Microrrelatos. Palabras parcas

Categoría (General, Taller literario) por Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz el 10-10-2024

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Abelardo, Arsaín, astuto abogado argentino, asesor agudo, apuesto, ágil aerobista acicalado. Atento. Amable. Amigo asiduo, afectuoso, acechante. Ambicioso. Amante ardiente, arrecho. Autoritario. Abrazos asfixiantes. Asaltos amorosos arduos, anhelantes, ansiosos, asustados. Aluvión apagado, artefacto ablandado, apocado. Agravado. Altamente agresivo, al acecho, Abelardo Arsaín. Arma al alcance, arremete artero, ataca arrabiado, asesina. Atrapado. Absuelto: autodefensa. ¡Ay!
(Brevs. Microrrelatos completos hasta hoy. Luisa Valenzuela)

El espíritu del juego literario está en la base de este cuento; recuerda mucho al que se traía entre manos Mallarmé con su innovadora sintaxis y su gusto por la música de las palabras. El lenguaje, la palabra está tratada como un objeto en sí mismo y como tal manipulable para conseguir un objetivo. Valenzuela se ha servido de dos figuras literarias: la enumeración, la primera, una acumulación de palabras que, en esta ocasión, comienzan con la misma vocal, lo que da lugar a la segunda figura, la aliteración. Con todo esto ya tenemos un ritmo y una cadencia que marcan claramente la lectura del texto. A esto hay que añadir la ausencia de verbos y de conectores excepto al final, con lo que conseguimos supremacía de sustantivo y adjetivo, es decir, palabra esencial, concepto en sí mismo, puro significado.

El lector de esta historia, en una segunda lectura, pone todos los nexos que faltan y rellena todos los huecos para dar ese sentido que el microrrelato esconde. Es el tipo de lector que algunos escritores desean para su obra: que tenga una actitud activa frente al texto, que ponga de su parte para llegar al meollo de la historia. Esta tiene una estructura tradicional: presentación ―sabemos el nombre del protagonista desde el principio―; desarrollo ―rasgos y características del personaje que van en línea ascendente de lo positivo, amable y hasta dulce, a lo negativo, feo y terrible―; y por último el duro desenlace por sorpresivo e injusto.

Además, si nos fijamos bien en la redacción de la trama, podemos encontrar lo que Cortázar denominaba como “tensión”; el conflicto narrativo se va desarrollando de forma cada vez más acelerada e imparable ―gracias a las acciones marcadas por los verbos que hacen su aparición― y sorpresiva con esa vuelta de tuerca final en la penúltima palabra, antes de la interjección que cierra el cuento. Por último, no hay que olvidar el título ―en un microrrelato es importantísimo― con ese evidente tono irónico.

Estamos ante un fantástico microcuento: guarda el secreto hasta el final, que diría Neuman; es breve, con las palabras necesarias para ser contado ―ni falta ni sobra nada, como debe ser―; con un ritmo endiablado en el desarrollo de los acontecimientos que mantiene al lector en vilo; y por si fuera poco creativo y vistoso e impecable en su ejecución. ¿Quién da más por menos?

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