El declive de la novela

Categoría (El libro digital, Estafeta literaria, General) por Manu de Ordoñana el 28-07-2012

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No hay duda de que la industria editorial está pasando por un mal momento, la caída de las ventas, la irrupción de las multinacionales, la transformación de lo analógico a lo digital y, encima, la crisis económica que duele al bolsillo del lector. Sí, eso hay que comprenderlo, aunque todo esto no le exime de su culpa, los editores no han sabido adaptarse a los nuevos tiempos, los más débiles están ya condenados, los más fuertes aguantan como pueden.

Pero no sólo hay que culpar al sector empresarial, también la tienen los escritores. El talento no ha mejorado, el estilo narrativo es el mismo, la inventiva está por los suelos, el artista está desmotivado, no siente el aliento de la innovación. Los autores tendrían que recuperar la ilusión, la novela tendría que renovarse, adentrarse en caminos nuevos. Hay muchas formas de hacerlo, sólo falta la ilusión… y el apoyo de editores audaces capaces de comprometerse, de liderar ese cambio.

Unos son optimistas, piensan que la novela pervivirá, resurgirá con nuevos bríos, aunque no saben cuándo. Javier Rodríguez Marcos se pregunta hoy en el suplemento Babelia de “El País”: ¿Tiene futuro la novela? José Carlos Mainar le contesta: “Ha funcionado durante más de doscientos años, no tenemos por qué dudar de que lo siga haciendo”. Lo mismo responde Goytisolo: “No es un cataclismo, sino una evolución, no hay causas internas, es un cambio de hábitos sociales”.

La novela es un género que se ha ido transformando desde su nacimiento, allá por los inicios del siglo XIX, para solaz de una burguesía naciente al principio, hasta llegar más tarde a todos los niveles de la sociedad. El problema es que el ser mutante ha sido el lector, y no siempre el autor ha seguido sus pasos. Ésa es cuestión: ¿Debe el escritor olvidarse de su público y alumbrar su pensamiento o tiene que halagarlo y servirle  lo que él quiere recibir?

Ahora están de moda las tramas fluidas, personajes exóticos al borde del precipicio, pasiones al límite, mucho diálogo, descripciones breves y finales angustiosos. El lector perezoso se inclina por comprar ese tipo de novelas, de las que se dice que “enganchan”, pero de dudoso valor literario; son además las que gozan de un mayor empuje publicitario; son la esperanza de la industria editorial, la aparición de dos o tres best-seller al año les ayuda a salvar el ejercicio. ¿Es eso lo que tiene que hacer un escritor comprometido? Que cada uno escoja su camino.

Es cierto que, si el futuro es lo digital, la lectura de un libro dejará de ser una actividad solitaria para convertirse en un  acto social, será interactiva. Compartir la experiencia nos ayudará a descubrir libros afines, los que gustan a la mayoría. El papel del prescriptor, del editor tradicional, del crítico literario tenderá a desaparecer, lo que privará será el boca a boca, la mediocridad, el implante del no esfuerzo. Si esto es así, no cabe duda de que muchos escritores se van a quedar fuera del pastel.

La novela ha perdido influencia como vehículo para transmitir la cultura, las series de televisión han mejorado su técnica narrativa y llegan más fácilmente al gran público, que no quiere libros muy trabajados, sino historias entretenidas. La novela ha descuidado su contenido intelectual, la literatura ha dejado de ser el motor que proporciona movimiento al cambio social, se ha retirado al cubil de las élites: “A diferencia de lo que suele pensarse, la novela es un género de minorías, las mayorías prefieren el mundo de la realidad tangible, el del espacio privativo de la imagen” (Vargas Llosa).

Y mientras tanto, la gente ha dejado de pensar: las teorías neoliberales avanzan, las libertades democráticas retroceden y los políticos se frotan las manos, nadie los quiere pero ellos siguen disponiendo.

Escritores comprometidos

Categoría (El mundo del libro, Estafeta literaria, General) por Manu de Ordoñana el 28-05-2012

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Tres autores ─Iban Zaldua (Donostia, 1966), Txani Rodríguez (Llodio, 1977) y Carlos Yushimito (Lima, 1977)─ se reunieron la semana pasada para opinar sobre el papel del escritor en el mundo actual, dentro de los actos programados dentro de Literaktum 2012: ciudad de las palabras, un festival literario que se está celebrando estos días en Donostia-San Sebastián. Éstas son algunas de sus conclusiones:

  • En el siglo XIX, la literatura cumplía un papel crucial a la hora de debatir los grandes temas que preocupaban a la sociedad occidental, en un momento en el cual primero la industrialización había producido una importante transformación en la forma de vivir, y luego la irrupción del capitalismo, una explotación del hombre que, si bien no era inferior a la que había existido hasta la fecha, se ponía en evidencia con la aparición de los medios de comunicación. En ese sentido, el escritor había pasado a ser un personaje público capaz de intervenir en esa discusión, el libro era la pieza fundamental para destapar la opresión y denunciar la injusticia.
  • Ese rol desaparece a partir de 1960, con la implantación de la enseñanza obligatoria y la alfabetización de las masas. La llegada de unas generaciones ya alfabetizadas, educadas en una nueva cultura audio-visual ─la radio, el cine, la televisión y ahora Internet─ ha restado centralidad al libro escrito. Hoy el papel de la literatura ha perdido peso, ya no goza del influjo que tenía hace unas décadas.
  • Quizá, como herencia de esa antigua centralidad, ciertos grupos sociales reclaman a los escritores ─o más genéricamente, a los intelectuales─ que intervengan más decididamente en el debate social que se está produciendo en la actualidad, que acusen el incremento de la desigualdad, la codicia, el afán de riqueza, el dinero como valor supremo.

¿Deben los escritores ser social y políticamente comprometidos? Sobre este aspecto, los tres participantes compartían el mismo criterio: «El hecho de saber crear ficciones no nos convierte necesariamente en buenos opinólogos». La tentación de emplear la ficción como vehículo para transmitir un mensaje político es legítima, pero también peligrosa. “Yo prefiero pensarme a la sombra de personajes silenciosos o completamente ajenos al debate público, como Juan Rulfo o Felisberto Hernández», apostilla el escritor peruano.

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Nadie cuestiona que la opinión de un escritor vale tanto como la de cualquier otro ciudadano. Pero si alguien que, en principio, posee un cierto nivel cultural, se ha documentado sobre un hecho en particular y emite una opinión a través de uno de sus personajes, es lógico concederle cierta credibilidad, lo mismo que se la damos a los profesionales de la información, que han demostrado imparcialidad a lo largo de su carrera periodística. Y si no, el propio lector será el que lo sancione.

Pero hay algo que es inevitable. Tú, si te pones a escribir, quieres que alguien te lea, quieres transmitirle tu verdad particular y te esfuerzas en aportar todos los argumentos posibles para influir en él llevarle tu mensaje, que, al final, siempre tiene un componente político o social. Todos los escritores lo hacen, de una forma o de otra, con mayor o menor intensidad. La labor pedagógica está dentro de la conciencia humana.

Lo que sí deberíamos pedir a todo escritor es que sea objetivo, al menos, dar opción a la polémica, que el lector discurra y adopte una postura, tras analizar las distintas alternativas y exponer las razones que las sostienen. Si tu intención es, por ejemplo, denunciar los abusos del franquismo, no te vendría mal incorporar en la trama un personaje que precisamente defienda esa ideología. Déjale hablar, dale una oportunidad, a lo mejor nos convence. La novela ganará en sinceridad.

Últimamente están llegando a mis manos relatos unidireccionales, cuya única intención es transmitir un juicio inmutable, fácil de entender, dentro de un relato simplón, asequible a ese público poco exigente que ve televisión, y con una clara intencionalidad política. Eso sí que me parece peligroso… incluso hasta reciben galardones.

Hoy hace 50 años murió Hemingway

Categoría (Estafeta literaria, General) por Manu de Ordoñana el 02-07-2011

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Fue un testigo excepcional de las dos guerras mundiales y también de la Guerra Civil en España que cubrió como corresponsal en Madrid. Autor de cinco novelas y multitud de relatos cortos, fue un hombre preocupado por reflejar la influencia nefasta que la guerra produce en la condición humana.

Su estilo de párrafos cortos y diálogo rápido, fácil de ser leído, le hicieron popular entre sus lectores, que muchos escritores intentaron imitar y que muy pocos lo consiguieron. Recibió el premio Nobel en 1954.

Si yo tuviera que opinar sobre cuál ha sido la mejor de sus obras, me quedo con “El Viejo y el Mar” (1952), una novela corta que yo leí de joven y que me llegó a subyugar. Hace apenas ocho años que tuve la oportunidad de visitar “Finca Vigia”, el lugar en que escribió este relato que recibió el premio Pulizter 1953, en un viaje de regreso que hice de Santa Clara a La Habana, para conocer Varadero.

Otro de las grandes novelas de Hemingway es “Por quién doblan las campanas”, escrita en 1940, cuenta una historia preciosa de la Guerra Civil Española, en la que intervienen personajes heroicos junto a algún otro cobarde, para al final lanzar un canto al amor y a la importancia de guardar la dignidad por encima de cualquier otra cuestión. Por el contrario, me parece que “Fiesta” (1926) no es lo mejor que él ha escrito. En “Adiós a las Armas” (1929) tan sólo apunta.

Hemingway se suicidó en 1961. Un año antes, abandonó definitivamente Cuba para recluirse en su residencia de Ketchum (Idaho). Al poco tiempo, se publicó su última novela “Paris era una fiesta”, una jovial representación de sus años de juventud en la capital francesa, en la que convivió con un grupo de escritores estadounidenses como Gertrude Stein, Ezra Pound, Hohn Dos Passos y F. Scott Fitzgerald.

 

El periodismo se reinventa

Categoría (El mundo del libro, Estafeta literaria, General) por Manu de Ordoñana el 20-06-2011

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El pasado viernes 3 de junio, dentro de la Feria de Madrid, se celebró una rueda de prensa para presentar el nuevo sello editorial Clave Intelectual, sucursal de la prestigiosa editorial argentina Capital Intelectual, que tiene previsto lanzar a lo largo del año veinte títulos de nueva creación, el primero de los cuales es “La explosión del periodismo”, escrito por el periodista, profesor y semiólogo Ignacio Ramonet, un profundo ensayo sobre la situación actual de la prensa.

El periodismo se reinventa

En la presentación, intervinieron tres personajes de excepción: Además del propio Ramonet,  el intelectual y columnista Sami Naïr y la periodista Ana Pastor. Los tres analizaron la crisis que afecta hoy al periodismo como consecuencia de la irrupción de Internet y sus derivados.

¿Van a desaparecer los diarios? Se pregunta Ramonet. Es muy poco probable. Internet no sustituirá a la prensa escrita, igual que la televisión no ha sustituido a la radio ni al cine, ni éste al teatro ni a la ópera. Pero es casi seguro que, a corto plazo, en Europa desaparecerán muchos periódicos, como ya ha ocurrido en EE.UUU., y otros tendrán que reajustar sus plantillas, con lo cual se producirá una pérdida de calidad que el ciudadano percibirá. La inseguridad informativa creará un estado de opinión reclamando rigor y la prensa tendrá que reinventarse, aun a instancias de perder instantaneidad. Los periódicos que sepan conservar su credibilidad y mantener su exigencia de calidad no desaparecerán.

Por su parte, Sami Nair reflexionó sobre la enorme cantidad de información que los ciudadanos reciben hoy en día y la dificultad que encuentran para seleccionar lo que les interesa de verdad para concluir con la siguiente afirmación: «Nunca hemos estado en un momento tan apropiado para el desarrollo de un periodismo inteligente». Toda crisis ofrece una oportunidad para el que la sepa aprovechar… y eso ocurre en todos los ámbitos de la sociedad.

 

Javier Otaola presenta “La logia y la ley del deseo”

Categoría (Estafeta literaria, General) por Manu de Ordoñana el 18-06-2011

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El día 20 de junio a las 19:00 horas, el profesor Joseba Arregi presentará en la FNAC de Bilbao el libro “La logia y la ley del deseo” de Javier Otaola

Sinopsis. En este libro se trata una doble visión de la masonería: por un lado como método de crecimiento personal y búsqueda interior alrededor de la metáfora de la construcción; y por otro, la de llegar a producir un pensamiento mediador en la sociedad, capaz de establecer puentes, abrir puertas y ventanas entre hombres y mujeres de diferentes horizontes espirituales o políticos. Cuando Javier Otaola habla de “La ley del deseo”, se refiere a que “establece que nuestro ser llega a tener la hechura de aquello que deseamos”.

El autor. Javier Otaola nació el 20 de febrero 1956 en Bilbao. En 1967 se licenció por la Universidad de Deusto, de cuya relación con los jesuitas ha heredado una espiritualidad barroca y herética que ha ido madurando con la lectura de novela negra y teología luterana.

Ejerció como Abogado de los Colegios de Bilbao, Vitoria y Madrid en el periodo 1978-1982. Su afición a la novela policíaca y la búsqueda de emociones fuertes le llevó a ser Profesor de Derecho en la Academia de la Ertzaintza o Policía Vasca. Ha sido Letrado de los Servicios Jurídicos del Gobierno Vasco desde 1982.

Sus inquietudes filosóficas y asociativas le animaron a iniciarse en 1981 en la Logia “La Tolerancia” de Bilbao. Llegó a ser Gran Maestro de la Gran Logia Simbólica Española y es también Miembro del Supremo Consejo Masónico de España 33º.

Javier Otaola es miembro de AEE-EIE (Asociación de Escritores de Euskadi) y participa además en otras asociaciones como Gesto Por la Paz, Ayuda en Acción España, Real Sociedad Bascongada de Amigos del País. Es colaborador habitual de “El Correo”, “El País” y de la revista “Claves de Razón Práctica”.

Hoy se cumple el 25º aniversario de la muerte de Borges

Categoría (Estafeta literaria, General) por Manu de Ordoñana el 14-06-2011

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Tal día como, hace veinticinco años, murió en Ginebra Jorge Luis Borges, uno de los escritores más celebrados de la literatura universal. Su obra es una fuente inagotable de inspiración para muchos escritores que han sido capaces de leerla. Su forma de escribir tan erudita es, a la mismo tiempo, creativa y de una gran calidad literaria.

No es menos cierto que leer a Borges no resulta fácil. No conviene penetrar en su inmensa obra con la misma intensidad que podrías emplear para acceder a un autor convencional, a un autor de ficción que acaba de escribir el último éxito de ventas que inunda las librerías. No, Borges es otra cosa. Yo intenté hacerlo así y pronto desistí… hasta que alguien me lo advirtió. Borges es como la Biblia… para tenerlo en la mesilla y leerlo de a poquitos; todos los días, un cuarto de hora, media hora a lo sumo. Si le entras así, ya no sales… te harás adicto,

Se presta a ello porque su estilo es fraccionado y las historias en prosa que cuenta son cortas, a mitad de camino entre el ensayo y el relato breve. Yo me hice con sus Obras Completas, una edición de 2005 de RBA Coleccionables. Son dos tomos de más de mil páginas y acabo de terminar el primero… he tardado más de un año en leerlo, a una media de tres páginas por día después de comer, antes de que me entrara la modorra.

Quizá Borges no es un escritor para el gran público; es más un escritor que necesita un lector minucioso y atento capaz de realizar un esfuerzo intelectual notable para disfrutar del placer de su lectura.

Borges es ante todo un fabulador, un falseador de historias ya escritas, capaz de interpretar a su antojo los personajes y hacerlos al gusto de su fantasía. En ese sentido, me ha llamado la atención la enorme cantidad de libros y documentos que ha tenido que leer este hombre a lo largo de su vida: su cultura era amplísima y se extendía a numerosos dominios del saber. Y eso que se quedó ciego a los 55 años.

Como afirmaba Fernández Mallo, Borges es “el grado cero de la literatura”. Mallo ha compuesto un remake de “El hacedor” y dice que cuando leyó el original con 18 años se le abrió un mundo desconocido. Exacto, esa frase lo resume todo: “Borges te abre a un mundo desconocido” que si, al principio cuesta un poco entender, termina luego por ser familiar y hacerse entrañable. Hay que leerlo con lápiz y papel y apuntar lo que nos sorprenda, lo que más se aproxime a nuestro imaginario, para luego recordarlo y volverlo a leer… seguro que es mucho.

Quizá algunas veces, Borges se pasa en sus disquisiciones filosóficas  y peca de sofisticado, en el sentido de adulterar con sofismas los razonamientos de los grandes pensadores del siglo XIX y anteriores. Lo mismo hace en el campo de la teología para llegar a conclusiones que sólo pueden ser permitidas en el terreno de la lírica. Pero a un personaje como Borges, los dioses todo le permiten…

Fernando Aramburu publica «El vigilante del fiordo»

Categoría (Estafeta literaria, General) por Manu de Ordoñana el 12-05-2011

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Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) está ya considerado como uno de los narradores españoles más importantes de su generación, por la variedad de sus creaciones, lenguaje exquisito y amplio imaginario, lo que le ha permitido obtener premios como el Ramón Gómez de la Serna 1997 y el Euskadi de literatura 2001. Ha escrito cinco novelas: Fuegos con limón (1996), Los ojos vacíos (2000), El trompetista del Utopía (2003) —llevada al cine con el título de Bajo las estrellas—, Bami sin sombra (2005) y Viaje con Clara por Alemania (2010), además de varios cuentos que le han reportado diferentes galardones.

El “vigilante del fiordo” ofrece ocho relatos breves en los que Aramburu nos describe la situación de pesadilla que asedia a un funcionario de prisiones y la atmósfera claustrofóbica que sufre destinado a una inhóspita cabaña solitaria, en las orillas de un fiordo noruego, con la misión de alertar de la presencia de terroristas en la zona. Con este nuevo título, el escritor donostiarra sigue la estela del relato breve, tras “Los peces de la amargura” (junio 2009).

 

¡Qué país Miquelarena!

Categoría (Estafeta literaria, General, La fiscalidad del escritor) por Manu de Ordoñana el 28-04-2011

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Recuerdo que, en mis años mozos, muchas gentes que se preciaban de poseer una cierta cultura solían utilizar con frecuencia la expresión “qué país Miquelarena” para reflejar la resignación que padecían algunos por las desdichas que afectaban ─y afectan─ al país en que les tocó vivir.

La frase pertenece al escritor irunés Pedro Mourlane Michelena, que la pronunció delante de su amigo, el periodista bilbaino Jacinto Miquelarena, ambos vividos en la primera mitad del siglo XX. Nadie discute la autoría, pero sí el momento y la causa. Se cuentan distintas versiones sobre el porqué del comentario, aunque todas coinciden en el fondo, relacionado al parecer con una guindilla picante y la intención de uno de metérsela a otr@ por el culo.

Yo, sin embargo, soy un poco escéptico sobre esa historia. Me cuesta creer que un motivo tan zafio haya sido capaz de inspirar una sentencia tan elocuente. La enciclopedia Auñamendi afirma que la locución está contenida en una carta que Mourlane dirigió a su paisano Miquelarena. Sería cuestión de investigar esa carta para conocer la verdadera razón del lamento del escritor irunés.

El caso es que el proverbio ha salido de nuevo a la palestra a consecuencia de un par de artículos aparecidos en el mes de marzo en El País que hacen referencia a él, uno de Juan Cruz y otro de Juan A. Ríos. Como yo lo he utilizado un par de veces en este blog ─porque creo que tiene mucho valor para proclamar la incompetencia de nuestros dirigentes─, me ha parecido conveniente ofrecer al lector una explicación… aunque quizá sea innecesaria, ya que la expresión contiene el carácter suficiente como para que cada uno la interprete a su real gana. 

Miquelarena, a pesar de su calidad periodística, no ha dejado más recuerdo para la historia que esa famosa frase. Así él ─con el gran sentido del humor que poseía─  se lamentaba ante Sánchez Mazas diciéndole: «Ya ves, querido Rafael, al final voy a deberle la posteridad a Mourlane». Así ha sido.

 

Escribir una novela está al alcance de muchos

Categoría (Estafeta literaria, General, Publicar un libro) por Manu de Ordoñana el 23-04-2011

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En este Día Internacional del Libro que celebramos hoy, me apetece provocar a esos talentos sin descubrir a quienes  les gustaría ser escritores, para que se decidan a cruzar el Rubicón.

Cuando fui joven, varias veces leí que escribir una novela era fácil, que lo verdaderamente difícil era escribir la segunda. Eso lo repetían con machacona insistencia autores consagrados de los años sesenta y setenta, quizá para satisfacer su ego, o quizá para evitar la llegada de intrusos.

A tenor de la experiencia que he adquirido en este mi nueva profesión de escritor, he comprobado cuán errónea es esa opinión. Yo ahora estoy escribiendo mi segunda novela y doy fe de que las cosas me están resultando mucha más fáciles, las durezas que encontré al principio se han ablandado, la técnica ha mejorado y mi trabajo es mucho más fluido. Me he dado cuenta de los errores que cometí, de las cosas que no hay que hacer y de lo que el lector pide para que el relato resulte ameno. Y eso no va en contra de la calidad literaria… que puede haberla y mucha, sin necesidad de utilizar un lenguaje afectado o simplemente culto. Es que, como todo en la vida, el entrenamiento es indispensable.

Cualquier persona es capaz de escribir una novela sobre la historia de su vida… o de parte de ella. No hay vida que no tenga algún mérito, que sea tan mediocre como para no ser escuchada; siempre hay episodios singulares que te han ocurrido, personajes anecdóticos que te han llamado la atención, situaciones emocionales que te han impresionado…  si eres capaz de evocar el pasado y poner el alma en transmitirlo. Y si no, recuerda el diario que escribió Ana Frank con trece o catorce años…

La dote narrativa no es exclusiva de los escritores consagrados. Hay muchos individu@s que hoy se dedican a una profesión cualquiera para poder vivir, pero que en su fuero interno mantienen su vocación de escribir. Algunos no tuvieron la valentía de dar el primer paso, siendo jóvenes, cuando sintieron el “gusanillo”, quizá por temor a fracasar, quizá por miedo al “qué dirán” o simplemente porque sus padres no se lo permitieron y le obligaron a estudiar una carrera más “crematística”.

Aún es tiempo. Escribir una novela no es privilegio exclusivo de unos iluminados, ni hace falta estar especialmente dotado para la oratoria. Es más un problema de constancia, de disciplina, siempre claro que tengas un cierto dominio de la lengua y te preocupes por perfeccionarlo. En esto de escribir, hay bastante de oficio y eso se aprende, primero en la escuela ─de verdad que hay talleres de creación literaria que aportan esos rudimentos─ y luego con la práctica. Solo tienes que extirpar el miedo.

 

El peligro no es lo digital; es la gratuidad

Categoría (El libro digital, Estafeta literaria, General) por Manu de Ordoñana el 10-04-2011

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El pasado domingo, 27 de marzo de 2011, el periodista de «El País», Juan Cruz, entrevistaba a Antoine Gallimard, director de “Les éditions Gallimard”, una de las editoriales más prestigiosas de Francia, que cumple este año su primer centenario, desde que su abuelo Gastón la fundó en 1911. Como es natural, el editor habló sobre las repercusiones que la irrupción del libro digital tendrá en el mundo literario. He aquí algunas de sus reflexiones:

 –      El libro digital es una nueva oportunidad tanto para el editor como para el escritor. Permite una gran flexibilidad, acepta diferentes formatos y permite reimpresiones limitadas.

–      El oficio de escritor surge de compartir, a través del libro, universos secretos. Vargas Llosa lo dijo muy bien en su discurso del Nobel: “Cuento historias para hacer la vida mejor”.

–      Lo que más me preocupa es el tiempo que la gente joven dedica a toda una plétora de actividades y prácticas sociales en Internet, de manera que cada vez disponen de menos tiempo para leer.

–      Pero yo estoy convencido de que seguirá habiendo lectores. La literatura ha sido algo precioso; extremadamente frágil y, a la vez, asombrosamente resistente. No hay que temer su desaparición: ya sobrevivió al surgimiento de nuevos medios de comunicación.

–      Mi abuelo no dudó en publicar libros muy comerciales junto a otros más exigentes como la poesía de Lorca y los ensayos de Valéry. Lo importante es saber cómo hay que combinar la publicación de libros populares y los libros de calidad. La labor tradicional de un editor es descubrir y editar un libro por su calidad intrínseca.

–      Antes la librería desempeñaba un papel muy importante, había muchas editoriales familiares. Hoy rige la ley del mercado y encontramos pocas editoriales independientes y menos libreros profesionales, frente a una concentración de editoriales fuertes y el oligopolio de los grandes grupos de distribución.

–      Todavía el público siente una enorme simpatía por una editorial como la nuestra, porque valora el quehacer literario que ha desarrollado a lo largo de toda su historia… y que lo siga haciendo todavía.

–      Lo importante es saber si la revolución digital va a transformar el comportamiento del lector o el imaginario del escritor. El peligro no es lo digital que puede der una oportunidad. El auténtico peligro es la gratuidad, la piratería.

–      Hay que luchar para preservar el valor del libro, de la creación y de la edición, así como proteger a los libreros y a los escritores. En Francia, tenemos la suerte de contar con buenos libreros, al contrario que el Reino Unido, donde el librero ha desaparecido.

–      El mundo de la música nunca se dio cuenta del peligro del mundo digital; pero el libro ha llegado más tarde y hemos adquirido conciencia del riesgo que nos acecha. Tratamos de que el mercado sea abierto, pero sin dejar de luchar contra la piratería.

–      En Estados Unidos, el mundo del libro digital empieza a ser importante. En 2007, se instaló la primera máquina pública de “libro expreso”, que permitía al usuario la impresión y encuadernación de un libro “a la carta” en cuestión de minutos.

–      El libro digital preocupa porque puede suponer la desaparición de los intermediarios naturales entre el lector y el autor. Esto puede producir una gran conmoción, un cambio radical  en el mundo del libro… que no haya necesidad de editores o libreros.

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