fue el alcalde de Zaragoza, Juan Alberto Belloch, exjuez y  exministro de Justicia con Felipe González, al declarar que la designación de Donostia había sido un disparate porque su alcalde es de Bildu, exigiendo al Gobierno  que obligue al jurado a repetir la votación, so pena de recurrir el fallo ante los tribunales.

En la misma línea, se manifestaron los representantes de Córdoba, la ciudad que partía como favorita para la elección. Al conocer la noticia, la ministra Aguilar, ex alcaldesa de Córdoba, habló de “carga política” en la decisión del jurado, afirmando que la elección había sido «manifiestamente injusta».

Estas palabras hasta podían llegar a “entenderse” con el calor del momento y la enorme decepción que produjo en sus representantes. El problema es que la cosa no quedó ahí, ya que hace unos días, la ciudad andaluza ha presentado un recurso antela Audiencia Nacional contra el proceso de designación de San Sebastián como Capital Europea de la Cultura en 2016, iniciativa que la mayoría de los observadores han calificado como de acto electoralista, sin ninguna posibilidad de salir adelante. Hasta el portavoz popular en el Ayuntamiento de San Sebastián, Ramón Gómez Ugalde, se mostró tajante con su compañero de partido, al afirmar que “si el alcalde de Córdoba tiene mal perder, que se aguante, porque ya está bien”.

Es posible que otras ciudades tengan más méritos que Donosti-San Sebastián para recibir el galardón, si como parece, su objetivo es intentar legitimar la Unión Europeaa través de lo que nos une a todos los europeos: la cultura. Pero es verdad que los organizadores de la propuesta ganadora acertaron en el contenido y fueron originales al presentar un proyecto alternativo:

  • Donostia no quería ser capital cultural europea por su paisaje o por sus festivales. Su propuesta, en torno a la educación y la cultura como apuestas por la convivencia, entusiasmó al jurado. No ocultaron la violencia que padece la ciudad, sino que la pusieron al descubierto y plantearon los instrumentos para combatirla, como había hecho Marsella hace dos años con el conflicto de la inmigración.
  • El equipo director supo rodearse de verdaderos especialistas en el mundo de la cultura europea, apostaron por trabajar en los pasillos comunitarios e hicieron una defensa del proyecto cargada de poesía, que logró emocionar a los componentes del jurado, frente a los discursos magistrales de sus consumados rivales.

Si Donosti-San Sebastián mereció la distinción fue porque hizo un buen trabajo, frente a la medianía de sus opositores. Ni el alcalde de Zaragoza ni el de Córdoba tienen razón alguna para protestar, si no es para encubrir su ineptitud o para embaucar a sus electores. En este santo país, echar la culpa al de enfrente siempre da buen resultado.   

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