María Moliner. Pasión por las palabras

Categoría (El oficio de escribir, General, Las lenguas) por Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz el 26-01-2025

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Diccionario

Esta es la primera palabra que se asocia al nombre propio de María Moliner (Paniza, Aragón,1900–Madrid,1981). Fue una mujer que compuso un gran diccionario, por su volumen y por lo útil que resulta: “Es un diccionario principalmente para escritores”. Durante toda su vida mantuvo su tenacidad y su laboriosidad.

Nos tenemos que retrotraer a 1951, fecha en la que decidió elaborar su titánica obra que le llevaría más de quince años. Todo empezó como un reto y como un refugio; al poco de instalarse en Madrid comenzó a redactar sus fichas: miles, escritas a mano o con la ayuda de su famosa Olivetti, que fueron invadiendo todos los rincones de la casa, hasta convertirse en un miembro más de la familia.

Su hijo Pedro contó cómo trabajaba: “Un día se levantó a las cinco de la mañana, dividió una cuartilla en cuatro partes iguales y se puso a escribir fichas de palabras sin más preparativos. Sus únicas herramientas de trabajo eran dos atriles y una máquina de escribir portátil, que sobrevivió a la escritura del diccionario. Primero trabajó en la mesita de centro de la sala. Después, cuando se sintió naufragar entre libros y notas, se sirvió de un tablero apoyado sobre el respaldar de dos sillas”. Su marido fingía una impavidez de sabio, pero a veces medía a escondidas las gavillas de fichas con una cinta métrica y les mandaba noticias a sus hijos. En una ocasión les contó que el diccionario iba ya por la última letra, pero tres meses después, con las ilusiones perdidas, les dijo que había vuelto a la primera.

García Márquez: “Es el diccionario más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana”.

María Moliner creía que, aunque las personas cultas y leídas sabían usar correctamente las palabras, muy pocas veces eran capaces de definirlas. Por esto se embarcó en este proyecto: “El Diccionario de uso del español es único en el mundo… quiero decir que es un diccionario que ayuda a usar el español… La estructura de los artículos está calculada para que el lector adquiera una primera idea del significado del término con los sinónimos, la precise con la segunda definición y la confirme con los ejemplos”.

Las referencias de las que se sirvió fueron varias: el Learner’s Dictionary of Current English de A. S. Hornby que le trajo su hijo Fernando de París, en el año 1952; el de Julio Casares: Diccionario ideológico de la lengua española (1942); también, el Diccionario crítico etimológico de la lengua castellana (1954) de Corominas y el diccionario de la Academia. Además de los periódicos, porque para ella contenían “el idioma vivo, el que se usa”.

Miguel Delibes: “Es una obra que justifica una vida”.

Supuso un mito por su importancia y por las dificultades de su organización sin las nuevas tecnologías de hoy día. Incluye palabras nuevas que la Academia tardaría en aceptar como pertenecientes al idioma español, por eso no competía con él; no era normativo, sino recopilador del uso que al hablar hacemos del idioma.

Sin duda y como señala A. Pilar Rubio López en su libro Vida de María Moliner: “Creó no un diccionario del español, sino un diccionario para los españoles, mejor aún para los hispanohablantes; es decir, para estudiantes y consultores del idioma español: tuvo en cuenta a los profesionales de la lengua, periodistas, escritores, traductores, que necesitasen ir “de la idea a la palabra”.

Lema, a su vez, del diccionario de Casares: «De la idea a la palabra; de la palabra a la idea». Según Manuel Seco —miembro de la Real Academia de la Lengua y redactor jefe del Seminario de Lexicografía de la entidad— la misma meta se propuso María Moliner: “construir el diccionario simultáneamente «descifrador» y «cifrador» esto es, «que ayuda a entender» y «que ayuda a decir».

Fue publicado en 1966 por la editorial Gredos en dos tomos, el segundo apareció en 1967. La aceptación por parte del público y de los escritores fue enorme: se hicieron veinte reimpresiones de la primera edición.

Isabel Calonge (de la editorial Gredos): “Era perfeccionista y minuciosa y mantenía su criterio a rajatabla, aunque su carácter era muy amable y sociable”.

El legado de la insigne filóloga fue escribir para los que escriben y ayudar a estudiar a los que estudian; y aún más, excediéndose en su labor como archivera y bibliotecaria, contribuyó a la socialización del libro y promovió la cultura como un vehículo para la regeneración social.

El objetivo inicial era definir de nuevo las palabras en todas sus acepciones, para que el lector encontrara la que necesitaba. Pero luego añadió las etimologías, y después los catálogos que relacionaban entre sí las voces del mismo campo semántico y conceptual, y finalmente, las familias. Esto último, una de sus innovaciones, significaba intercalar grupos de palabras de la misma raíz dentro del orden alfabético. Le gustaba organizar, crear, construir, relacionar. Sujetar el mundo, controlar el ingente caudal del lenguaje, nombrar las cosas con su nombre genuino para llegar a su núcleo original, a la idea desnuda. Otra, que la autora decidió combinar el orden alfabético con el ideológico.

Enseñanza

La Institución Libre de Enseñanza (ILE), fundada por Giner de los Ríos y otros catedráticos afines en 1876, era el símbolo de la libertad intelectual y un laboratorio de innovaciones pedagógicas. Américo Castro, uno de los profesores de la institución, influyó positivamente como agente motivador de las inquietudes de María por la lingüística. La ILE representó la vanguardia de la educación en España e inculcó a sus alumnos el respeto a los demás, la solidaridad, la curiosidad por las artes y las ciencias y el contacto con la naturaleza.

Los padres de María habían elegido este tipo de formación por ser afín a su proyecto pedagógico: una educación a través de la cual los alumnos podían contribuir a una transformación global de la sociedad. El profesor ideal era vocacional, con honradez, con calidad humana y amante de la verdad. La institución ponía la atención, además de en el profesor, en el niño, como un ser social y único al que merecía la pena instruir para no convertirlo en masa. Por lo tanto, por primera vez en España se dio un sistema de educación personalizado.

En su metodología buscaba que la escuela fuese vida y que la vida entrase en la escuela. Se ponía el foco en los diálogos profesor-alumno y en la colaboración de las familias: se llevaban a cabo salidas al campo, para estar en pleno contacto con la naturaleza; a las ciudades, para percibir la modernidad; a los museos, para observar el arte; a los auditorios, para escuchar música; a las fábricas, para conocer los mecanismos de los oficios…

En 1907, a instancias de la ILE, se creó la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE) con el fin de sufragar el aislamiento de la ciencia española. Uno de los proyectos fue becar a estudiantes para formarse en el extranjero y, de paso, fomentar la cultura española más allá de nuestras fronteras.

Padres-hermanos

Mostró desde niña una enorme curiosidad y un gran interés por las letras. Le ayudó la biblioteca de su padre y de su abuelo —ambos médicos rurales—; una madre muy motivadora, de la que lo recogió todo, y un hermano mayor siempre atento a ella.

Con doce años demostró por primera vez su fortaleza ante la adversidad: su padre emigró en un par de ocasiones a Argentina como médico de barco. En la segunda, en 1912, decidió quedarse en aquel país y fundar una nueva familia. Tanto la ausencia prolongada del padre como su educación en la ILE hicieron desarrollar en María el sentido de la responsabilidad y el afán de superación.

Desde muy joven trabajó dando clases particulares para ayudar a la economía familiar, lo que marcó de por vida su personalidad y la convirtió en una luchadora incansable. Además, fue el apoyo principal de su madre y la protectora de su hermana pequeña.

Alumna

Resultó una alumna aventajada que quiso seguir la estela de sus insignes maestros, quienes con su ejemplo le enseñaron una nueva forma de ver la vida. Y esa educación que recibió sería revertida con creces a la sociedad tiempo después.

Comenzó el bachillerato en Madrid, pero lo concluyó en Zaragoza en 1918 donde participaba en múltiples actividades en el instituto y donde colaboró en la elaboración de un diccionario de voces, premonición de que las fichas iban a acompañarla en su trayecto vital.

En 1921, la Universidad de Zaragoza le concedió el Premio extraordinario por su licenciatura en Filosofía y Letras, rama de historia. A partir de aquí, su inteligencia y su tenacidad fueron el trampolín necesario para que un año después, a sus 22, ganase una oposición para el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, siendo la sexta mujer que ingresaba. La destinaron primeramente a Simancas, luego a Murcia y después a Valencia.

Familia

Creó su propia familia, con un hombre que siempre la apoyó: Fernando Ramón y Ferrando, catedrático de Ciencias físicas en la Universidad e introductor de las teorías de Einstein en España. Le conoció en Murcia mientras disfrutaba de su juventud y trabajaba en el Archivo Provincial de Hacienda.

A los cuatro años de casarse, en 1929, se trasladaron a vivir a Valencia, donde trabajaría también en el archivo. Tras fallecer su primera niña a los pocos días de nacer, tuvieron cuatro hijos: Enrique, Fernando, Carmen y Pedro.

Su hija Carmen: “Mi madre era de jabón, nada presumida, sencilla, sin collares de adorno… vitalista, de mirada limpia, optimista, ávida de conocimientos… papá se reía porque cuando caminaba su cabeza siempre iba por delante, como tirando… no era andar, era llegar… mi padre paseaba, ella se tragaba el camino”.

Fue una profesional archivera y bibliotecaria que se entregó en cuerpo y alma a la aventura de las palabras; que apoyó el impulso de la socialización del libro; que creyó que los caminos de la libertad se sustentan en la educación y en una firme base cultural; que apostó por la igualdad en un momento en que a las mujeres se les permitía un acceso restringido a la cultura.

Maestra

Maestra vocacional, le gustaba estar rodeada de niños. En Valencia trabajó codo con codo con profesionales de la Universidad y fundadores de la Escuela Cossío en 1930, en memoria de Manuel Bartolomé Cossío, su querido profesor. Alimentaba su fantasía con la lectura de clásicos infantiles y enseñaba a sus alumnos en la responsabilidad. Aquellos niños eran como la prolongación de sus hijos —luego sus nietos— y se merecían una buena educación.

Después pasó a ser profesora de la escuela en régimen extraordinario, impartiendo algún curso de gramática y de literatura. Los niños siempre esperaban su llegada como si fuera un regalo. En las clases se estudiaba, se interpretaban romances, se leía haciendo volar la imaginación. Iban encantados con ella al cine, a los museos, a las excursiones: la actividad y el aspecto lúdico subyacían en los aprendizajes.

Bibliotecaria

María forjará su experiencia como bibliotecaria y aplicará sus conocimientos en la creación y organización de bibliotecas populares y rurales, siendo motor de una animación que pretendía integrar a todos los habitantes de nuestro país en una cultura común.

En 1931, con la Segunda República, se crea el Patronato de las Misiones Pedagógicas. Con él se intentaba equiparar el atrasado mundo rural a la modernidad de las ciudades. El modelo del cambio tendría que ser el maestro, pero los maestros querían marcharse de los pueblos porque allí la vida era más incómoda y percibían sueldos menores, a veces incluso en especie. El presidente del Patronato, como daba mucha importancia al servicio de las bibliotecas, colocó a la cabeza a Juan Vicens y a María. De este modo se crearon miles de bibliotecas en España, fundamentalmente dirigidas a las clases más desfavorecidas.

Las bibliotecas se consideraron un elemento consolidado de la alfabetización y la educación populares. María Moliner realizó trabajos de inspección supervisándolas personalmente. En ocasiones, comprobó que los libros se hallaban escondidos dentro de los armarios: los misioneros eran tildados de anarquistas o de comunistas. En estos años trabajó con su hermana Matilde, vicesecretaria del Patronato.

Escribió una ponencia, en 1935, titulada “Bibliotecas rurales y redes de bibliotecas en España”, presentada en el II Congreso Internacional de Bibliotecas y Bibliografía, inaugurado por Ortega y Gasset. En ella mencionó las redes de bibliotecas públicas punteras en el momento: las de Asturias, Cataluña y Valencia.

La guerra civil española daría al traste con este y con otros tantos proyectos. Entonces muchos se exiliaron, pero María se quedó porque según sus familiares “le dolía España”. Y porque siempre creyó que “la salvación de España había de venir por la educación”.

En 1936, le pidieron dirigir la biblioteca universitaria de Valencia, muy importante por sus manuscritos e incunables. Después, le dieron la dirección de la Oficina de Adquisición de Libros con sede en Madrid cuya labor abarcaba todas las regiones que se mantenían leales al Gobierno.

Instrucciones

Redactó las Instrucciones para el servicio de pequeñas bibliotecas. Y publicó, en 1939, el Proyecto de bases de un Plan de Organización General de Bibliotecas del Estado: el mejor y aún no superado plan de organización bibliotecaria, según el libro La lectura pública en España y el plan de Bibliotecas de María Moliner. Pensaba en un país democrático y progresista en el que leer fuera un deleite y una convicción moral.

Parece increíble que, en medio de una guerra civil, una mujer se dirija a los bibliotecarios, hablándoles con el corazón y motivándoles para que ayuden a los lectores, porque ella pensaba que una de las causas de aquella tragedia era el desapego hacia la cultura, así como la ignorancia. Rezuman ilusión y esperanza, ambas cosas necesarias en el fragor de una guerra fratricida.

“¿Cómo podía olvidar aquellos maravillosos años en las bibliotecas de la República si para mí era lo mejor que había hecho en la vida?… Viví aquellos años inmersa en una atmósfera con olor característico a papel nuevo y a tinta de imprenta… Yo no quemé los recuerdos, los guardé muy dentro en el lugar de las cosas más queridas. Jamás olvidaré los días en los que intentábamos transformar nuestro pobre país con el arma más poderosa de todas: la cultura”.

María y su marido, quienes habían ascendido con esfuerzo en sus respectivas profesiones, se vieron afectados por la depuración franquista y tuvieron que romper con el pasado. Fueron descendidos en el escalafón administrativo, lo que supuso una humillación moral, pues sus trabajos anteriores fueron considerados negativos.

En 1946 regresó a Madrid como directora y única bibliotecaria de la Biblioteca de la Escuela de Ingenieros Industriales, donde permaneció hasta su jubilación en 1970: “Aquel trabajo estaba por debajo de sus expectativas. Desde un estricto punto de vista profesional, era una mezcla de balneario y pudridero”, lo afirma Inmaculada de la Fuente en su completa biografía: El exilio interior. La vida de María Moliner. Por esto y porque estaba sola en casa —a su marido le trasladaron a Murcia y después a Salamanca y los hijos eran ya mayores— buscó crear algo, un colegio en un principio, pero cuando no lo vio viable, pensó “en la redacción de un diccionario que sirviese de ayuda para el uso eficaz de nuestra lengua”. Supuso el resorte de su resurrección. Ser ella otra vez.

En 1972 fue propuesta para ocupar el sillón B de la Real Academia. Si al principio le hacía ilusión, luego se apenó, pero también fue consciente de que no hubiera podido contribuir al trabajo que requería la Academia por su marido, ciego en aquel momento, y por sus fuerzas mermadas.

Tras morir su esposo en 1974, empezó a sufrir lagunas en la memoria. La lucidez que alumbró su vida y su trabajo se fue apagando lentamente: una arteriosclerosis cerebral minó el rastro de su memoria prodigiosa hasta que se apagó a los ochenta y un años.

“En un diccionario no se puede dejar de trabajar. Constantemente estoy viendo en los periódicos, en las novelas, expresiones que anoto para incluirlas. Ya tengo una colección de adiciones. Si no me muriera, seguiría siempre, siempre haciendo adiciones al diccionario.”

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