¿Réquiem por la librería tradicional?

Categoría (El mundo del libro, General) por Manu de Ordoñana el 25-04-2013

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El día del libro transcurrió este año marcado por el signo del pesimismo sobre el futuro de la industria editorial. La crisis económica, el cambio en los hábitos de lectura, la descarga ilegal y la irrupción de tiendas digitales a gran escala han perjudicado notablemente el mercado del libro, cuyas ventas han descendido un 25% en el primer semestre de 2013, según el presidente del Gremio de Libreros de Gipuzkoa.

Librería antigua

Los peligros que acechan al gremio son múltiples y de muy variada condición. Tan sólo el 39% de los lectores norteamericanos compran sus libros en las tiendas tradicionales, ya que el resto lo hace en Internet (El País, Babelia, 20 abr 2013). Y el porcentaje que corresponde a los libros antiguos es aún mayor, ya que alcanza el 80%.

Y no me refiero sólo a la venta de libros digitales, sino también a la de libros impresos. El comportamiento del lector es curioso y, al mismo tiempo significativo: visita las librerías, hojea los títulos más sugestivos y apunta el nombre de los que le han complacido, incluso saca una foto de la portada. Pero luego se va a casa, lo busca en Internet, lee una selección y, si le convence, lo compra en la web. Es lo que Javier Celaya denomina “turismo de librería”: descubre offline y compra online. Justo lo contrario de lo que sucede con otros productos de consumo: la gente visita tres o cuatro portales especializados, compara prestaciones y toma la decisión de lo que más le conviene, pero lo compra en la tienda de su barrio.

¿Es ése el triste destino que espera a la librería de toda la vida? Mucho me temo que así sea, si no transforma su modelo empresarial. A día de hoy, no parece viable una actividad en la que la cadena de distribución se lleva el 50% del precio de venta del producto. Algo hay aquí que chirria, que es contrario a la razón. Y no estoy diciendo que los libreros se estén forrando a ganar dinero ─me consta que la mayoría a duras penas consigue cubrir sus gastos─, sino que la estructura que se ha montado alrededor es arcaica, no ha evolucionado ni se ha adaptado a las nuevas tecnologías.

Así se explica que el precio de un libro en una librería rara vez es inferior a los 20 euros, cuando el coste de producción no suele pasar de 2 euros y otros dos son para remunerar al autor que ha hecho el trabajo principal. Éste es el verdadero problema que acecha al librero tradicional, amén de estar obligado a financiar unas existencias en disonancia con el volumen de facturación y disponer de un espacio físico equivalente en el centro de la ciudad. A pesar de los consejos que algunos nostálgicos apuntan para sobrevivir, no hay razón para ser optimista; son muchos los riesgos y los libreros no están por el cambio: muchos de ellos han cumplido la edad, su mente de base intelectual no entiende de megabytes, saben que les ha llegado la hora y esperan el final con una cierta amargura que no siempre sale al estrado, cuando te cuentan sus penas.

¿Qué vendrá luego? A saber… Las tiendas grandes se reconvertirán y añadirán nuevos artículos ─¿imitando a Fnac?─para hacer rentable el establecimiento. Las librerías de barrio ganarán peso por su condición de bazar y el contacto personal para prescribir. Pero el gran vencedor será el e-commerce, la venta por Internet ─y me sigo refiriendo al libro impreso, ya que lo del libro digital es evidente─, un fenómeno imparable que arrasará el antiguo régimen y terminará por imponer su ley, como ya lo está haciendo en otros sectores de tanta relevancia como la ropa, la electrónica, el ocio, la cosmética e incluso la alimentación. ¿Nos damos cuenta de lo que en realidad está ocurriendo?

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