Microrrelato. La hormiga en el asfalto

Categoría (General, Taller literario) por Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz el 10-04-2025

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La hormiga en el asfalto

Agosto, cuatro de la tarde. Casi cuarenta grados de temperatura. Una calle en obras, una profunda zanja lateral. La gran grúa mueve tierra y cascotes. En la soledad deslumbradora, un hombre espera el autobús. Se ha colocado un pañuelo sobre la cabeza, está inmóvil y siente brotar el sudor de toda su piel. Muy cerca se alza el pequeño surtidor de una cañería rota. El hombre descubre en la calzada un insecto minúsculo, acaso una hormiga solitaria que avanza en línea recta. El chorro de agua golpea contra un montón de arena y hace saltar piedrecitas que caen cada vez más cerca de la hormiga. El hombre piensa que aquel insecto avanza ciego hacia el punto en que una de las piedrecitas lo aplastará. En el silencio sólo se oye el ruido del pequeño surtidor fortuito, a sus pies, y el chirrido del contenedor de material que se bambolea en lo alto, justo encima de su cabeza (José María Merino).

Estamos ante un microrrelato que juega con la focalización, hecho del que nos damos cuenta justo en la última oración.

La historia está contada por un narrador omnisciente que utiliza la estructura clásica de presentación, nudo y desenlace. En el inicio de la historia encontramos el ambiente narrativo que envuelve la trama; es un verano tórrido, pleno agosto, cuatro de la tarde, o dicho de otra manera: canícula, periodo vacacional y hora de la siesta, elementos que por su simple enunciación crean ya una atmosfera. La acción sucede, además, en una calle en obras y en una parada de autobús; los inconvenientes que apareja cualquier obra y la dichosa espera son los dos elementos perfectos para que haga su aparición el personaje de la historia. Se encuentra solo en la parada, no hay nadie más, solo él y el insoportable calor deslumbrante. Ahora llega el nudo: en ese ambiente aburrido, soporífero y solitario hace su aparición una hormiga, solitaria también, cuya vida peligra, a ojos del hombre que la está mirando, debido a la cercanía de un surtidor de agua roto que cae en la arena y levanta las piedras que podrían aplastarla irremediablemente.

A continuación, fijémonos en dos motivos que el autor mete con una intención clarísima. El primero es la grúa, justo antes de nombrar al hombre de la historia, y el segundo es el pequeño surtidor que levanta “piedrecitas” ―el diminutivo no es gratuito―, en el momento en que aparece la hormiga paseándose por allí. ¿No se consigue acrecentar así la idea del tamaño y de la perspectiva?

Y llega el desenlace, esa frase que nos deja un final abierto en el que se da el cambio de focalización que comentábamos al inicio. Mientras el hombre piensa que la hormiga va a ser aplastada por esas piedrecitas que saltan al contacto de la presión del agua, el narrador abre el foco y como si de un plano general se tratara nos muestra el contenedor que la grúa está moviendo justo por encima de la cabeza del hombre. Dos solitarios ante el peligro, cada uno en sus circunstancias. Ajustemos más el objetivo. El inicio de la última oración del cuento nos ha recordado al verso de la Égloga III de Garcilaso de la Vegaen el silencio solo se escuchaba un sonido…― en el que utiliza la figura literaria de la aliteración para imitar los sonidos de la naturaleza de un locus amoenus. Frente a la paz y tranquilidad de esos sonidos en un paraíso, aquí tenemos el sonido de dos elementos que amenazan la existencia de los dos personajes. El narrador hace un paralelismo entre grúa y surtidor, entre hombre y hormiga. ¿No nos habla esta historia de la incertidumbre en la que se vive dentro de un mismo universo y de la fragilidad de sus habitantes?, ¿no es el título, en ese sentido, una buenísima metáfora?

Un último inciso, este tratamiento de la focalización nos recuerda a Borges y su cuento “Las ruinas circulares” (1940). No dejéis de leerlo para entender que, aunque miremos, también nosotros somos mirados.

 

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