Aprender a leer para no fenecer

Categoría (Cultura y democracia, El libro y la lectura, General) por Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz el 05-07-2024

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Retirado en la paz de estos desiertos,
Con pocos, pero doctos libros juntos,
Vivo en conversación con los difuntos
Y escucho con mis ojos a los muertos.
Francisco de Quevedo

El porcentaje de personas mayores de catorce años que lee habitualmente en España (al menos una vez al trimestre) en su tiempo libre ha aumentado nueve puntos en los últimos diez años, hasta alcanzar el 64,1% de la población, según la encuesta “Hábitos de Lectura y Compra de Libros en España 2023” realizada por la Federación de gremios de editores de España. Aunque ese porcentaje baja al 52% si se trata de lectores frecuentes (al menos una vez a la semana), es una buena noticia, sobre todo, porque ese crecimiento se debe en parte al empuje de la juventud, con un incremento de lectores cercano al 12% entre los adolescentes de quince a dieciocho años.

Sin embargo, la opinión que tiene la sociedad española sobre el estado de la cultura no es tan optimista. Muchos docentes se quejan de que sus alumnos tienen dificultades para entender enunciados largos, acostumbrados como están a leer textos cortos en Internet. Las faltas de ortografía son frecuentes, el léxico, deficiente, y la sintaxis, cuando menos, mejorable. Les faltan horas de lectura y comprensión del mundo que les rodea, aunque en eso los educadores no pueden ocultar su parte de culpa. Y tampoco los padres, por su falta de criterio ─e incluso, desidia─ a la hora de recomendar a sus hijos los libros que tendrían que leer.

El informe anual PISA apunta en la misma dirección. España ha obtenido en 2022 los peores resultados de su historia, ha mejorado algo, eso sí, en el ranking de países de la OCDE, ocupando el puesto veinticuatro, inmediatamente detrás de Francia y Alemania. Según el factótum del informe PISA, Andreas Schleicher. “Más de un tercio de los graduados universitarios españoles no supera el nivel dos en la prueba de comprensión lectora”. Para PISA, ese nivel dos es el básico,en una escala que va de uno a seis, en la que el seis corresponde al nivel de máxima dificultad.

Con defensas tan escasas, no es difícil imaginar la confusión que impera en la mente del ciudadano y la dificultad que encuentra para discernir los mensajes que continuamente recibe de los medios de comunicación social, cada vez más avezados en la difusión de bulos o medias verdades. Han perdido la vergüenza y no esconden su obediencia a la clase política y, detrás de ella, en la sombra, surge el capitalismo ramplón que solo persigue un objetivo: maximizar los beneficios a corto plazo, a expensas incluso de la salud de un planeta que gime su destrucción.

El ultracapitalismo que hoy dirige la Humanidad tiene prisa por destruir la educación pública, siente que es un obstáculo a su propósito de dominación; un freno a su empeño de reducir la capacidad pensante de la plebe y coartar así su libre albedrío. Para lograrlo, no duda en propagar la ignorancia y la mentira, a través de las élites codiciosas que están a su servicio, a quienes la sociedad debería de inculpar ─tanto o más que a sus patronos─ por su participación en el expolio: «La educación pública funciona como una máquina de lavar cerebros«, Milei dixit, obsesionado con destruir el sistema educativo argentino. Y no está solo.

La intención es clara: la aristocracia del sistema nos quiere dóciles, que no pensemos, que les dejemos “hacer”. La respuesta también lo es: aprendamos a razonar y a no ceder ante los eslóganes engañosos, los titulares llamativos y los contenidos inflamables que agitan las redes sociales; busquemos la verdad y no creamos todo lo que dicen, ni siquiera los líderes afines. Millones de europeos han sido convencidos por los suyos de que los inmigrantes son todos delincuentes y la causa de todos sus males, cuando el motivo verdadero es que no saben o no pueden solucionar sus problemas: el paro, la vivienda, el miedo al fracaso…

Sin una buena comprensión lectora, tendremos dificultad para entender la actualidad y elegir el camino recto. El pensamiento crítico no surge si detrás no existe una cultura sólida; y esta solo arriba con muchas horas de lectura lenta y reflexión profunda. Pero saber leer no es don infuso; es un arte que disciplina, coordinación y silencio, para hacer posible el diálogo con uno mismo. El filósofo Gregorio Luri (Azagra, Navarra, 1955), en su libro Sobre el arte de leer (Plataforma editorial, 2019) nos ha legado sus diez tesis acerca de la educación y la lectura, que nosotros hemos condensado en este artículo, dirigido tanto a los adultos que quieran mejorar su cultura, como a los expertos docentes que tienen la noble tarea de inculcar la lectura a sus discípulos noveles.

1.- No hemos nacido con una predisposición a la lectura

No nacemos con una predisposición biológica a la lectura similar a la que tenemos con el habla; de ahí que leer sea una actividad compleja, sofisticada y muy poco natural. La lectura requiere el control del cuerpo, prestar atención y, sobre todo, poseer una serie de conocimientos. Basta crecer en un entorno oral para acabar hablando, la lectura, en cambio, es una destreza compleja; su aprendizaje exige un esfuerzo importante y además, ejercitar la mente durante unos cuantos años. Por eso la asistencia de un maestro que conozca su oficio resulta útil, así como la vecindad de un medio rico en conocimientos. Cuando hablamos de lectura nos referimos exclusivamente a la lectura en papel, la que nosotros consideramos como lectura genuina. El texto impreso facilita la comprensión y ahorra distracciones, especialmente cuando leemos textos largos.

2.- Carecemos de una didáctica de la literatura

Lo que hoy dificulta la educación literaria es el auge de la moralidad en las publicaciones juveniles: la imposición de una literatura que busca cambiar —más que comprender— el mundo, que antepone la libertad de la palabra a la del pensamiento. Pululan en el mercado numerosos textos que provocan en los lectores bisoños situaciones de alta tensión emocional, fáciles de leer, pero que carecen de misión didáctica. La educación literaria exige lectura lenta y paciencia cognitiva, para lo cual es necesario fijar la atención durante un tiempo y de forma continuada. Y eso solo se consigue si se tiene un cierto nivel de disciplina, una cualidad que se debería trabajar con los jóvenes.

3.- Es necesario hablar bien para leer bien

La primera condición para leer bien es hablar bien. Pero resulta que el treinta por ciento de los alumnos de nueve años tiene dificultades para entender un texto mínimamente complejo al terminar la escolaridad. Cuando esos alumnos acceden al nivel superior, aumentan mucho las posibilidades de fracasar, ya que el déficit lingüístico no es fácil de corregir. Como su vocabulario es pobre, leen con dificultad, se trabucan, no saben captar los significados contextuales y se malogran. Solo un profesor competente puede paliar esa carencia si es capaz de hablar mucho y bien en clase, y de temas muy variados. Únicamente a través de la palabra del maestro, los niños tienen la oportunidad de aprehender usos lingüísticos sofisticados.

4.- La lectura es una dialéctica

La lectura es una relación entre letras y palabras, entre palabras y oraciones, entre oraciones y párrafos, entre párrafos y texto, entre texto y contexto. Este ejercicio de agrupar lo diverso es la operación natural de la mente humana. Para ello, hemos inventado el sentido, un procedimiento que permite a nuestra inteligencia reducir la pluralidad a unidades asequibles. Es más fácil recordar una frase como “Hay que regar las flores del balcón” que una secuencia de veintinueve letras seguidas. Pero ¿qué pasa con los textos complejos? Si nos topamos con muchos vacíos de significado, la comprensión flaquea y no queda más remedio que pasar de página o acudir a la dialéctica y preguntar al que sabe.

5.- Aprender a leer no es como aprender a andar en bici

Andar en bici se aprende solo una vez y para siempre: es un “saber-cómo”. Para aprender a leer ―o a pintar―, se necesitan conocimientos crecientes: es un “saber-qué”. Si queremos facilitar al niño la comprensión de textos complejos, hay que impedir que se enfrente a muchos vacíos fácticos, para aligerar la carga cognitiva de la comprensión. Si son muy numerosos, el texto se le hace incomprensible; sin embargo, si son pocos, le obligamos a esforzarse para encontrar el sentido contextual. El progreso lector es la didáctica de la elusión semántica de los términos desconocidos. O dicho de otra forma: es el progreso lector el que hace explícitos los contextos. Y si falta la información contextual, la lectura es insoportable.

6.- La velocidad lectora cuenta

La velocidad lectora de un individuo nos indica su capacidad comprensiva y, por tanto, su satisfacción lectora. Si en cada frase encuentra un vacío fáctico, la velocidad lectora disminuye y, por ende, el gusto de leer. Para eludir el problema, es preciso enriquecer el vocabulario y disminuir así el riesgo de tropezar con palabras desconocidas que ralenticen la lectura. Pero enriquecer el vocabulario de un niño no es tarea fácil. Una forma de conseguirlo es mediante la oralidad: no vendría mal obligar a los profesores a leer en voz alta textos de calidad, complejos y retadores y a preguntar sobre el significado de los párrafos más polémicos. Así se matarían dos pájaros de un tiro: mejorar la comprensión lectora de los alumnos y ejercitar su capacidad expresiva. No olvidemos que lectura, escritura y habla van unidas: los niños que hablan bien suelen escribir y leer bien.

7.- La clave de todo: los nueve años

La importancia de la velocidad lectora se manifiesta a los nueve años, cuando los niños transitan por un proceso de revolución intelectual intenso para pasar de “aprender a leer” a “aprender leyendo”. En ese momento, las diferencias de competencia lingüística dan lugar a ritmos lectores diversos y, por tanto, a trayectorias educativas diferentes. A medida que el niño va adquiriendo conocimientos gracias a la lectura, va desarrollando la competencia lectora, aprende palabras nuevas, refuerza el sentido de las ya conocidas y desarrolla la dialéctica tanto del texto como del contexto. Si en tercero de primaria, no ha conseguido un saber lingüístico suficiente, su formación académica será incompleta. El fracaso escolar es, en realidad, un fracaso lingüístico que luego se transfiere a las matemáticas: los alumnos no entienden los enunciados de los problemas, de ahí que no puedan resolverlos.

8.- El buen lector distingue entre la estructura profunda y la estructura superficial

La ironía es una figura retórica que sirve para transmitir una idea diferente de lo que se dice. Analicemos la expresión “ponerse las botas”. El oyente ha de ser capaz de inferir lo no dicho (estructura profunda), a partir de lo explícitamente dicho (estructura superficial). La interpretación superficial del refrán “a caballo regalado no le mires el diente” nos llevaría a suponer que estamos hablando de los dientes de un caballo. Pero la estructura profunda nos dice que estamos hablando de un acto de generosidad. Los lectores novicios suelen quedarse con la literalidad superficial de un aprendizaje nuevo, sin distinguir entre el detalle irrelevante y el dato sustantivo, mientras que los lectores expertos captan enseguida de qué va la cosa. Si queremos preparar a un niño, enseñémosle las diferencias entre estructuras superficiales y profundas, a completar el sentido del texto con la información del contexto y a ampliar sus contextos cognitivos.

9.- Si desea saber qué quieren los adolescentes, obsérveles de cerca

Un setenta por ciento de los niños de primaria lee con frecuencia, pero ese porcentaje se reduce al 44,7% a partir de los quince años. Pareciera que el niño, cuando llega a la adolescencia, emprende un proceso acelerado de independencia del mundo y de la cultura adulta.

Está buscando algo de sí mismo que solo puede encontrar en la lectura y consume más texto que nunca sin lograrlo. Muchos desisten, pero otros insisten, hasta que un día lo descubren en el interior de una botella que un autor, quizá desconocido, lanzó al mar en el pasado. Allí están las llaves que les abren las puertas de la lectura. Quienes hemos tenido la suerte de dar con la nuestra, no olvidamos nunca la experiencia de aquellas primeras lecturas. Yo la tuve el día que mi padre me regaló el primer cuadernillo con “Las aventuras de Dick Turpin”. Tenía yo entonces doce años y no recuerdo días tan plenamente vividos como los que transcurrían leyendo cada uno de los 58 números de la colección que mi padre traía a casa todos los sábados. ¿Sería mucho pedir a los pedagogos que acompañen al mar a los jóvenes para ayudarles a descubrir la botella, varada en la playa, que el destino les tiene asignada?

10.- Aprender a leer es aprender a escuchar

Solo lo lograremos de verdad si estamos dispuestos a participar como oyentes en el diálogo continuamente renovado que mantienen entre sí los grandes maestros de la cultura, es decir, cuando hagamos realidad nuestra aspiración de convertirnos en ciudadanos libres de la república de las letras. Para Robert Hutchins, la única manera de ser ciudadano de esa república es participar de forma activa en la gran conversación. Creía que los grandes libros permiten contener la influencia de las ideas que hoy amenazan la civilización occidental: el materialismo, la rapacidad, el orgulloso etnocentrismo… y nosotros añadimos el ultraliberalismo que circula con éxito creciente en los últimos tiempos. Ninguna criatura sobre la faz de la Tierra tiene derecho a creerse un ser humano hasta que no esté en posesión de un buen libro. Como decía Pérez de Oliva: “Las letras nos mantienen la memoria, nos guardan las ciencias y, lo que es más admirable, nos extienden la vida a largos siglos, pues por ellas conocemos todos los tiempos pasados, los cuales vivir no es sino sentirlos”.

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