Monterroso. Decálogo del escritor
Categoría (Consejos para escritores, General) por Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz el 16-04-2015
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Augusto Monterroso (1921-2003) nació en Tegucigalpa (Honduras), pero vivió su infancia y su adolescencia en Guatemala, donde dedicó buena parte de su vida a luchar contra la dictadura de ese país que él consideraba su patria. Con una prosa breve y concisa en la que se percibe un profundo sentido del humor, está considerado como uno de los maestros de la mini-ficción y uno de los escritores más entrañables de Latinoamérica.
El decálogo del escritor aparece publicado en la segunda parte de la única novela escrita por Monterroso en 1978, titulada “Lo demás es silencio”, en la que, con suma agudeza y notable ingenio, ofrece una autobiografía ficticia de sí mismo, al narrar la vida de Eduardo Torres:
Primero. Cuando tengas algo que decir, dilo; cuando no, también. Escribe siempre.
Segundo. No escribas nunca para tus contemporáneos, ni mucho menos, como hacen tantos, para tus antepasados. Hazlo para la posteridad, en la cual sin duda serás famoso, pues es bien sabido que la posteridad siempre hace justicia.
Tercero. En ninguna circunstancia olvides el célebre díctum: «En literatura no hay nada escrito».
Cuarto. Lo que puedas decir con cien palabras dilo con cien palabras; lo que con una, con una. No emplees nunca el término medio; así, jamás escribas nada con cincuenta palabras.
Quinto. Aunque no lo parezca, escribir es un arte; ser escritor es ser un artista, como el artista del trapecio, o el luchador por antonomasia, que es el que lucha con el lenguaje; para esta lucha ejercítate de día y de noche.
Sexto.
Aprovecha todas las desventajas, como el insomnio, la prisión, o la pobreza; el primero hizo a Baudelaire, la segunda a Pellico y la tercera a todos tus amigos escritores; evita pues, dormir como Homero, la vida tranquila de un Byron, o ganar tanto como Bloy.
Séptimo. No persigas el éxito. El éxito acabó con Cervantes, tan buen novelista hasta el Quijote. Aunque el éxito es siempre inevitable, procúrate un buen fracaso de vez en cuando para que tus amigos se entristezcan.
Octavo. Fórmate un público inteligente, que se consigue más entre los ricos y los poderosos. De esta manera no te faltarán ni la comprensión ni el estímulo, que emana de estas dos únicas fuentes.
Noveno. Cree en ti, pero no tanto; duda de ti, pero no tanto. Cuando sientas duda, cree; cuando creas, duda. En esto estriba la única verdadera sabiduría que puede acompañar a un escritor.
Décimo. Trata de decir las cosas de manera que el lector sienta siempre que en el fondo es tanto o más inteligente que tú. De vez en cuando procura que efectivamente lo sea; pero para lograr eso tendrás que ser más inteligente que él.
Undécimo. No olvides los sentimientos de los lectores. Por lo general es lo mejor que tienen; no como tú, que careces de ellos, pues de otro modo no intentarías meterte en este oficio.
Duodécimo. Otra vez el lector. Cuanto mejor escribas más lectores tendrás; mientras les des obras cada vez más refinadas, un número cada vez mayor apetecerá tus creaciones; si escribes cosas para el montón nunca serás popular y nadie tratará de tocarte el saco en la calle, ni te señalará con el dedo en el supermercado.
El autor da la opción al escritor de descartar dos de estos enunciados, y quedarse con los restantes diez. Yo descarto el tercero (es más bien todo lo contrario: en literatura, todo está escrito) y el décimo (lo mismo: cuando escribas, no pienses nunca en el lector ni en la crítica, sólo en ti mismo).
Yo descarto el segundo nada más. Es casi imposible saber si estás escribiendo para tus contemporáneos o antepasados, e imposible saber si lo estás haciendo para la posteridad.